Capítulo 2: La mujer que tanto soñé

1032 Words
Cierto día decidí invitar a Becca a una cita. Fuimos a un lugar con una vista agradable, cenamos y bebimos un buen vino. Todo salía a la perfección. —Becca, eres una mujer increíble y admirable. No me canso de decírtelo —mencioné. —Tú también eres una persona maravillosa Hans, eres mi héroe —contestó. —No me perdonaría el no haber hecho nada por ti. —Y siempre estaré agradecida por ello. —Becca, innegablemente siento cosas por ti. Deseo seguir descubriendo la maravillosa mujer que eres. Me preguntaba si.. —me detuve un momento por los nervios, y retomé— ... ¿te gustaría ser mi novia? Atónita por la sorpresiva propuesta Becca guardó silencio por algunos minutos y finalmente respondió: —Me tomas por sorpresa Hans, ¿lo dices en serio? —cuestionó sorprendida—. ¡Llevaba  días esperando que me lo pidieras! por supuesto que quiero ser tu novia. Me sentí tan emocionado, por fin había encontrado a la mujer que tanto soñaba, y estaba listo para hacer todo para que las cosas salieran bien. Terminamos de cenar y pasamos la noche en mi apartamento. Quería que Becca se mudara conmigo, pero claramente era muy pronto y debía esperar algunas semanas. Además, posiblemente me traería problemas si en mi trabajo se enteraban de que estaba saliendo con una protegida. Decidimos entonces guardar el secreto de nuestra relación durante algunas semanas, por el bien de ambos. Becca fue de gran ayuda para mí mientras planeaba como seguiría con mi infiltración en la red criminal,  y cómo ayudar a las víctimas de la misma.  Mientras tanto, Patrick me exigía resultados cuanto antes —yo también los necesitaba— y me sentí bastante presionado. Opté entonces por adelantar mis planes, y nuevamente me acerqué al lugar de donde había rescatado a Becca. Becca me había sugerido que al llegar al sitio a solicitar  las otras mujeres para "comprar", si me preguntaban para que las quería, dijera que tenía una empresa y que así trabajarían para mí por menos dinero y mayor tiempo; sería una historia creíble. Llegué al callejón que ya conocía y al igual que la primera vez, parqueé el coche en una de las aceras, hasta que se acercó a mí  la misma mujer con la que había hecho el trato por Becca; esto daba claros indicios de que esta mujer posiblemente era una de las cabezas de la organización. —Así que volviste —mencionó—. ¿Qué se te ofrece esta vez? —Claro que sí, la mujer que llevé hace unos días me ha servido mucho, las tienen bien amansadas ¿eh? —pregunté. —Así es, todas estas mujeres están hechas para obedecer. En ese momento sentía ganas de cerrar su boca y arrestarlos de una vez por todas. No soportaba la idea del trato tan denigrante a los demás, sin embargo debía seguir en mi papel. —Voy a necesitar tres más —proferí. —¿Tres? ¿No es mucho dinero? —cuestionó la encargada. —Lo es, pero es mucho más el dinero que me están ahorrando. Las necesito para que trabajen para mi empresa, así me evitaré contratar cientos de empleados y pagarles legalmente. —Ah, tiene una empresa, comprendo. —Sí, una empresa de ropa. Estas mujeres que compro pueden fácilmente trabajar sin descanso y sin pagos. —Muy astuto, y algo miserable como todas las personas con dinero —juzgó la mujer—. Pero las mujeres serán suyas  y es libre de hacer lo que desee con ellas. Escoja. —¿Puedo darme una vuelta por toda la manzana para escoger? —pregunté. —Le daré cinco minutos, por seguridad de todos —contestó. De inmediato desabroché mi chaqueta para que mi cámara corporal pudiera capturar con más facilidad todo lo que iba viendo a mi paso.  Filmé a niños haciendo trabajos pesados, mujeres y jóvenes drogándose a cambio de dinero, otras porque las obligaban.  Capté uno a uno los rostros angustiantes que pedían ayuda a gritos sin decir una sola palabra. Además, intenté obtener imágenes claras de las personas responsables del lugar; entre ellas,  la mujer que me ofrecía a las víctimas. Luego de dar mi corto recorrido esos cinco minutos —los cuales fueron cruciales—, procedí entonces a tomar a tres de las mujeres que vi en condiciones más vulnerables. Ellas por su parte, asustadas y nerviosas por cuál sería su destino al salir del lugar conmigo, se mostraron un poco temerosas y sin mucho ánimo de abandonar el lugar. Debía salir de allí cuanto antes , así que entregué la suma de dinero exigida por las tres mujeres, y salí del sitio de prisa. —No tienen nada que temer, estarán bien —mencioné. —Cualquier cosa que no sea estar en ese horrible lugar, está bien —contestó una de ellas. —Haremos lo que quiera señor, solamente no nos vaya a golpear —suplicó otra. Me sentí muy mal con el temor infundado que tenían esas pobres mujeres. No podía imaginar por cuánto daño tuvieron que pasar. Intenté tranquilizarlas diciéndoles la verdad. —Cuando digo que estarán bien, lo digo en serio. Ustedes están ahora bajo la protección de testigos de la Seguridad Nacional —informé. Sorprendidas se miraban una a la otra como si de una broma se tratara. Creían que todo era un mal chiste. —Por favor no juegue con nosotros de esta manera y solamente díganos que debemos hacer —manifestó otra de las chicas. Al ver la negativa de las mujeres a creer lo que les decía, decidí mostrarles mi placa policial y enseguida sus rostros se iluminaron. Por fin se acabaría su calvario. —Pero no entiendo nada, ¿cómo ocurrió esto? ¿cómo está nuestra amiga? —preguntaban desesperadas. —Todo hace parte de una investigación sobre la trata de personas. Ahora, estoy reuniendo toda la información que me sea necesaria para dar con los responsables de tan atroz crimen —contesté. —¿Qué pasará con nosotras?  —Ustedes ahora están bajo nuestra protección. Nos brindarán la información que puedan y empezarán una nueva vida como  testigos protegidas —informé.
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