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Cálido como el fuego (Frío como el hielo 2)

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Blurb

Han pasado cinco años y Jay y Kate no son los mismos, cansada de esperar a que el padre de su hija volviera a su vida, decide darle una nueva oportunidad al amor enamorándose de otro hombre, uno que parece perfecto. Está decidida a olvidar a Jay y la vida que tuvo a su lado, sin embargo, el secreto más guardado y oscuro que ambos comparten, puede salir a la luz, arruinando su vida por completo. En su lucha por evitar que todo se descubra, el acercamiento entre los dos es inevitable.

¿Podrá el amor renacer después de tanto dolor? ¿O Kate y Jay aceptaran que a veces solo el amor no es suficiente?

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Prólogo
Prólogo    Quema.  Siento que me estoy quemando, que mi cuerpo arde y está en llamas, no puedo moverme, no puedo defenderme. ¿por qué me duele tanto? Parpadeo, ah, está usando aceite en el cinturón para acentuar el dolor, por eso siento que me quema tanto. Mamá grita, suplicándole que se detenga, pero ella nunca interviene más de lo necesario, si no, ambos terminaríamos con una paliza. ¿Cómo podría cuidarme si está tan mal como yo?  Me obligué a mí mismo a mantener la calma, apaciguar el dolor como mejor puedo. No debería estar pasando por eso, un niño de diez años no debe sentir tanta rabia, tanto odio y rencor hacia su propio padre. ¿No debería estar disfrutando mi niñez? Mamá dice que sí, pero es imposible cuando mi padre me golpea hasta dejarme en el piso, chillando del dolor. -Levántate rata asquerosa -grita, siento su saliva golpearme en la cara y eso me duele más que todos sus golpes, porque la humillación es más desgarradora. - ¿Eres un maricón? ¡Levántate como un hombre!  Lo miré, las lágrimas de rabia y dolor corrían por mi rostro, lo que lo satisfizo más. Me obligué a mí mismo a levantarme, mientras mi madre me hacía señas para que no lo hiciera, porque ella sabía lo que eso significaba. Otra ronda más de golpes.  Mi padre sonrió, disfrutando del momento. Entendí hace mucho que mi padre no me golpeaba solo por rabia, en realidad, disfrutaba maltratándome. Era un morboso de mierda y sentía satisfacción al romper mi piel, al golpearme fuerte hasta hacerme sangrar. -Vete a la mierda -gruñí, solo porque no podía evitar hacerlo.  Mamá jadeó, pero mi padre no esperó para golpearme directo en la cara, conectando su puño en mi nariz y mandándome al suelo de nuevo. Un dolor intenso y denso me hizo gritar con fuerza, esto era uno de los golpes que más me dolían. Sin embargo, la misma rabia explotó en mí y todo cambió. Olvidé el dolor, simplemente me levanté de nuevo y me fui hacia mi padre, comenzando a golpearlo como podía.  Era tan tonto, que mis puños no le dolieran, en cambio le hicieran reír, me enojaba mucho más. Quería pegarle, quería romperle algo, quería que chillara y llorara como yo, que suplicara que se detuviera, pero papá nunca lo hacía, para él esto no era más que un juego. -Tener bolas no significa nada cuando no tienes fuerza -dijo mi padre, tomándome del cuello e inmovilizándome de inmediato. - Bastardo arrogante, ¡no sirves ni siquiera para pegar!  -¡Artie no! -gritó mamá, pero ya era demasiado tarde.  Papá me golpeó de nuevo, esta vez, la rabia no significaba nada porque fue tan fuerte, que no pude haberme mantenido en pie por mucho que quisiera. Me fui al suelo y allí, solamente recibí más patadas, más golpes.  Dolía.  Todo el cuerpo me dolía, ya no estaba usando en cinturón, ahora era solo la punta dura de su zapato que golpeaba mi estómago, que se metía en mis costillas, sacándome el aire y poniendo de un color tan rojo. Miré a mamá, esperando que me defendiera, pero ella estaba tan aterrada, llorando a mares y sintiéndose inútil, porque lo era, no podía defenderme, nunca pudo. -No me detendré hasta que no te rindas -dijo mi padre. - Tienes que aprender que no eres el hombre aquí, lo soy yo.  Me golpeó de nuevo y escupí mi propia saliva, no podía tragarla, sentía mi estomago en llamas. -¡Suplica! -gritó, golpeando de nuevo para dar énfasis.  No quería decirlo, porque lo único que necesitaba mantener conmigo era mi orgullo. Papá decía que era demasiado orgulloso, mamá decía lo mismo. Ella no le importaba rogar a cambio de que la dejara en paz, pero yo no quería hacerlo. ¿Por qué? No podía darle eso también, ya se estaba llevando todo con golpearme hasta dejarme en el suelo, no quería humillarme más. -¡Pide perdón pequeña rata! -pidió de nuevo, estaba perdiendo la paciencia.  Mantuve mis labios sellados, no queriéndole dar ese gusto. ¿por qué no me mataba? Así tal vez la policía me encontrara y mamá pudiera obtener su libertad, tal vez si acababa conmigo se lo llevarían para siempre y alguno de los dos sería feliz. Me quedé en silencio, firmando así mi sentencia. Iba a seguir golpeándome hasta que ya no pudiera más, hasta que me desmayara del dolor.  Entonces, el timbre sonó. Todos nos quedamos inmóviles, a pesar de los gritos, el desorden y todas las cosas que papá rompía en uno de sus ataques de violencia, nunca nadie se metía. En este barrio la gente tenía sus propios problemas y no se involucraban en nada más, sin importar que una mujer y un niño estuviera siendo agredidos. -Si abren la boca, los mato -dijo mi padre, dándonos una mirada a mi madre y a mí.  Se dio la vuelta para abrir la puerta y mamá salió corriendo, arrodillándose frente a mí y tomándome de las mejillas. -Oh bebé, ¿estás bien? -preguntó.  Puse los ojos en blanco, ignorando que eso también me dolía, porque mi madre a veces era demasiado tonta.  Papá rio, lo que me puso alerta de inmediato. Ignorando a mi madre, intenté sentarme, lo poco que podía, si era uno de sus amigos, entonces podría irme a mi habitación en silencio y descansar esta noche, hasta que mañana se acordara de mí de nuevo. Sin embargo, antes de poder levantarme, una pequeña niña pelirroja apareció en la sala.  Palidecí, viéndola fijamente. Era bonita, delicada y perfecta. Me miró directamente también, notando la sangre y los golpes en mi cara. No debía verme para nada bonito. -Hola -susurró, dulce y suave. -Ella es Rachell, tú nueva amiga -murmuró papá, poniendo una mano sobre el hombro de Rachell.  Oh, mierda. ***  Me senté en la cama, jadeando y sudando, aun afectado por ese jodido sueño. Esta era la tercera noche consecutiva que los tenía, no sabía qué los había detonado, no sabía por qué estaba así, era como un retroceso a todo el avance que había estado teniendo estos años. Pero se sentían tan reales, que mi corazón seguía latiendo fuerte y asustado como esa noche, como cuando era apenas un niño.  La puerta se abrió de golpe, no necesitaba comprobar quien era, porque Rachell entraba así todo el tiempo, cada vez que me escuchaba una de mis pesadillas. Apenas me vio sentado y al borde de una crisis, suspiró e hizo una mueca. Odiaba que tuviera lastima de mí, aunque ella estaba en la misma mierda que yo.  Se acercó un poco más y se sentó a mi lado, respetando mi espacio personal, pero dejándome claro que estaba allí para mí. -¿Tuviste otra pesadilla? -preguntó.    Negué con la cabeza, pensativo. -No son pesadillas, son recuerdos -admití finalmente.  Después de mi terapeuta, Rachell era la otra persona a la que más le contaba sobre mí. Ya que habíamos pasado por lo mismo, y vivía conmigo, se sentía bien hablar con ella, porque no iba a juzgarme, jamás lo había hecho. Hizo una mueca y sus labios se arrugaron, como cuando pruebas algo y no te gusta, ciertamente a ella no le gustaba saber que estaba recordando las cosas del pasado. -¿Has hablado con tu terapeuta? -preguntó de nuevo. -Sí, pero dice que las pesadillas no están influyendo en mi recuperación -Pellizqué mi nariz, necesitaba ir a entrenar, necesitaba sacar el miedo que aun fluía en mis venas. Me levanté de la cama, yendo hacia mi armario mientras Rachell me observa. -¿Qué crees que las está detonando? -preguntó, curiosa, le preocupaba todo de mí, después de todo, solo nos teníamos el uno al otro.  Me encogí de hombros mientras sacaba una camiseta de mi armario. -No lo sé. -¿No lo sabes o no quieres saberlo? -preguntó.- ¿No tendrá algo que ver con Kate y su novio?  Mi cuerpo se tensó, como cada vez que escuchaba hablar de ella. Kate era un tema delicado para mí, siempre lo había sido, pero solo pensarla con otro hombre, me dolía peor que los golpes de mi padre con el cinturón lleno de aceite. -Vete de mi habitación -gruñí, porque algunas cosas simplemente no cambiaban, ser así estaba en mi personalidad y ni siquiera mi terapeuta había logrado borrar eso. Mandaba a la mierda a la gente cuando quería, o en el caso de Rachell, cuando presionaba demasiado. -Me iré, pero lo que necesitas es recuperar a tu mujer, no irte a correr por la ciudad -dijo, antes de salir de mi habitación. 

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