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Cinco años después…
Miré a Jayce, estaba preciosa, luciendo un vestidito rosa pálido, su espeso cabello n***o y liso caía sobre sus hombros. Me gustaba verla tan contenta, sonriéndole a Britanny mientras esta le hacía bromas. Cuando me miró, sentí una punzada en el corazón, aquellos ojos grises tan idénticos a los de su padre. A veces, soñaba con ellos, me despertaba en una bruma de recuerdos, sintiéndome vacía, apagada y un poco excitada también, pero entonces, la veía a ella y me daba cuenta de que, tenía otros ojos grises para mí, unos que nunca me iban a fallar.
Todavía no podía creer que ya hubiesen pasado cinco años desde su nacimiento, desde que la tuve por primera vez en mis brazos, después de tanto sufrir. Ella fue como un regalo enviado desde el cielo, cuando la tuvimos, todo pareció mejorar, aunque cuando las cosas seguían difíciles, tenerla con nosotros nos hizo la vida más fácil, más llevadera. Era alegre, extrovertida, llena de tanta energía y muchas ganas de conocer.
Me daba gusto ver que nada de lo que su padre y yo vivimos en el embarazo la afectó, que aun después de los problemas, ella seguía siendo perfecta. Por supuesto, tenía un carácter del infierno, me costaba mucho controlarla algunas veces, enseñarle que a veces, lo que queríamos no lo podíamos tener. Me hacía acordar a su padre en ese momento, tan duro, tan frío, tan estoico, pero condenadamente hermoso cuando quería.
Unas cálidas manos se posaron en mi cintura, alejando los pensamientos de Jay. Suspiré en alivio, apoyándome en el pecho de Patrick. Él, sin saberlo, era quien calmaba mi corazón cuando estaba hecha polvo, cuando se acercaban peligrosamente a los pensamientos de Jay. Me dio un beso en la cien, sonriéndome.
—Se ve preciosa —murmuró, mientras mirábamos a mi hija. — Aunque acaba de decirme que no le gusta el color rosa, que hubiese preferido el gris —me frunció el ceño, mientras aguantaba la risa. — ¿Qué niña de cinco años no le gustan las cocinitas y muñecas rosas?
No lo dije, pero dentro de mí respondí: La hija de Jay Colton. A veces, Patrick no entendía a mi pequeña, ella no era como las otras niñas, no se regía de la misma forma que los demás. Eso lo había sacado de su padre, sumándole la influencia que tenía en su vida, no me sorprendía que saliera exactamente como él. El que hubiese nacido niña no interfería en nada, ella tenía su personalidad y aprendí a respetársela.
—Quiero decir, a mis sobrinas les encantan mis regalos —siguió diciendo, como si nada.
—Mi hija no es como las demás, ella es… diferente —puntualicé, para terminar la conversación.
Observé la decoración, ciertamente era diferente. Mientras llegaban los invitados, se quedaron un poco confundidos al ver el color gris como decoración, pero ella así lo quiso. Hicimos un pacto, porque no había forma de conseguir algunas cosas de fiesta de ese color y las reemplacé por el rosa, solo para que le diera un poco de vida. Jayce tenía una personalidad fuerte, imponía sus gustos y a su corta edad, no le gustaba escuchar un no por respuesta.
Algunos le dirían mimada, yo prefería verla como una niña muy determinada.
—¿Qué te parece si nos damos una escapada a la habitación? —susurró Patrick, después de cambiar de tema. Se presionó contra mi trasero, y aquello envió punzada de excitación. Sin embargo, le di una mala mirada.
—Es el cumpleaños de Jayce, no podemos meternos a follar como si fuéramos dos chiquillos —reprendí, ignorando su mueca de decepción. — Además, tengo que atender a los invitados.
Patrick no insistió, porque no era de esa clase. Nos conocíamos desde hacía apenas un año, era uno de los mejores amigos de Jonathan, estuvo de viaje durante mucho tiempo y nunca tuve el placer de conocerlo cuando estaba con Devon, así que nos presentaron hace un año, en el cumpleaños de una de las hijas de mi mejor amiga. Nos agradamos de inmediato, en ese momento había estado pasando por momentos muy duros después de la separación de Jay y él fue como un soplo de aire fresco. Nos gustamos, inclusive nos besamos ese mismo día y a continuación, comenzamos a salir.
Me gustaba lo bien que se comportaba conmigo, era cariñoso, amable, tranquilo, no tenía ningún pasado oscuro ni complicado, por lo que nuestra relación era sencilla y tranquila. Era todo lo diferente a Jay, lo justo y necesario para mi vida. Después de un tiempo, entendí que el padre de mi hija y yo no tendríamos una oportunidad, que no estaríamos juntos nunca más. así que el mejor candidato era Patrick, el hombre perfecto.
Adoraba a Jayce, a pesar de que hasta ahora no habían logrado desarrollar una conexión, esperaba que más adelante lo hicieran. Jayce era demasiado trabajo para un hombre que estaba acostumbrado a tratar con niñas dulces y tranquilas de su edad, como sus sobrinas. Por eso le tenía paciencia, porque a pesar de todo, seguía aquí todos los días, apoyándome. Lo quería, mis sentimientos por él eran verdaderos y me gustaba cuando estábamos juntos, no podía pedirle más a la vida.
—Está bien cariño, como tú digas…
La voz de Patrick se perdió porque justo en ese momento Jay Colton entró por la pierta. De inmediato, todo quedó olvidado. Como siempre pasaba cada vez que entraba en un lugar, sus ojos me buscaron. A pesar del tiempo, aun sentía la misma conexión con él, nos buscábamos con la mirada para asegurarnos que estaba allí y era una práctica que a través de los años no se nos quitaba. Para mi fortuna, Patrick estaba embelesado hablando sobre el nuevo proyecto de arquitectura de su empresa que no se dio cuenta de que me hice papilla allí mismo.
Los años habían sido amables con Jay, lo habían vuelto más sexy y hermoso. Seguía siendo igual de grande, aun conservaba la mitad del gimnasio y se mantenía en muy buena forma. Tenía una barba de dos días preciosa, y el cabello largo por los hombros, aunque se lo recogía en un moño desordenado. Eso no lo hacía ver femenino, al contrario, mucho más ardiente. Era una mujer comprometida, tenía novio, uno muy guapo, pero tampoco era de hielo y verlo siempre me hacía sentir cosquillas en el estómago.
Nuestros ojos se encontraron y aquello fue como encender una vela, iluminando todo. Teníamos alrededor de dos meses sin vernos, no lo admitiría nunca, pero en realidad, lo estaba evitando. Trataba por todos los medios verlo, mirarlo, porque aquello dolía. Cuando sabía que estaba en Alabama, siempre le pedía a Jett que le llevara a Jayce, o cuando él venía a casa, procuraba irme antes. Un poco inmaduro, si mi psicólogo supiera lo que estaba haciendo, me regañaría, pero a veces simplemente necesitaba aclarar mis días, reafirmarme que estaba con otro hombre y que lo amaba.
Gracias al cielo Jay nunca intentó nada conmigo, se mantenía a una distancia, nos llevábamos bien, era un maravilloso padre y aquello me hacía feliz, que mi hija y él se adoraran, pero conmigo era todo diferente. Me hablaba, nos decíamos mucho, sin embargo, nada referente a nosotros. Por años estuve esperando a que llegara un día y me dijera que estaba sano, que ya estaba listo para amarme, que cumpliéramos nuestro sueño de tener una familia.
Pero ese día nunca llegó.
En algún punto, me cansé de esperar por él, de anhelar que un día me tomara como su mujer. Sabía que la terapia lo había ayudado bastante, se podía notar en la forma en la que hablaba, ahora mucho más abierto, en cómo miraba, actuaba y se reía. Él Jay Colton que conocí hace seis años jamás hubiese actuado así, además de que estar con Jayce lo ayudaba muchísimo, la niña era todo para él. Cuando la miraba, no encontraba nada de oscuridad en sus ojos y eso calmaba mi corazón, porque pasara lo que pasara con nosotros, él iba a estar allí para ella.
—¡Papiii! —gritó Jayce, apenas se dio cuenta de que su padre estaba entrenando. Dejó a Lissie, la hija mayor de Britanny jugando sola y corrió hacia él.
Sonreí sin poder evitarlo, notando la sonrisa sincera y calidad que Jay le dio a nuestra hija, antes de que ella saltara a sus brazos, amarrándose a él como un pequeño mono. Detrás venía Rachell, sonriendo también. Estaba cambiada, seguía siendo linda, pero ahora tenía las mejillas sonrojadas y llenas de vida, por supuesto, ya no vivía en las calles seguía viviendo con Jay en su apartamento, pero encontró que le gustaba mucho dibujar, ahora era tatuadora en una tienda de la ciudad.
Había muchos tatuajes en sus brazos, un piercing en la nariz, su cabello pelirrojo suelto y liso. En realidad. Se veía peligrosa, pero ardiente, del tipo de mujer que sabía que podía joderte si la dejabas. Rachell tenía la experiencia de la calle con ella, y dejando a un lado mis celos, me gustaba saber que Jay no estaba solo, que tenía a alguien con él.
Nuestros ojos se volvieron a encontrar, pero esta vez, no había nada allí. Me dio un asentimiento, sus ojos notando las manos en mi cintura, al hombre que me abrazaba desde atrás. Todo la calidez y el calor se fueron de sus ojos, quedándose fríos de nuevos.
—Kate —dijo simplemente, nada de cariño en esas palabras.
Ignoré la punzada de dolor que aquello provocó y asentí de vuelta.
—Jay —susurré, tratando de mostrar la misma frialdad.
El padre de mi hija y mi novio ni siquiera intentaron saludarse, era bien conocido que no se llevaban bien, se caían bastante mal, a decir verdad. Patrick decía que era un hombre peligroso, inestable y que parecía que en cualquier momento perdería el control, me aseguraba que no era sano que Jayce estuviera mucho tiempo cerca de él, sobre todo cuando la niña comenzaba a adoptar su misma personalidad. No le hice caso, por supuesto, jamás apartaría a mi hija de su padre, no cuando ellos se amaban tanto. Además, estaba segura de Jay había cambiado y que nunca haría nada para poner en peligro la vida de mi hija.
Rachell llenó de besos a Jayce y le entregó un regalo enorme. Ella no demoró en abrirlo, demasiado entusiasmada con que su padre le estuviera trayendo algo. Siempre lo hacía, cada vez que venía a visitarla la llenaba de mimos y atenciones, así que ella estaba doblemente feliz. Sin embargo, me quedé de piedra cuando abrió el paquete y sacó dos mini guantes de boxeos. Me paralicé, no pude moverme, aun cuando Patrick comenzó a quejarse de aquel regalo.
Jayce saltó alegre, demostrando así que estaba feliz por el regalo. Yo no pude hacer ni decir nada, porque todo lo que podía pensar era el significado que unos guantes de boxeo traían en mí. hacía años que no entrenaba, pero nunca se me olvidó que aquello fue lo que nos unió a Jay y a mí. Mientras estuve en Atlanta, practiqué durante semanas para entrenarme, para poder defenderme y eso me volvió una mujer más fuerte y segura, mucho más madura. Y en el camino, terminé enamorándome perdidamente de él.
Por un momento, los recuerdos llegaron de golpe. Me sentí abrumada, así que me separé de Patrick, que seguía frunciéndole el ceño al regalo de Jayce.
—¡Mami mira lo que papi me regaló! —gritó Jayce, dirigiéndose hacia mí.
Le dediqué una sonrisa, a pesar de que por dentro estaba tan afectada. Quería llorar, gritar, salir corriendo, no hice nada de eso. Jayce no tenía por qué saber que, a pesar de los años, todavía habían algunas cosas que me afectaban.
Miré a Jay de nuevo, él ya estaba mirándome. Era como si pudiera sentir lo que yo sentía, como si aun después de tanto tiempo siguiéramos tan conectados. Por un momento, imaginé que sí, y entonces supe que no importaba nada, porque cuando él me miraba, seguía dándome la paz que tanto busqué.
***
Después del regalo de Jay, mi hija olvidó totalmente todos los demás regalos. Jay y ella se quedaron un rato en la sala de estar, mientras este le enseñaba a boxear, aunque en realidad solo estaba jugando con ella, haciéndole cosquillas y poniéndola feliz. Me fui a la cocina, evitaba mirarlo o estar cerca de él, porque en días como estos, en los cumpleaños, en día de gracia, en navidad o fin de año, todavía dolía ver lo que pudimos haber sido, y nunca fuimos.
Por supuesto, ahora tenía un nuevo novio, lo quería muchísimo y planeaba ser feliz con él.
Britanny me siguió, como mi mejor amiga desde hacía años, me conocía bastante bien, sabía lo que estaba pasando por mi cabeza.
—Dios, ese hombre cada vez que lo veo se pone más sexy —comentó, bebiendo su tercera copa de champaña. Últimamente, beber era su escape ante la realidad de su matrimonio, uno que estaba cayéndose a pedazos. — ¿Por qué demonios Jonathan no se deja crecer el cabello así y me folla contra la pared?
Puse los ojos en blanco. — Tal vez porque tu esposo nunca ha sido de ese estilo. ¿Cómo están las cosas entre ustedes?
Ella se encogió de hombros, pero evitó mirarme a la cara, porque sabía que iba a notar el dolor en su mirada. Britanny y Jonathan no estaban pasando por su mejor momento en el matrimonio, peleas por todo, acusaciones de infidelidad y mucho distanciamiento por parte de ambos. Mi mejor miga fingía estar bien, pero bebía más de la cuenta y el dolor en su rostro era evidente. Procuraba apoyarla, porque conocía bien el dolor que estaba pasando.
—Creo que si pudiera apuñalarme mientras duermo, definitivamente lo haría —replicó, sonriéndome con sarcasmo, aunque no sabía si estaba bromeando o no. — No importa eso ahora, lo importante es el sexy cavernícola que tienes afuera y que es sumamente dulce con su hija. Si no fuera porque es tu ex, hubiese intentado follármelo.
—¡Britanny! —me quejé, aunque me estaba riendo también. Ella realmente no hablaba en serio, sacando el increíble físico de Jay, él y Britanny nunca habían congeniado. No podía decir que se odiaban, pero definitivamente nunca serían amigos. Ella aun no lo perdonaba por destrozarme el corazón y dejarme hecha pedazos, y él no estaba interesado en agradarle a nadie, así había sido durante todos estos años. Se llevaba mucho mejor con Patrick, fue la primera en alegrarse cuando comenzamos a salir, decía que él era más mi tipo de chico, uno que nunca me haría sufrir.
Suspiré y abrí la boca para decirle que no quería seguir hablando de Jay Colton, pero el timbre sonó en ese momento. Me moví fuera de la cocina para abrir, mi hermano estaba demasiado concentrado enseñándole su colección de armas a Rachell, que parecía fascinada y no precisamente con las armas, más bien con los músculos de Jett.
Guardé una nota mental para pedirle que no se metiera en eso. Cuando abrí la puerta, me encontré a un sonriente y amable repartidor vestido de azul. Lucía como de mi edad, o un poco más joven, lo reconocí de la empresa de envíos y entregas de la ciudad. Alabama no era muy grande, así que la mayoría nos conocíamos.
—¿Kate Fisher? —preguntó, había un pequeño regalo color rosa entre sus manos. Asentí en afirmación. —Tiene una entrega.
Tomé el regalo que me estaba entregando y le agradecí, justo antes de firmar la entrega. Me despedí del chico y entre con el regalo en brazos, no tenía idea de quién podía haber sido, así que lo primero que hice fue romper el envoltorio. Teníamos algunos conocidos en el pueblo y la ciudad, algunos compañeros de clases y maestras le habían tomado mucho cariño a mi hija, así que cualquiera de ellos pudo haberle enviado un regalo de cumpleaños.
Sin embargo, cuando terminé de romper el envoltorio, la respiración quedó atascada en mi garganta. Me paralicé, observando el contenido que había dentro de la caja. Un artículo sobre el asesinato a un hombre en Atlanta, homicidio por estrangulamiento. La nota venia junto con un sobre, y aun con manos temblorosas, tomé el valor de abrirlo.
Mi rostro palideció cuando leí la única frase escrita en la hoja de papel: “Sé lo que hicieron y lo pagaran”. Comencé a temblar, escuché a Britanny y a Patrick llamarme, inclusive Jett se alejó por fin de Rachell al darse cuenta de lo que estaba pasando, pero todo dejó de existir para mí, el mundo entero se apagó. A la única persona que tuve el valor de mirar, fue al hombre al final de la habitación que me miraba con intensidad, aun sin moverse.
Porque él lo había hecho y lo que pensé que estaba enterrado para siempre, volvía con fuerza y sin preaviso.