Lisa miró su reloj con nerviosismo y dijo en un susurro:
—¿En serio?
Su voz sonó tensa, y por un momento, Maya pudo ver un destello de miedo y pánico en los ojos de su hermanastra. Pero, tan rápido como apareció, esa expresión desapareció, como si nunca hubiese estado allí. Lisa rápidamente se recuperó y, con una sonrisa forzada, agregó:
—Hay muchos relojes como el mío, pero este... este ya no me gusta. Me voy a deshacer de él.
Maya la observó sin comprender del todo. La escena había sido tan fugaz que no estaba segura de si realmente había visto lo que pensaba. Sin embargo, la idea de que Lisa tuviera algo que ocultar no le parecía creíble. Aunque su hermanastra a veces era difícil de entender, Maya confiaba en ella. Quizás solo se había sorprendido por la coincidencia de que sus relojes fueran tan similares.
—¿Sabes qué? —Lisa dijo con determinación, alzando el reloj con una mano—. Lo tiraré. No quiero que nada arruine nuestra noche.
Sin más preámbulos, Lisa lanzó el reloj tan lejos como pudo, observando cómo caía en un rincón oscuro de la calle. Maya no sabía si debía sentirse tranquila o preocupada por el gesto impulsivo de Lisa, pero, al final, decidió dejarlo pasar.
—¿Nuestra noche? —Maya preguntó, curiosa, pero con una chispa de duda en su voz.
Lisa sonrió ampliamente, como si todo tuviera un sentido perfecto.
—¡Claro! No voy a permitir que el cumpleaños de mi hermana menor pase desapercibido. Así que vamos, te voy a arreglar y esta noche vamos a divertirnos como nunca.
Maya la miró, desconcertada, pero no le dijo nada. Había algo extraño en el entusiasmo de Lisa, pero decidió no cuestionarlo. Después de todo, si ella quería hacer de esa noche algo especial, ¿por qué no dejarla hacerlo?
Dejó que Lisa la guiara a su habitación en la casa de los Blackwood, donde en pocos minutos la transformó. Maya no esperaba mucho, pero cuando se miró en el espejo, se sorprendió de lo que veía. El vestido rosa que Lisa había elegido le quedaba perfectamente, acentuando sus curvas de una manera que nunca había imaginado. El maquillaje estaba impecable, un toque delicado que la hacía parecer una princesa, con los ojos delineados y los labios suaves pero llamativos. Maya apenas se reconocía, aunque algo en su interior disfrutaba de la imagen reflejada.
Lisa dio un paso atrás y observó su trabajo con satisfacción.
—¡Perfecta! —exclamó, con una sonrisa orgullosa—. Solo falta el último toque. El perfume.
Maya frunció el ceño al escucharla, recordando el perfume que su jefe, Jack, le había regalado por su cumpleaños. Aunque al principio no le gustaba la idea de rociarse algo tan caro, ahora sentía que el perfume le quedaba bien. Se lo aplicó en el cuello y en las muñecas, un toque sutil pero elegante.
Mientras caminaban por las calles, Maya no pudo evitar notar lo diferente que era a su hermana. Lisa, siempre tan segura de sí misma, vestida con ropa cara y reveladora, era el centro de atención dondequiera que iba. En cambio, Maya, aunque también atractiva, prefería la sencillez, evitando llamar la atención. A pesar de sus diferencias, aquella noche, parecía que todo el mundo se fijaba en ella.
"¿Qué está pasando?" pensó Maya, mirando a su alrededor. Las calles estaban llenas de gente por todas partes.
—¿Por qué hay tanta gente en la calle? —preguntó, sin poder evitar una sensación de incomodidad.
—Es la celebración del compromiso de Carlos —dijo Lisa, sonriendo al ver la expresión confusa de Maya.
Maya la miró extrañada. No tenía idea de quién era Carlos, ni por qué ese compromiso parecía tan importante.
—¿Carlos? —preguntó, aún desconcertada.
Lisa asintió, como si fuera lo más natural del mundo.
—Sí, Carlos Darkmoon. Es el príncipe de Moonlith. Se compromete con Amara, la hija de los lobos más nobles del reino. Es un evento grandioso.
Maya frunció el ceño, tratando de asimilar la información. Aunque no conocía a Carlos ni a Amara personalmente, había escuchado rumores y leyendas sobre el Reino de Moonlith y sus poderosas manadas. En la mente de Maya, todo eso siempre parecía muy lejano, algo sacado de un cuento de hadas.
—¿El príncipe de Moonlith? —repitió, mientras intentaba hacer conexiones con lo que sabía. Algo en la historia no terminaba de encajarle.
Lisa se dio cuenta de su desconcierto y aprovechó la oportunidad para explicarle con más detalle.
—En el Reino de Moonlith, todas las manadas están gobernadas por el Rey Licántropo. Él tiene dos hijos, el primer príncipe y el segundo príncipe. Solo el Rey y los dos príncipes son Licántropos, los demás somos Lobos. Y la manada Blackwood, la nuestra, está cerca de la capital, donde viven los Lobos de la capital, la manada Darkmood. Ellos suelen cruzar nuestro territorio, pero no es tan común verlos fuera de sus tierras.
Maya trató de recordar lo que sabía sobre el Reino de Moonlith. Siempre había escuchado historias de la capital, de cómo los Licántropos, seres poderosos y casi místicos, gobernaban a los Lobos, quienes a menudo vivían a la sombra de los nobles. La manada Blackwood, aunque respetada, no era tan prominente en la corte. De hecho, la mayoría de las veces, los asuntos del reino parecían estar lejos de su vida cotidiana.
Lo que le sorprendió, sin embargo, era lo que estaba sucediendo ahora. Mientras caminaban por las calles, podía ver las primeras señales de lo que Lisa decía, pero algo estaba fuera de lugar. Nunca antes había visto tantas personas en las calles de la ciudad. La vibrante energía de la capital parecía haberse multiplicado en horas, y la multitud fluía por todas partes.
Lisa tomó a Maya de la mano con una firmeza sorprendente, guiándola a través de la multitud con una destreza que Maya no pudo evitar admirar. Era como si Lisa conociera cada rincón del bullicio, moviéndose entre las personas con una facilidad que a Maya le resultaba casi imposible. Pronto, llegaron a un bar muy concurrido, el tipo de lugar donde era fácil perderse entre la gente. La música era alta, el aire pesado de risas y conversaciones entremezcladas, y el ambiente estaba cargado de una energía electrizante.
Maya se sintió un poco fuera de lugar al entrar, aun no entendiendo bien qué estaba pasando, pero confiaba en Lisa, que parecía tan a gusto allí. La siguió hasta la barra, donde Lisa, sin vacilar, pidió dos tragos, uno para cada una.
—No te preocupes, Maya —dijo Lisa con una sonrisa confiada, mientras empujaba el vaso hacia ella—. Relájate y disfruta de la noche.
Maya miró el trago con algo de duda. Nunca había probado alcohol antes y no estaba segura de cómo iba a reaccionar, pero las palabras de Lisa sonaban tan convincentes que decidió, al menos, intentar relajarse. A pesar de sus esfuerzos, sentía que la tensión aumentaba dentro de ella. No estaba acostumbrada a lugares como este, ni a la multitud que la rodeaba.
De repente, y sin previo aviso, Lisa desapareció entre la gente, como si se hubiera desvanecido en el aire. Maya se quedó allí, sola, mirando alrededor, insegura de qué hacer. Fue entonces cuando varios hombres comenzaron a acercarse, mirándola con sonrisas intrigantes, comenzando a coquetear con ella de manera descarada. Maya no sabía cómo reaccionar, sintiéndose incómoda y fuera de lugar, mientras trataba de esquivar las miradas y palabras de los hombres.
El pánico comenzó a apoderarse de ella, y en un impulso, dio un paso atrás, dispuesta a salir corriendo del bar, cuando, de repente, Lisa apareció de nuevo, abriéndose paso con una actitud desafiante. Con un gesto de mano, alejó a todos los hombres, sus ojos brillando con una mezcla de autoridad y diversión.
—¡Váyanse! —les ordenó, y los hombres, ante su postura tan decidida, no dijeron una palabra más y se alejaron, dejando a Maya con una sensación de alivio.
Lisa se acercó rápidamente a Maya, sonriendo con un aire de victoria, y le extendió una tarjeta.
—Tómala. —Lisa le dijo con un tono tranquilo—. Vamos, ya no hay marcha atrás.
Maya miró la tarjeta con confusión, sin saber qué pensar.
—¿Para qué es esta tarjeta? —preguntó, mientras tomaba el objeto con manos temblorosas.
Lisa le dio una mirada traviesa y, sin perder la calma, explicó:
—Definitivamente nos vamos a emborrachar. Mamá nos mataría si llegamos ebrias, así que alquilé un cuarto en este hotel. Volveremos a casa mañana, todo estará bien.
Maya, aún desconcertada por la propuesta, miró a su hermanastra con desconfianza. No estaba segura de qué pensar sobre todo lo que estaba sucediendo.
Antes de que pudiera refutar nada, El escenario se iluminó en medio del bar. Las luces se atenuaron brevemente, y la música pareció desvanecerse, dando paso a vítores y aplausos de la multitud. Todos se agolpaban, emocionados por lo que estaba a punto de ocurrir.
La multitud se volvió loca, gritando y aplaudiendo con entusiasmo. Lisa, que había estado observando el escenario con expectación, levantó la mano y, con una risa emocionada, gritó:
—¡Son Carlos y Amara!
Maya no podía apartar la mirada de ellos. El hombre, con su porte elegante, y la mujer a su lado, tan exquisita, vestida con una túnica ceremonial de un color rojo profundo y adornada con metales preciosos, hacían que el resto del mundo pareciera opaco en comparación. Los aplausos llenaban el bar, pero pronto se apagaron, y el murmullo de la multitud se convirtió en susurros entre algunas chicas que estaban cerca de Maya.
Con curiosidad, Maya se acercó un poco más para escuchar mejor.
—Carlos es muy guapo —dijo la primera chica, casi en un susurro, mirando fijamente el escenario.
—Sí, lo es —respondió la segunda chica, también con una expresión admirada—. Amara también es hermosa. Escuché que es la mujer más hermosa de la Capital.
—No lo dudo —dijo con una sonrisa cómplice—. Nació hace diecinueve años, la noche de la luna de la cosecha.
Maya sintió como si el aire se le escapara de los pulmones. Sus ojos se abrieron ligeramente, y su corazón dio un vuelco. La luna de la cosecha. La misma luna bajo la cual ella había nacido.