Víctor salió de su despacho con una sonrisa victoriosa en los labios. Si no fuera por los ojos siempre vigilantes de las cámaras de seguridad de la empresa, podría haber sucumbido al impulso de dar vueltas en un baile de puro triunfo. La caída de aquellos traidores, la sola idea de su inminente deshonra, y saber que se destrozarían entre ellos, le producía un profundo sentimiento de satisfacción. Caminó al ascensor sin ocultar la sonrisa, cuando llegó al vestíbulo del hotel con el aire de un general a punto de comandar sus tropas, los agentes de seguridad se pusieron en guardia, sintiendo la gravedad del momento cuando Víctor se les acercó. Sin vacilar, pronunció una orden, mientras su voz tenía el peso de lo definitivo. —Asegúrense que el señor Enrique y compañía salgan de este edific

