Capítulo 4: La unión de dos almas.

1202 Words
El silencio se tragó sus palabras, dejando la pregunta colgando como una gota de veneno en el aire perfumado del salón. Los ojos de Víctor destellaron con una emoción compleja, y por un momento, Vivian pensó haber cruzado una línea invisible que siempre temió tocar. Sin embargo, Víctor se inclinó hacia adelante, reduciendo la distancia entre ellos, su aliento cálido acarició la piel de su oreja cuando respondió con una voz baja y controlada que solo ella podía escuchar. —No porque no lo desee, sino porque temo… incomodarte, además, si te tengo diariamente me volveré adicto a ti… y entonces jamás podré dejarte ir… no deberías preguntar cosas que no estás lista para escuchar las respuestas, Vivian. Ella sintió un hormigueo recorrer su columna. La intensidad de su voz revelaba una verdad que Vivian nunca esperó oír. Algo dentro de ella se estremeció y despertó; los muros cuidadosamente erigidos empezaron a tambalearse bajo el peso de sus emociones genuinas. Víctor le sonrió con misterio, tomó su mano y la guio hasta el exterior de la casa. Caminó con ella en pleno silencio por el jardín por un camino débilmente iluminado y cuando ella se dio cuenta de hacia dónde la llevaba, se detuvo y le dijo nerviosa. —¿Por qué me llevas hasta el invernadero? —Porque voy a demostrarte que mis palabras son ciertas, que tú me complementas y que no hay nadie más en este mundo que quiera a mi lado más que a ti… y que por ti y hacerte feliz sería capaz de hacer… cualquier locura, cualquier cosa —pronunció con voz quebrada. Sin embargo, las palabras de Víctor no convencieron mucho a Vivian, que siempre estaba llena de desconfianza. —Ni creas que me dejaré llevar a ese lugar para que me f0lles… como si fuera una fulana. —Yo jamás te he f0llado, esposa mía —le dijo tomándola entre sus brazos sin que ella se pudiera resistir porque cualquier simple toque de Víctor era capaz de anular su voluntad—. A mi parecer, siempre te he hecho el amor… pero hoy quiero… que sea como nunca. Mientras hablaba, llevó su mano a su rostro y lo acarició con una inmensa ternura. Vivian se perdió ante la intensidad de sus ojos y sus palabras, se dejó llevar por él al lugar y cuando al fin estuvieron dentro, un aire cálido como el de la primavera le calentó no solo el cuerpo, sino también el corazón. Al reparar en el lugar, Vivian se fijó en lo hermoso que estaba decorado e iluminado, la suave fragancia de las flores era capaz de seducirla y para cuando él se detuvo, la colocó con mucho cuidado sobre una cama decorada con pétalos blancos. —Esto es... —ella mira a todos lados y luego fija su mirada en Víctor—. Esto es hermoso... —No tanto como tú, esposa... Víctor se quitó el saco y le dejó ver aquellos movimientos seductores que la provocaron más. Se acerca a ella para besarla y luego se perdió en la sensación que aquello desató, una pasión desbordante que Vivian nunca pensó sentir con su esposo y que nunca había sentido. Las manos de Víctor comenzaron a recorrer su cuerpo con delicadeza, dedicando el tiempo que antes no se había tomado. Sus dedos ágiles comenzaron a deshacerse de la ropa de su esposa, buscando aquel roce mágico que solo se tiene al estar piel con piel. Quitó cada prenda de su cuerpo como si estuviera desenvolviendo el regalo más preciado que había recibido. Las manos de Víctor, tiernas, pero dominantes, recorrieron los contornos de Vivian, trazando un terreno que juró apreciar con cada fibra de su ser. La tenue luz que se filtró por el invernadero proyectó un cálido resplandor sobre su piel, las luces parpadeantes proyectaron sombras danzantes que jugaban sobre sus cuerpos. —¡Oh por Dios! —exclamó ella extasiada. Sus labios encontraron los de ella, silenciando cualquier necesidad de palabras. Lentamente, los dos se dejaron llevar por la intensidad del momento, dejaron que la pasión guiara sus movimientos y, de una sola estocada, Víctor entró en ella, y por primera vez Vivian sintió más placer que dolor. —Sí... así, por favor... —Suplicó en un susurro tímido, pero Víctor, con la voz ronca por el deseo, le dijo. —Pídeme sin timidez, esposa... esta noche solo vivo para complacerte. Vivian lo miró a los ojos y se dejó llevar por aquella propuesta. Se movieron juntos, una sinfonía de suspiros y suaves gemidos, olvidando el mundo exterior. Víctor memorizó su sabor, la mezcla dulce y embriagadora que caracterizaba a Vivian y que tanto le deleitaba. La respuesta de ella fue ferviente, ansiosa, como si cada caricia avivara una llama que había estado ardiendo en su interior, esperando el oxígeno de su unión para encenderse. Se aferró a él, rozándole suavemente la espalda con las uñas, instándole a acercarse más, a adentrarse más en el reino del éxtasis compartido. El ritmo de sus cuerpos se convirtió en un lenguaje propio, susurros de amor y necesidad comunicados a través del movimiento, del encuentro de la carne, del entrelazamiento de las almas. El tiempo dejó de existir, medido sólo por los latidos del corazón y la anticipación sin aliento de las caricias del otro. En aquel momento, Víctor amaba a Vivian con una reverencia sublime, una devoción que trascendía lo físico. Era un acto de dar y recibir, de honrar la conexión que latía entre ellos como un ser vivo. Ella, haciendo caso de sus palabras, le pidió más rápido, más duro, posiciones que solo soñó con probar algunas veces y otras que él quiso intentar para darle más placer. Pero cuando dejó que ella lo cabalgara para que sintiera mejor, fue la visión más intoxicante que jamás pensó ver. Su mujer en todo su esplendor como una diosa con el cabello suelto, sus mejillas sonrojadas y su boca haciendo un puchero por el deleite de dominar la intimidad. —Ya no puedo más... —le dijo ella y Víctor la atrajo a su cuerpo para embestirla sin piedad. —Yo tampoco... vamos, córrete conmigo... Su éxtasis se acercó, un crescendo de pasión que prometió liberación y unidad. Y como si su cuerpo solo le respondiera a él, Vivian se dejó ir junto a su esposo en un clímax largo, brutal y delicioso. Cuando lo alcanzaron, Víctor abrazó a Vivian y sus cuerpos se estremecieron al unísono, un testimonio silencioso de la profunda intimidad que compartieron. Y cuando las olas retrocedieron, dejándolos a la deriva en el resplandor, Víctor le besó la frente y acunó a Vivian en sus brazos, acomodándola sobre su pecho. Sus corazones latiendo en silenciosa armonía, mientras un juramento silencioso surgía en su interior. Ese momento jamás lo olvidaría y mientras se sumía en las profundidades del sueño, la voz de Vivian se abrió paso en un susurro. —Te amo. En la nubla de su mente, un solo pensamiento llegó a la mente de Víctor “No puedes amarme Vivian”, repitió sin poder contener el remordimiento. «El remordimiento es el veneno del espíritu, y cada pecado genera su propio tormento». Rebecca West.
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