Helen en ningún momento había parado el vehículo, y solo siguió su camino estacionando a la otra calle para entrar por la parte trasera de la casa, y a pesar de que mi desespero se daba a notar al hablar, ésta rápidamente secó sus lágrimas, saliendo con rapidez de el vehículo callando a mis palabras con un fuerte apretón en mi brazo mientras me arrastraba hasta la casa, dejándome embelezada por su ondulado cabello castaño resplandecer con el sol, a diferencia de el mío, tan n***o y liso que llegaba a confundirse con una sombra revolotear sobre mi cabeza.
Ambas, tanto físicamente como mental éramos tan diferente, que lo único a lo que había similitud era que las dos respiramos, pero de el resto; sus ojos color miel eran distintos a los míos color verde, tan claros que llegaban a ser similar al azul; su piel a pesar de ser blanca, era bronceada, a diferencia de mí que por mucho que agarraba sol no cambiaba mi palidez, y mientras ella tenía su cara libre de cualquier mancha, la mía muy diferente, constaba de esparcidas pecas por mi rostro siendo extraño para muchas personas al llevar rasgos tan similares al de una pelirroja, pero el cabello tan n***o como el petróleo.
— ¿Qué está pasando?, ¡¿Porqué actúas así?! — volví a preguntar. — ¿Hay un Vórax cerca?.
— ¡Cállate! — gritó cuando la puerta de la casa fue cerrada haciendo que abriera mis ojos sorprendida, y ésta al notar el tono en el que lo había dicho rápidamente tapó sus labios con sus manos temblorosas. — por favor, haz silencio — Susurró en un grito ahogado.
Helen nunca me había gritado, ni siquiera le había visto llorar antes, más que con películas de animales. Y realmente dudaba de que en éstos momentos llorara por una.
Mi corazón latía con tanta fuerza, que sin saber realmente qué ocurría, podía llegar a sentir su miedo y transmitirlo.
La llegada tarde, la curita en su brazo, los respetados cazadores de Vórax's cerca de casa.
Creí que ésta respondería almenos a una de mis preguntas, pero haciendo algo completamente diferente, ésta rápidamente de dirigió a la cocina y sacó un limón de la nevera tomando un cuchillo, para picarle a la mitad dejandome mucho más aturdida, y de todas las cosas que me hubiera imaginado que haría, ésta aprovechó mi cercanía para tomar mi brazo, y sin piedad alguna clavar completamente el cuchillo en la palma de mi mano logrando que un espantoso grito escapara de mi boca tratando de ser callado por su mano cuando mi cuerpo tocó el suelo, y como si aquella escena no pusiese a empeorar, aquél limón fue exprimido en la herida mientras mi cuerpo se retorcía en sus brazos lleno de dolor.
Cínicamente, ésta tapaba mi boca intentando consolarme dando caricias en mi cabello mientras gritos tras gritos ahogados salían de mí, y en un intento de alivianar el dolor, mi mano fue zafada de su agarre y llevada a mi cuerpo envolviendome en aquel espezo líquido verde que brotaba de mi herida...
Líquido verde...
Mi sangre era verde...
— ¡Dios mío! — grité separandome a arrastras de ella derramando aquella sangre en el suelo pero a penas mis ojos llorosos se fijaron nuevamente, aquella herida que antes llevaba empezaba a cerrarse rápidamente rellenando aquél hueco que el cuchillo había dejado en mi mano. — ¡Dios mío! — volví a gritar sacudiendo ésta como si pudiese quitar lo que sucedía. — ¡¿Qué es ésto?!, ¡¿Helen qué está pasando?!
Siseo — ¡Cállate, Penélope! Nos van a escuchar los cazadores — gritó en un susurro desesperada viendo el suelo con aquella sangre. Y mientras ella se levantaba rápidamente para limpiar el suelo, mis ojos llorosos aún tomaban la muñeca de mi mano alejándola de mí y viéndole como si ésta no fuese parte de mi cuerpo.
— Estoy infectada... — solté en un hilo de voz casi imperceptible mientras uno de mis dedos tocaba la palma de mi mano. — ¿Por... por qué mi... mi sangre es...? — tartamudee viendo con terror mi mano.
— Porque eres una de ellos. — respondió toscamente Helen diciendo aquello que claramente no quería escuchar ni imaginar.
¿Una de ellos?, ¿De un Vórax?.
No podía ser una de ellos, era una locura.
Los Vórax se transformaban en bestias y tenían el instinto de cazar y comer carne al rojo vivo. Yo apenas veía un gato atropellado en la autopista lloraba.
— ¿Qué...?
— Eres un Vórax, Penélope — repitió ésta y con sus manos llevadas a su cabeza en frustración, se sentó en el suelo recostandose en los gabinetes de la cocina, mientras leves sollozos escapaban de ella.
— No... No, estoy infectada — negué buscando una explicación. — Los Vórax desarrollaron algún patógeno y ahora me han infectado — hablé con desespero — Entonces tú también lo estás, o quizás... Quizás es un anticuerpo humano que hemos desarrollado para combatir a los...
— Debí entregarte... — murmuró sin llegar a escucharme mientras lágrimas salían de sus ojos tratando de tapar su rostro. — Richard, ¡estúpido Richard! — balbuceó delirante. — Le dije que algún día algo así pasaría. Le dije que no podíamos cuidarte, le dije que... — siguió hablando, pero en el momento en que ésta repetía una y otra vez cosas sin razón entre llantos, pasos apresurados se escucharon por la casa, y con la misma conmoción que mi rostro, aquellos ojos azules vieron a Helen con espanto hasta detenerse en mí y mi ropa llena de ese líquido verde que me negaba a considerar mi sangre.
— Helen, sube a tu cuarto — ordenó éste sin despegar los ojos de mí como si yo fuese a hacerle algo.
— Le dije que nos mataría... yo le dije que... — seguía balbuceando ésta sin prestarle atención.
— ¿Helen? — Susurré tocando su brazo, pero en el momento en que ésta vió mi mano posada sobre ella, rápidamente dejó de hablar y giró a verme llenando su rostro de lágrimas.
— Lo siento tanto. — Fue lo último que llegó a decir en un hilo de voz para levantarse y salir corriendo escaleras arriba tal y como su esposo se lo había pedido, dejándome a mí en el suelo ante aquél gran hombre de canas y sobre saliente bigote.
— No se qué está pasando — Susurré cuando Richard con su maletín de trabajo se acercó a mí agachándose a mi altura. — Helen... Helen me clavó un cuchillo en mi mano — balbucee enseñando ésta, pero era absurdo lo que decía cuando ni una cicatriz había en mi palma.
— Penélope, tienes que irte lo más pronto de aquí — Respondió tomando mi mano temblorosa entre las suyas, repitiendo lo que Helen me había dicho, y en el momento en que sus ojos se cristalizaron, éste me soltó y abrió el maletín a su costado sacando de él un embase y jeringas tomando mi brazo de una forma delicada a diferencia de Helen.
Estaba acostumbrada a que Richard tomara de mi sangre. Él era un biólogo humano, y la mayoría de las veces solía estudiar la sangre, y él aprovechaba para hacerme exámenes de salud y en lo absoluto no me molestaba. Pero en cuanto a la jeringa entró en mi brazo tembloroso, y un reconocido rojo salió llenando ésta, mis ojos se abrieron aún más confundidos al ver que no era nada similar al verde que ensuciaba mi ropa, y por primera vez me había sentido en plena felicidad de volver a verle. Sin embargo, aquél pequeño alivio que mi cuerpo había sentido al ver mi sangre salir normal, rápidamente se borró cuando ésta fue vertida con preocupación en uno de los contenedores de vidrio que él llevaba en la mano, y tomando aquella mitad de limón sobrante en el mesón de la cocina, éste le exprimió y la sangre rápidamente se tiñó de verde como si de un colorante se tratara.
Temblaba, temblaba tanto que desconocía si podía controlarme, pero en el momento en que sus ojos llorosos nuevamente se toparon con los míos, mi ojos comenzaron a arder expulsando lágrimas de pánico, como si él fuese la confirmación de lo que pasaba.
— No soy un Vórax — me apresuré en negar intercalando con desespero mi mirada entre la sangre y sus ojos. — No, no, yo no soy uno de esos monstruos.
— Sé que no eres un monstruo — susurró éste agachándose nuevamente a mi altura, y sin poder evitarlo, mi cuerpo rápidamente se abalazo a él siendo rodeada por sus brazos mientras lágrimas empapaban su vestimenta. — pero tampoco eres humano — culminó aumentando mis sollozos. — Lamento todo ésto, Penélope, todo fue mi culpa al traerte aquí. — negó y sin poderlo contenerse, la primera lágrima escapó de sus azules ojos teñidos de un rojo intenso. —Tienes que irte antes de que los cazadores vengan por tí.
Negué rápidamente. — No, no, ellos solo cazan Vórax, ellos no vendrán.
— Penélope, eres uno de ellos.
— ¡¿Según quién?! — exploté separándome de él. — ¡¿Porque mi sangre se pone verde?! ¡Mi sangre es roja!, el color no importa, yo no soy una de ellos, yo no mato a personas, ni siquiera como carne cruda. — Negué al tratar de compararme con uno de ellos.
— ¡Para los cazadores sí serás tomada como una de ellos! — gritó igualmente callandome por completo. — Penélope, para ellos serás una de esos monstruos. Te matarán, te van a matar si no es que te dejan encerrada en una base de experimentos lejos, muy lejos de aquí. — murmuró levantandose en busca de la rodaja de limón. — El cítrico — alzó el limón a mi vista. — Estuve trabajando sobre la sangre de los Vórax, ¿Quién diría que algo tan simple como el limón común podría ser un compuesto repelente a su sangre? Me han robado la información, me han robado mis investigaciones y no tardarán nada en usar aquello para cazarlos. — hablaba paralizandome completamente ante la repentina y abrumadora información que me revelaba.
— ¿Todo éste tiempo haz usado mi sangre para éso? — balbucee aturdida.
— Comparaba tu sangre con la de un Vórax pero todos los resultados daban lo mismo — Respondió. — No creí que dieran el mismo resultado porque eras una de ellos. — balbuceó y mi rostro endureció al escucharle.
— Mientes — escupí viendo como su nariz ensanchaban tal y como cuando decía una mentira. — Tú nariz — Mascullé.— Sabías que era uno de ellos desde antes, tú, tú experimentabas conmigo.
Sollozó. — Penélope, no creí que ésto pasaría — negó. — Tú no eres como ellos, ni siquiera sé qué eres, pero los resultados... Debes ir al orfanato y ocultarte allí. Los cazadores no irán a ese lugar, los Vórax allí no entran.
— ¿Desde cuándo lo sabías? — balbucee permaneciendo en un largo silencio interrumpido por la confesión de sus palabras.
— Desde siempre. — Murmuró dejándome pasmada ante él. — La monja Elizabeth...
¿Monja?, ¿Lo sabía antes de adoptarme?
Negué. — ¿Sabías que era ésto cuando me adoptaste? —. Calló y una punzada en mi pecho se alojó cuando este cerró los ojos evitando así verme. — ¿Lo sabías? — repetí la pregunta sin ser contestada.
— Prepara tú ropa, Penélope.
Él lo sabía...
Para cuando todo pasó, mis labios apenas quisieron abrirse quedando callados junto con mi rostro palidecer aún más de lo que ya estaba al escuchar un inquietante sonido; y aumentando a mis nervios como a los de él, el timbre volvió a resonar por toda la casa seguido de golpes en la puerta.
Los cazadores ahora también lo sabían... y sin lástima alguna, vendrían por mí.