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El Plan Perfecto

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Blurb

Alexandra Blanc, hermosa, caprichosa, terca y muy inteligente. Durante su cumpleaños dieciocho se ve envuelta en una lucha por conseguir el amor que todos creen es imposible y para ella solo tiene una palabra “éxito”.

Amor por el que ella luchó incansablemente, por el que demostró tener la capacidad y la habilidad en los negocios, pese a la negativa de su padre para inmiscuirla en la empresa. Negocios de los que ella formará parte de la forma menos esperaba, siendo ella misma el mejor trato.

Sin embargo, dos años después ella ha perdido por completo la dirección de su vida, al estar sumida en una tristeza a costa de ese amor del pasado.

Su vida cambiará, cuando aquel que la abandonó, regrese por ella. Convirtiendo su vida en un completo caos de indecisiones, desengaños y pérdidas. Al mismo tiempo, ese hombre demostrará que es todo lo contrario a lo que piensa, a pesar de los errores del pasado acusándolo.

Venganza le grita la cabeza, amor añora el corazón y sus labios… esos labios están sellados al escuchar el plan perfecto del que ella solo es una pieza más.

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Un primer beso
— ¿Se atreven a jugar? –miro la botella en sus manos y a todos mis invitados sentados en la alfombra felpuda sobre el piso de mi habitación formando un gran círculo. Las manos de Valentina se aferran a mi brazo, en un vano intento por convencerme de rechazar la invitación. — No lo hagas Alex, si alguien se entera estaremos en problemas –canturrea la castaña en mi oído, provocando una risita burlona de los chicos presentes. — No todos los días cumples quince Alexandra –se queja la rubia de Lía, retándome con la mirada. ¿Cómo decir no? si todos están animados por empezar el juego. Alentándome a compartir aquel momento de diversión con ellos e ir en contra de las ordenes de mis padres. “Una fiesta a solas con mis amigos” les pedí y lo obtuve. Dejándole el camino libre a mi hermano para celebrar con Aron su ingreso a la universidad. Motivo suficiente para tener a mis padres donde las probabilidades de hacer locuras son mayores, es decir con ellos. Sin embargo, ahora lo dudo. — Juguemos –interviene Cristian, en tono sarcástico- ¿O no quieres tu primer beso en un closet? — ¿Miedo de besar a un idiota como tú? –terca y desafiante, como suelo ser, lo miro directamente a los ojos-. Juguemos Mi orgullo puede con todo esto y más pero mis nervios tal vez no. Porque efectivamente, jamás he besado a nadie en mi vida. No cuando ha existido alguien que me hace suspirar con su solo presencia y jamás, jamás me ha mirado de la forma que tanto anhelo. Lía asiente, intuyendo mis advertencias. Estira su mano indicándonos donde sentarnos mientras ella cierra la puerta tras nosotras, creyéndose la anfitriona. Enfoco la mirada en la nerviosa castaña, en el verde de los ojos de Valentina para darle la seguridad que estos momentos me abandona ante los nervios de mi imprudencia bullendo en mi interior. Era nuestra primera vez jugando y pronto sería nuestro primer beso. O bueno, esperaba que solo fuese el de ella con el chico que tanto le gustaba, el pelinegro que ahora la mira fijamente, casi con reprobación sin mostrar el entusiasmo que lo caracteriza. Eduardo. Su eterno enamorado. Extrovertido, desenvuelto, perseverante y con objetivos claros, como seguir toda una vida detrás de la castaña. Esperando pacientemente por el momento indicado. ¡Envidiable! No como otro, que se alejó de mí desde que la pubertad le llegó y empezó a mirarme como si fuese una niña mimada que solo estorba en sus planes de conquistador. Al que no he visto desde hace varios años, cuando se fue al extranjero a estudiar. La botella empieza a girar de manos de Lía, destellando gritos y risas en cuanto se detuvo apuntando a la primera víctima. Todos ayudaban a crear los castigos más vergonzosos que yo hubiese visto. Besos que jamás creí posible, hoy se daban frente a mí sin ningún filtro de por medio. Estaba tan o más nerviosa que Valentina, suplicándole a la botella mientras la veía girar y girar y girar y de pronto... me apunta directamente. — ¿Verdad o Castigo? -los ojos de Lía me sonríen con malicia-, si no contestas con la verdad el castigo será por el doble de tiempo. Yo jamás me atrevería a huir de un reto si solita me metí en este embrollo. Y desestimando la opción de confesar algo muy íntimo solo queda besar a uno de los chicos presentes. Y como siempre dice: Besando sapos encuentras a tu príncipe. — Castigo –acepto sin dudar. — ¡Lo sabía! ¡Bien chiquita! Besarás a… -lleva su dedo a sus labios y repasa a todos los chicos. Los gritos de euforia, las risotadas, silbidos y aplausos de algarabía desenfrenada que causaba este tipo de juego, me petrificaron por un instante. Toda la valentía huía de mi cuerpo sin darme chance a escaparme de ésta. — Besarás a Cristian Me pongo de pie y exhalo temblorosamente aceptando mi castigo. Estoy tan nerviosa, con las manos sudorosas secándolas en mi regazo y aparentando seguridad, miro como el castaño se va acercando entre tanto alboroto con su tan acostumbrado gesto de arrogancia. — ¿Nerviosa? — ¿Por qué lo estaría? — Te gusta hacerte la difícil... me gusta –acepta con simpleza Inclina su rostro rozando mis labios y todos, después de un gritillo, callan con la expectativa de aquel beso. Sostengo la mirada, mostrando mi indiferencia. Él no me gusta, nunca lo hará. — Me gané tu primer beso He soñado toda mi vida con un beso entre romance y coqueteos, un beso de casualidad, haciéndome la difícil pero dejándoselo fácil para entenderlo. Sobre todo al castaño de mis sueños, al de dulce sonrisa, al que se robó mi corazón desde pequeña. — ¡Alexandra! –la voz grave me hace saltar en mi sitio, como ha sucedido con todos. Mirando a quien nos ha pillado en plena travesura. — ¡Todos abajo! –ordena con una posición imposible de rechistar. Esa mirada almendrada me miran severamente, cortándome el aliento de emoción, tiñendo mis mejillas de un color rojizo y devolviendo el brillo en mis ojos cons u reflejo. Todos salen de mi habitación, incluso Lía y Valentina me dejan a solas con él, siendo conscientes de mis sentimientos y de aquel plan perfecto que definitivamente no puede fallar. — ¿No me extrañaste? –enarca una ceja y su sonrisa vuelve a ser la que me idiotiza. Corro hasta él y lo abrazo tan fuerte como sus brazos me corresponden. El corazón me late a mil por hora y estoy a punto de morir de felicidad mientras giro entre sus brazos. ¡Oh Dios! Alguien estuvo haciendo mucho ejercicio últimamente. — ¡No debería extrañarte! Estas tan ocupado que ni tiempo tienes de enviarme un mensaje –me quejo en su pecho, sin ánimos de moverme por el tiempo necesario. — Estudios –replica con una sonora sonrisa burlona por mis tontos celos, si bien he visto sus fotos con esa nueva chica. — ¿Cuándo volviste? –su mano detiene la caricia sobre mi cabello — Hoy en la mañana. Mejor no hablemos de mí, tú eres la festejada ¿Interrumpí algo? –me sonrojo por completo y me escondo entre sus brazos, mordiéndome la lengua para dejar estos absurdos nervios. — No, sí. Bueno, en realidad… interrumpiste un beso –balbuceo, tragándome el nudo en la garganta mientras lo miro de soslayo. Su ceño se frunce. — ¿Un beso? ¿Con él? –replica. ¡¡me muero!! — Un castigo –le aclaro, escondiendo mi emoción. — ¿Estabas dispuesta a besar a un tipo solo por un castigo? No reconozco a esta Alexandra -lo miro con cierto temor, explicando rápidamente la situación. — Solo era un beso –me encojo de hombros restándole importancia-, puedo hacerlo, soy una “mujer” soltera –escucho su sexy risa por el énfasis aplicado en la palabra. — Una mujer de quince años, caprichosa, hermosa y exigente –sus manos levantan mi rostro con un cuidado único y me mira fijamente-. Es momento de saber ¿Cuál es ese regalo, Alex? Pide lo que quieras y lo tendrás en tus manos –baja de su cabeza hasta tocar su frente con la mía. El corazón ha perdido su rumbo junto a mi respiración, mi cuerpo no deja de temblar y puedo jurar estar completamente roja. Sin embargo, no puedo echarme para atrás. — Mi regalo es… -oh Dios, que difícil es decirlo- quiero… yo q-quiero un beso Las yemas de sus dedos acarician mis mejillas suavemente y sus labios rozan los míos con suavidad plena haciéndome cerrar los ojos como en tantos cuentos. Correspondo ese beso con otro igual de dulce, solo son simples roces que me llevan al cielo, me acortan la respiración y encienden el torbellino en mi estómago. Uno, dos y tres. Sus labios me dejan con ganas de más, destellando en mis ojos el amor que por tantos años he sentido por él y del que todos son conscientes. Yo estaba enamorada de Sebastián Roux desde que tengo uso de razón. De ese hombre tan perfecto que me enamora al contemplar sus facciones tan exactas como severas iluminando su rostro, con esos labios gruesos moviéndose lentamente estremeciéndome al hablar; con esa cabellera castaña que se despeina al pensar; y con su mirada verdosa muy penetrante que me hace sentir especial. — Feliz cumpleaños, Alex - Me mira con una sonrisa que me desbarata el alma y es suficiente para llenar de ilusiones mi vida entera. La puerta suena y otra voz conocida llama– ¿Alex? ¿Estás ahí princesa? Con mucha tranquilidad me lanza un guiño y camina hasta abrir aquella puerta, dejándome atolondrada y temblando de pies a cabeza. Y podría jurar hasta boquiabierta. — Señora Merida Blanc –anuncia con voz grave-, un gusto verla — Sebastián ¡Qué sorpresa! -mi madre intercambia miradas entre él y yo, logrando ponerme más nerviosa y esquiva-. Pensé que estarías en Cambridge, Harvard no es nada fácil ni te permite gozar de mucho tiempo libre. — Tiene mucha razón –una suave sonrisa se escapa de sus labios, de esos labios que hace instantes estuvieron junto a los míos y sé que estoy mirando desde hace buen rato-, mi permanencia será breve, dos días mientras soluciono algunos asuntos importantes –es tan educado que me estremezco. — ¡Oh! Agradezco la coincidencia si hace feliz a mi princesa –expresa con desconfianza-. Bien, lamento interrumpir su reencuentro pero es momento de bajar. Todos los invitados están en la sala, incluida tu familia Sebastián. Con esa seriedad que la caracteriza, demuestra que Sebastián no es a quién desea para estar junto a mí. Una vez más. Trago fuerte y la sigo por el pasadizo, cabizbaja y en completo silencio. La mano de Sebastián acaricia mi cabeza, dedicándome una sonrisa consoladora en cuanto lo miro. Podría jurar un “todo está bien” de su parte y no era así. Nunca lo estaría. La brecha de seis años era demasiado. Al bajar a la amplia sala, todos los invitados disfrutaban del ambiente, era una fiesta, mi fiesta, una que para mí, acabó desde hace rato. Vi pasar a mi lado a Sebastián, me dejaba atrás como siempre lo hizo. Me dejaba con todos mis tontos compañeros, sin darme una oportunidad para demostrar que era una mujer capaz, inteligente y en igual de posibilidades que todas las chicas con las que él salía. Valentina toma mi mano y Lía apoya su brazo en mis hombros, llevándome con ellas, al lado opuesto de mis enormes expectativas por pertenecer y conquistar el mundo en el que Sebastián se desenvuelve con facilidad. *** Cinco años después Abro los ojos emocionada por el día tan especial que me espera, tanto, que me he despertado antes del sonido de mi alarma. Me miro al espejo y recojo mi revoltosa cabellera rojiza en una cola alta para realizar mi rutina de aseo personal y bajar a tomar desayuno con mis padres. — ¿Y papá? –le pregunto a mi madre, al verla sola sentada a la mesa. — Nos espera en su oficina. Necesitamos hablar contigo sobre un asunto importante — ¿Importante? –me toma por sorpresa… ¿Será que, por fin me permitirán formar parte de los negocios de la empresa? ¿Me dejarán ir a estudiar o me consiguieron a Sebastián como regalo? Lo último está descartado, el heredero del grupo Roux no estaba dentro de la gran lista de hombres asequibles. Sin embargo la esperanza es lo último que se pierde, a lo mejor él fue quien le propuso a mi padre un compromiso entre nuestras familias… uno nunca sabe. — No te apresures en hacer conjeturas, esperemos a escuchar a tu padre Simplemente asiento y la acompaño a paso tembloroso como la chica más feliz del planeta hasta la dichosa oficina. — Alexandra, princesa –me da un beso en la frente y me mira, sin embargo la sonrisa no le llega a la mirada-. Tengo una propuesta importante para ti. — Dime papá, dilo ahora –lo aliento, impaciente y temblorosa. — Hemos encontrado a la persona indicada para ti, — ¿Indicada? –replico sin entender, alternando la mirada entre los dos. ¿Era una broma? ¿Entendí mal? ¿Indicada? Yo ya tenía una persona perfecta para mí y no, él no estaba en discusión.

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