5. Dulce.

1181 Words
5. Dulce. —¿Cielo? —pregunta sin creérselo —. No puedes estar hablando en serio… —Mi nombre es Cielo —insiste sin mucha emoción en la voz—. Mi madre me lo ha puesto… —¡Vaya nombre! Dulce se acomoda cerca de ella, se recuesta en la alfombra apoyada sobre sus codos y la observa. —¿Qué tiene mi nombre? —pregunta Cielo sin quitar los ojos de la revista. —Es que es la primera vez que lo escucho —luego cambia de tema —¿Te gusta ese actor? Cielo se siente descubierta y cierra la revista de una. No le cae bien que sospechen que tiene sueños grandes. —Solo me aburro —responde, y en parte es la verdad. Dulce se siente de la misma manera, y ver a Cielo tan sincera y directa hace que quiera ser igual a ella. —Y eso que no te la pasas a diario aquí —le dice. —¿Tu sí? —Cielo le pregunta aunque ya lo sabe, pero no el motivo para que una chica más o menos de su edad no salga por nada de su casa. —Ajá. Como te decía, los fines de semana salimos con papá pero parece que hoy no. —Eso sí que es una vida de mierda —suelta Cielo aunque no puede imaginar una vida como la suya— ¿No vas a la escuela? —No puedo, pero no me salvo, tengo maestras a domicilio de lunes a viernes. Dicen que mi promedio es superior a que si fuera a una escuela normal. —¿Estás enferma por eso no vas? —Hace una mueca con la boca—. No me respondas, igual no me importa ni en lo más mínimo…Odio los melodramas. Cielo se incorpora y se estira, la posición en la que ha estado sentada ha hecho que se le duerman las piernas. Dulce no la comprende, un momento es amable y al siguiente se porta hostil, le hace recuerdo a su abuela, que vive atacando a su papá. Parece que Cielo piensa hacer algo. —¿Qué haces? —Nada, solo que me voy de aquí. —¿A dónde vas? —A la calle, obvio. Dulce siente que esa es su oportunidad. —Llévame contigo. —¿Estás loca? —Lo que estoy es ansiosa por salir… —Pero no creas que voy a ir a algún teatro o circo… —No importa. En ese momento un fuerte rayo hace temblar los vidrios de toda la casa. Dulce siente temor y se acerca a ella. —Mierda… Cielo va a la ventana y Dulce va por detrás. Ambas ven al cielo y a los pocos segundos comienza a caer una tremenda lluvia. —No, mierda… —Parece que se arruinaron tus planes. —Oye, no era necesario decirlo… Ambas se quedan a observar la lluvia inundado el jardín. —Ayer llovió otro tanto –dice Dulce —. Te vi cuando llegaste en el carro de mi padre. —Así que eres una pequeña espía… —No soy pequeña. ¿Qué edad crees que tengo? —Por tu vestido… —suelta con cizaña en sus palabras —, yo diría que tienes once a lo mucho. —Pues te equivocas… he cumplido dieseis hace un mes y medio… en septiembre. —Puaj, eres una feta. Dulce frunce la frente. —Tú no te ves mucho mayor que yo… —Tengo dieciocho y voy por los diecinueve. —Son solo dos años de diferencia… y hablas como si tuvieras treinta. Qué se yo… Cielo va por sus calzados y se los pone. —¿Qué haces? —Me largo de aquí. Obvio. —Quiero ir también. —Si quieres venir conmigo ponte algo normal. No sé, ¿un pantalón? Dulce abre su placard y Cielo admira toda la colección de lujosos vestidos y abrigos de toda clase. —No tienes pantalones. —A mamá no le gusta que los use. —No voy a salir con alguien que usa vestido… Dulce se pone a buscar algo que se asemeje a los pantalones que usa Cielo pero solo encuentra un conjunto deportivo de cuando iba a la cancha de voleibol en Cochabamba. —Mira, tengo esto —le muestra como si se tratara de un trofeo. —Pues, peor es nada, anda, ponte eso que ya se me hace tarde. —¿Tarde para qué? —Para largarme de aquí, obvio —dice blanqueando los ojos. Dulce se queda mirándole. —¿Qué pasa? Dale que me quiero largar ya. —Es que… necesito que te gires para que pueda cambiarme. —No seas ridícula, si tenemos lo mismo, aunque siendo sincera, yo tengo más bubis que tú. Dulce enrojece. —¿Te das la vuelta, quieres? —Bueno, qué ridícula y retrasada que eres… —No seas cruel conmigo… Cielo se gira antes de tiempo y la ve completamente desnuda. —¿Ves? –le señala con las manos en un gesto exagerado—. Tengo razón, tus bubis son como limones. Dulce se cubre con las manos los pequeños senos, pero no puede cubrir el resto de su cuerpo que está igual de desnudo ante los ojos de Cielo. —Bueno ya, no es para tanto… —le dice, mirando para otro lado—. Apúrate que se me va la vida. Dulce lo hace, se viste rápidamente sintiendo que le ha visto hasta el alma, pero sus ganas de salir son más fuertes. Afuera, el cielo está gris y amenaza sin parar a todo el que quiera ignorarlo como lo hacen ellas en ese momento. Cielo abre con brusquedad la ventana del dormitorio, una brisa helada entra y las despeina, congelándolas hasta el hueso, pero eso no va a impedir que Cielo saque una pierna, y luego la otra con intención de huir. Pero Dulce no se ha movido un solo centímetro de su lugar. —¿Qué esperas? –le pregunta con insistencia a un paso de la libertad. Dulce titubea. No se anima. —Es que no quiero. Cielo tuerce la boca. —Pues qué pena por vos, al final sí que eres medio retrasada —salta hacia el patio y le mira por última vez. Dulce ve cómo se va alejando con pasos ágiles y va dejando el jardín, luego la casa en sí y se va perdiendo entre la lluvia y las sombras de los árboles de la calle. —No lo soy –se repite pero no puede imitarla y se queda inmóvil mientras entra doña Luz quien con pasos grandes se dirige hacia la ventana. —¡Mire nada más! –Suelta afligida—. Mi niña… Cierra la ventana y lo entiende todo. Cielo ha huido de la casa. —¿Por qué nunca mencionaste que tenías una hija? —le pregunta como si nada de eso estuviera pasando. Doña Luz se esfuerza por mantener la calma. —Es que nunca se dio la oportunidad de mencionarla, mi niña…
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