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Dulce y Cielo

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Blurb

Dulce es una jovencita de 16 años que apenas conoce el mundo y como funciona, vive sobre protegida por su familia desde que un incidente en su temprana edad casi la lleva a perder la vida. Y está Cielo, su primera y única amiga. Ella trata de mantener a Dulce al tanto de lo que pasa afuera de la casa. Bajo su apariencia de chica atenta hay una que es rebelde y que se niega a permitir que su amiga se pierda de la vida. Tras una serie de acontecimientos, ambas se ven forzadas a huir de sus respectivas hogares. Lo que ninguna de las dos saben es que el destino les tiene preparado un camino lleno de baches y que lo único que podrá mantener en pie es la amistad que tienen y el amor que poco a poco comienza a nacer en ellas.

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1. La llegada.
1. La llegada. La Paz, 1.985 El frío entra desde las pequeñas grietas que hay debajo de las ventanas de su dormitorio. Dulce es friolenta y siempre que llueve se despierta temblando. Ahora lleva puesta un camisón rosa con dibujos de Cenicienta, y se estira un poco para ver hacia afuera, pero la lluvia que cae intermitentemente, ha creado una capa y no permite que pueda ver más allá de unos pasos. El carro de su padre acaba de entrar por el garaje, lo sabe porque los faros le han enceguecido aún con la lluvia encima, hasta que estaciona en el lugar de costumbre. Su padre; Héctor Martínez, un cirujano que ha ganado fama desde que el mismísimo presidente lo hiciera llamar para que examine en persona a su hijo que sufría de una enfermedad extraña. Desde ahí que a su familia le iba cada vez mejor, económicamente hablando, porque entre sus padres había una dura y gran pared de hielo y rencor. Ella no conoce los pormenores del conflicto, pero está al tanto por los gritos que se lanzaban cuando se peleaban dentro de las cuatro paredes de su dormitorio matrimonial. En ese momento su padre baja del carro, y para entrar debe atravesar todo el jardín de hortensias, las flores favoritas de su madre. El suelo está húmedo y es resbaladizo, un par de veces se ha caído cuando apenas llovía y espera que a su padre no le pase. Dulce retrocede unos pasos, tiene prohibido quedarse despierta, aunque no haya despertado por gusto. A veces escuchaba a su madre, Amanda de Lorenceti, hija de una familia con renombre, lloraba a caudales prometiendo que una noche se marcharía para siempre. Como nunca mencionaba que pensaba llevarla consigo, Dulce se intranquilizaba y quería preguntarle si pensaba llevarla, pero no lo hacía, porque si sus padres descubrían que estaba despierta y que escuchaba todo lo que decían y hacían, aunque si despertaba era por el escándalo, el castigo sería para su nana, la buena Martha, y Dulce no quería que pasara eso, Martha era como una madre para ella, y la quería mucho. Pero su padre no está solo, del carro baja una persona a la que Dulce no ha visto nunca. Se estira un poco más para poder ver mejor. —Es una chica más o menos de mi edad —se dice a sí misma. ¿Quién podrá ser? Es una chica un poco más alta que ella, por la falta de luz apenas y puede ver más, solo que viene completamente empapada, no como su padre que va con un impermeable oscuro y elegante y un paraguas. La chica en cambio se ve que proviene de clase baja, tiene las zapatillas rotas y la falda sucia. A mamá no le gustará que pise las alfombras, piensa Dulce. Suelta un suspiro, solo espera que no sea un tema de conflicto entre ellos, esa semana ya habían vencido el récord. Habían peleado casi a diario. Dulce piensa que debe volver a la cama pero sus ojos siguen a la chica desalineada, y a su padre que va unos pasos más adelante. Los sigue hasta que ya no puede verlos más, porque han entrado a la casa. Como ya no queda nada más que llame su atención decide subirse a su cama y tratar de quedarse dormida. Se mueve intranquila, pero el sueño la ha abandonado y no puede sacarse la pregunta de la cabeza. ¿Quién será esa chica? —Quizás solo sea la nueva ayudante de cocina, pero si fuera así, ¿por qué la trae papá? Es cosa extraña que suba a otra persona que no sea mamá. Se gira hacia la pared y se arropa un poco más tratando de que el frío no le llegara se cubre la cabeza. No sabe cuanto tiempo ha pasado, pero siente como si fuera una eternidad. Abre los ojos. No puede dormir. Aún está oscuro afuera y la lluvia no ha parado. Se sienta, se estira. Se pone en pie. Odia despertarse, y odia tener que ir al baño a esa hora, pero es una buena excusa si es que la llegan a descubrir despierta. Sale de su cuarto y va atravesando el largo pasillo hasta llegar al baño. Un poco más y llega al dormitorio de sus padres, no escucha ningún ruido, cosa extraña ya que siempre escucha o la televisión encendida o las voces de sus padres discutiendo, siempre discutiendo. Lo normal sería escuchar o uno o lo otro pero nada. ¿No acababa de llegar papá? ¿Y mamá? ¿Dónde está ella? ¿Será que ha cumplido sus amenazas y aprovechando que llueve se ha largado? No lo creo. Dulce enciende la luz amarilla del baño y la repentina luz lastimas sus ojos, entrecierra los ojos para evitarlo, pero es tarde, le arden. —Mañana parecerá que me la he pasado llorando… —se lamenta, mientras ve su reflejo en el espejo—. Soy el vivo reflejo de mamá. Es lo que me dicen todos. Voy a casarme con un príncipe, como me dice mamá. ¿Será que me la pasaré llorando como ella? Si es así, prefiero no casarme nunca. Luego de comprobar que ya no necesita quedarse en el baño sale y mira hacia las escaleras. Trata de escuchar algún ruido, el que sea, que le confirme que hay alguien más en casa, como ella espera. Se asoma un poco más. La voz de Martha es la que escucha por sorpresa. No es común que se quede en casa pasadas las siete de la noche. Dulce se asoma un poco más, corriendo el riesgo de ir a parar de cara al suelo del primer piso. Una tragedia, pero su curiosidad puede más que su prudencia. —No te preocupes por nada, Luz, eres como de la familia —le dice doña Amanda—. Tu hija es bienvenida igual que vos a esta casa. —Muchas gracias —responde con una voz llorosa. Dulce abre bien los ojos. —La chica que vi es hija de doña Luz —murmura con satisfacción al unir los cabos sueltos en su cabeza. Que doña Luz tuviera una hija era nuevo para ella, sobre todo porque nunca se había imaginado que pudiera ser madre. Y ahora Dulce tiene mucha curiosidad por conocer a su hija, seguramente era igual de buena como doña Luz. Con la emoción que le invade el cuerpo de pies a cabeza, por conocerla regresa a su dormitorio.

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