Capítulo 2

3460 Words
Atlanta Georgia. —Malditos extranjeros. —él hace una pausa luego de terminar una llamada y voltea hacia el distinguido hombre de ojos azules que tiene a un lado. —Estos rusos se creen más inteligentes y dueños del mundo, ja, estúpidos. Nadie es mejor que yo. El egocentrismo de Erick Anderson es muy grande, le gusta llevar la batuta sobre las personas, manejarlas como su marioneta solo para su utilidad, su cargo político se lo ha permitido, pero no satisfecho con todo lo que ha logrado, ya que siempre quiere más actualmente se encuentra en campaña a sus cuarenta años de edad para ser candidato a la presidencia, teniendo como objetivo claro ser el presidente de los Estados Unidos, es un hombre inteligente, preparado académicamente, arribista y que está acostumbrado a conseguir sus propósitos a cualquier costo, ha dejado claro que la honestidad no es una de sus virtudes sin embargo es un maestro embaucador que sin imaginarlo en esta ocasión su ambición ha afectado a la persona menos indicada, ha movido una pieza demasiado peligrosa en el ajedrez, juego que para si mismo podría significar su fin en muchos aspectos incluso con su vida. —Lo que estás haciendo no será nada bueno para tu campaña Erick. —le dice su consejero electoral y mejor amigo. En cierto aspecto su perro fiel y el encargado de que la imagen de Erick no se vea dañada en absoluto. —No seas idiota James, dime si a caso alguien ha hecho la heroica hazaña que yo hice, grandes cargamentos de armas, cocaína, metanfetaminas, y ve tu ha saber que más porquerías estaban por entrar a nuestro país para perturbar a muchos de nuestros jóvenes, pero ahora son del estado, fue un golpe duro a esos bastardos. ¿A caso eso no me da créditos de un buen prospecto a la presidencia?. No hay nada que pueda opacar su rebosante triunfo, excepto un pequeño detalle que pasó desapercibido. —Sabes perfectamente que me refiero a Berlusconi a él no le será de mucho agrado que hayas hecho negocios con un ruso. Puede acabar tu carrera de político y lo sabes. No es de gran preocupación pero si lo traerá jodido por un tiempo. El desasosiego se ve reflejado en su inescrutable rostro. —Ese piojoso creé tener el poder pero soy yo quién lo trae apañado de las bolas, tengo el dominio y la autoridad de meterlo tras las rejas cuándo me plazca. Me estas decepcionando James ¿Por quién carajos me tomas?. En una postura pensante recargando su espalda en el sofá se queda James observando a su amigo mientras niega la invitación de burbon que le ha hecho. Sabe que no lo hará cambiar de parecer y también sabe que se está metiendo en graves líos que solo espera no sean trascendentales como él lo ha mencionado. Luego de un par de tragos a su copa de burbon, Erick, aún en su desgarbada postura en el estante de libros observa el reloj en su muñeca motivo que lo pone algo irritable. —Malditas mujeres, ¡Carmen!. —grita a su ama de llaves, la cuál por poco resbala para ir a su llamado tardando casi nada en llegar, cosa que a él le pareció una eternidad y una falta de respeto a su autoría pero lo deja pasar haciendo un altivo gesto al verla frente a él. —¿Por qué demonios Elizabeth aún no esta lista? —Creo que deben estar terminado el maquillaje, señor. —inquiere la señora de mediana edad tratando aún de recuperar el aliento. —¿Crees?, a mi no me vengas con estupideces inventando cosas que crees, ve ahora mismo y tráeme a Elizabeth, pero rápido. Muévete aragana. —Sí señor. ... Examina en el espejo el color rosáceo mate que su maquillista personal ha dejado en sus labios, pensando probablemente en que ella hubiera preferido un color chocolate o guinda quizás, en realidad sus pensamientos solo divagan en tonterías como estas para tratar de hacer el mayor tiempo posible antes de encontrarse con su encantador esposo que está segura comienza a esperar impaciente. Su rostro se ve tan perfecto, fresco, joven, la imagen perfecta que cualquier hombre como Erick necesita y eso es lo que más odia, ser un objeto indispensable para él, en ocasiones quisiera terminar con todo esta falsedad, ser libre e irse lejos de él, pero Erick se ha encargado de que eso no suceda, sus palabras y actos hirientes toman cada vez más fuerza en ella terminando poco a poco con su amor propio y metas personales. Además, a dónde iría, en dónde refugiarse si está sola en este mundo. No hace más ocho meses comenzó su infierno al perder a sus padres justo cuando ella se dirigía a su luna de miel y conoció al monstruo con el que se caso. —Beth mi niña date prisa, el ogro se está poniendo de mal humor. Entra a la habitación al tiempo que sale la maquillista una Carmen alarmada causando gran sorpresa con su tono agudo de voz. De inmediato Elizabeth limpia un par de lágrimas que se encuentra en sus mejillas e intenta portarse normal. —Estoy lista solo terminaba de acomodar el cabello. —lleva las manos a la cabeza disimulando hacerlo. —¿Otra vez llorando?, no te hará bien a tu salud, debes ser paciente mi niña. —inquiere el ama de llaves acercándose más a ella. —Paciencia, ¿Paciencia para que Carmen?, para que yo terminé en un psiquiátrico, paciencia para sentarme tranquilamente mientras soy expectante de como termina con mi vida, mis ilusiones. —cierra los ojos. Dentro de un sueño propio o utopía, Elizabeth, tiene el deseo inalcanzable de una felicidad plena que siempre se ve pisoteada. —No quiero ir, estoy cansada de actuar como la esposa modelo y feliz. —abre los ojos de golpe sin dejar de observar a esa mujer que siempre escucha sus lamentos, pero se limita solo a eso, escuchar impotente sin poder hacer nada para ayudarle. La mujer contempla sus grandes ojos marrón acuosos, tomando el valor de que no se le rompa la voz al hablar ya que siempre se le parte el corazón cuándo la percibe así de vulnerable, no tiene hijos pero se ha llegado a imaginar que ella podría serlo y no le agradaría qué estuviera pasando por una situación similar. —No vayas a llorar o tendrán que retocar de nuevo el maquillaje y Erick se pondrá histérico si te sigues tardando más. No quiero que te haga daño. —elude la mirada de la chica y algo cohibida o más bien incómoda en seguir con un tema que no tiene fin, da unos cuantos pasos para recoger la bata de satín color rosa que se encuentra sobre la cama. Elizabeth la sigue con la mirada y luego de respirar profundo le contesta. —Tienes razón y sabes una cosa de hoy en adelante prometo no volver a llorar si Erick Anderson es la causa. —con sus manos hecha aire en su cara para secar sus ojos. Seguido se levanta del banquillo no sin antes corrobora que no ha estropeado el maquillaje. —Creo que ser una chillona no me dejará nada bueno, mejor compraré cianuro para dárselo a mi esposo en el desayuno. —se hace un silencio que dura unos instantes. —Solo alardeo como si eso fuera posible, no soy capas de terminar con mi vida mucho menos con la de alguien más. Inconscientemente lleva su mirada en ambas muñecas para ver esas diminutas cicatrices que hay en cada una de ellas y con el dedo índice toca una, que es igual al grosor de un hilo y que ha decir verdad no se notan nada, Erick se encargo de ello llevando al mejor cirujano plástico después que la dieron de alta en el hospital por intento de suicidio hace casi seis meses. Cuando deja de mirar, recordando el dolor y el calor que sintió cuándo deslizó la cuchilla en su piel comenzando el brote de sangre que la hizo perder la conciencia; sus miradas se vuelven a encontrar y ambas esbozan una sonrisa falsa carente de sentido común, posterior a eso salen juntas de esa habitación pero Carmen se adelanta con precipitación para avisar a su jefe y calmar en algo su inquietud y mal humor. Mientras baja las escaleras es inevitable ese escozor de angustia que se exacerba en su pecho con solo escuchar esa grotesca voz, espera en cualquier segundo ser regañada o como mínimo una ofensa ya que nunca lo tiene satisfecho y le ha dejado claro en todo momento su odio y desestimación hacía ella, nunca se cansa en demostrarlo, ¿Entonces cuál es el objetivo de tenerla junto a él si tanto repudió le causa? es algo que se cuestiona a diario y del cuál no encuentra respuesta. Tal como lo esperaba al llegar al último peldaño, Erick, bajo una cruda mirada la hace detenerse causando más intranquilidad y desconcierto dentro de ella. —¿Pero que demonios es esto Elizabeth?. —increpa haciendo una referencia despectiva a lo que lleva puesto. —Tu me lo has comprado. —titubea nerviosa. El hombre de ojos claros niega ligero con la cabeza, posteriormente pellizca el puente de la nariz tratando de calmarse. —Por favor, te lo compre para salir a comer hamburguesas en un carrito mugriento, no para que me acompañes a una conferencia de prensa. Piensa, se inteligente por una vez en tú jodida vida. Una vez más ha logrado que el filo de sus palabras causen un daño importante, escatimando el esfuerzo que hizo por verse bien. Todo lo contrario a lo que dijo aquel hombre, el traje sastre dos piezas color arena la hacen lucir de acorde, el pantalón le ajusta a la perfección, estiliza sus largas piernas, contornea sus muslos, marca su cintura y levanta su trasero sin verse vulgar, el saco le brinda la elegancia y formalidad que el evento amerita, ella sabe lo suficiente de etiqueta y no quiso usar vestido debido al cielo grisáceo y el viento que pronuncia una fuerte lluvia, se sentía realmente cómoda hasta hace unos momentos. —Me iré a cambiar. —dice de inmediato sin embargo la detiene con autoridad haciéndola estremecer, sacudiendo su cuerpo al escucharlo e impidiendo cualquier movimiento mientras él se acerca a ella y la toma brusco del brazo zarandeándole enérgico. —No hay tiempo. A partir de hoy deberás mostrarme lo que usaras. —pasa la palma de su mano en su corto cabello asimétrico y que llega por arriba del mentón. —También dejarás crecer tú cabello, es bastante vergonzosa tú imagen incluso James se ve más femenino que tu. El mencionado agacha la mirada apenado cuando ella percata su presencia y quién opta por esperar afuera evitando la incomodidad, pero su avance es muy mínimo porque la pareja avanza detrás pisándole los talones. Erick es el primero en abordar la limosina furibundo por lo que acaba de pasar. James por otro lado es quién espera a Elizabeth, caballeroso le abre la puerta antes de que lo haga el chofer para que ella aborde, toma cortés de su mano y acerca cauto su rostro a ella permitiendo que la fragancia fresca que lleva embriague su nariz con tan exquisita aroma, ella le responde con una sonrisa tímida agradeciendo, sin darse cuenta realmente de sus intenciones. Luego de unos minutos dentro de la limusina Erick se encuentra a una distancia de ellos contestando una llamada, oportunidad que toma James para acercarse y hacerla sentir mejor, aunque su verdadero objetivo siempre es llamar su atención para que mínimo se entere de su existencia, pese a que sabe perfectamente que siempre será inalcanzable dado a qué es la esposa de su célebre amigo. —No prestes interés a las palabras de Erick está muy tenso con todo esto de las elecciones. —le dice una vez que se desliza junto a ella. Le dedica una leve mirada con el rabillo del ojo y se encoje de hombros sin dejar de observar por la ventana, gesto que más que incomodarle lo decepciona, Elizabeth no tiene el menor interés de socializar con aquel rubio ya que para ella es igual a Erick o al menos se ha tomando la iniciativa de juzgarlo sin conocerlo del todo, para ella cualquier persona que tenga una buena relación con su marido es una escoria humana y hoy particularmente James se comporta más amable que de costumbre asustando con su conducta. Sale de la apreciación en silencio que hace a esa hermosa mujer de cabellos obscuros y rostro de ángel que tiene a un lado cuando escucha que su amigo lo llama. —Saldrás tu primero y luego nosotros cuando me confirmes que el lugar es seguro. —guarda el móvil. Ya no se muestra tan seguro como lo estaba hace un rato, es un cobarde. Mira a su amigo con el entrecejo ligeramente arrugado cuándo lo ve tan junto a su esposa. Erick llega a sospechar de la actitud de su amigo pero a pesar de ello no le presta interés, sabe que no tendrá el valor a nada, por otro lado eso le permite a James soñar despierto ya que él está seguro ella le pertenecerá por siempre, no obstante el destino podría cambiarlo todo muy pronto. Al detenerse el lujoso automóvil James baja primero como se lo pido su amigo, al tiempo que lo hacen los guardias de seguridad de las camionetas que se encuentran adelante y de atrás de la limusina, él comienza hacer su labor y da las indicaciones de la posición que deben tomar. Gobernador, ¿que se siente ser un héroe para el país?. No teme por la seguridad suya y de su familia, esa gente es muy peligrosa. ¿Que podría decirnos sobre los delincuentes?. ¿Creé que su contrincante electoral tenga algo que ver con los traficantes? Señor Anderson felicidades por su valentía, usted es un gran ejemplo. Como nos aseguramos que todo lo que hizo esta mañana no fué solo una actuación para ganar puntos con la población. ¿Su amigo Italiano lo ayudó?. Se detiene en seco luego del inoportuno comentario de ese amateur periodista que lo ha bajado de su nube de halagos. Una ligera lluvia se ha hecho presente, Elizabeth toma de su brazo como buena esposa y uno de los guardaespaldas les sostiene un paraguas para evitar que se mojen, el reportero solo lleva una casaca blanca de plástico que lo cubre de la mitad de sus piernas hacía arriba, ambos se miran por unos segundos en un reto de miradas, no obstante a Erick no le conviene verse molesto por esas palabrerías sin un argumento solido que respalde lo que ha dicho ese mocoso insolente. —¿Nombre?. —le cuestiona pacifico al reportero quién no esperaba lo tomará en cuenta y solo lo quería molestar ya que no le caen bien los políticos en general pero en particular siempre lo está persiguiendo en busca de la polémica que pudiese general una figura pública como él, donde puede encontrar la oportunidad de un ascenso en su trabajo con una extraordinaria nota con su nombre al final del artículo escrito. Que va, él piensa en grande, porqué no poner el rostro del gobernador Erick Anderson con un título en letras grandes como portada hundiendo su prestigio mientras él gana propuestas para trabajar en noticieros de televisión. —Carlos Díaz corresponsal de Wake up Atlanta. —le responde sin temor sosteniendo la mirada y asomando una media sonrisa de sus labios esperando ahora una respuesta a sus preguntas. —Señor Díaz, podría ser más cauto con sus palabras, como puede hablar usted de una actuación cuando me he jugado el todo a cambio de una represalia en mi contra y dónde está en riesgo la vida de mi esposa. —besa el dorso de la mano de Elizabeth. —Mejor responda usted ¿De que servirían los votos de la gente si yo estoy muerto? Le apaga la sonrisa y deja con interrogantes en la lengua al reportero que tenía mucho por decir pero ya no le da oportunidad de seguir cuando después de sus palabras continúa caminando por la pasarela de reporteros y cámaras hasta llegar al recinto dónde dará una conferencia de actividades y el principal tema será el famoso decomiso del que tanto se habla. Una vez más ha salido bien librado sin embargo ha guardado en su cabeza el nombre de aquél mocoso insolente del que después se encargará hasta destruir por completo su vida laboral. —Sonríe maldita sea, por lo menos finge que eres feliz —sisea entre dientes a su esposa quién luce enferma. En realidad es como si lo estuviera, le provoca muchas náuseas el tener que pasar tiempo con Erick. Posterior a la agobiada tarde a la que Elizabeth se vio inducida nuevamente, sintiendo su rostro entumecido de tantas sonrisas falsas se encierra en su recamara, para leer algo de literatura romántica ficticia que para ella es una salida de la realidad, oportunidad para fantasear un mundo mejor, sentirse rehén del amor sin ninguna clase de ataduras, abatiendo los obstáculos dónde al final siempre es vencedor el amor. Eso es lo que la ha mantenido optimista en el abismo que se encuentra aunque no siempre es suficiente una vez que regresa a la realidad y por el contrario la hace creer más frustrada que nunca, con bastantes interrogantes es su cabeza que la llegan hacer sentir miserable ya que ella no creé que el amor algún día llegue a ella, quizás cuando Erick muera pero como ve las cosas podría llegar a morir primero ella que él. El sonido de la puerta abrirse la hace exaltarse aferrando el libro en su pecho. —Tranquila soy yo. —anuncia Carmen dejando una bandeja con alimentos sobre una mesa. —Te traje algo rico para merendar. —Gracias pero no tengo apetito. —observa a Carmen desde el balcón dejando en su regazo el libro que leía. —Erick no está ¿cierto?. —intuye debido a que Carmen solo lleva comida a su dormitorio cuando él no está en casa, acxion que no le molesta, por el contrario le alivia el hecho que él tenga otros asuntos en que ocuparse y se olvide de ella. —No, escuche que le dijo a su amigo que irían a celebrar no sé con exactitud que pero por la felicidad en sus palabras será una noche larga para ellos. Elizabeth pone en blanco los ojos luego de oírla. —Por primera vez hace algo productivo en su vida el maldito narcisista y ahora se creé Dios. —¿Cómo?. —Carmen no entiende sus palabras. Sin embargo Elizabeth al igual que aquel reportero creé que hay algo turbio detrás de todo esto ella mejor que nadie sabe que Erick Anderson no es una buena persona. —Nada olvídalo —se levanta de su silla y con aquélla mujer siguiendo sus movimientos comienza a cambiar su ropa por una más cómoda (ropa deportiva). —¿A dónde vas?, es muy tarde y si él se entera que haz salido nos mata a las dos. —por instinto y nerviosa intenta cubrir la puerta con su cuerpo e impedir que salga. Pero eso no será un obstáculo para Elizabeth, quién no desaprovecharía una oportunidad así para salir a tomar aire fresco, respirar tranquilidad alejada de esa enorme y hostil mansión a la que le falta más qué calidez. —Tranquila. —coloca sus manos sobre los hombros de Carmen. —Sé como burlar a ese par gorilas por ello Erick no se va enterar jamás que he salido, no tardaré mucho tiempo solo quiero leer y dar una vuelta por ahí. Sí por alguna razón se llega a dar cuenta que salí no tienes tampoco porque preocuparte jamás diría que fuiste mi cómplice. Sus palabras logran persuadirla no tanto por su razonamiento es más bien por qué no quiere ser parte de su amargura, quiere hacerla sentir que es libre de tomar sus propias decisiones aunque eso incluya una gran consecuencia si algo llega a salir mal. —Pero no te alejes tanto, sabes cómo está la inseguridad y no quiero imaginar que pasaría si te llegan a secuestrar o... hay Dios mío. —se persigna un tanto dramática. —No me pasará nada, si todo fuera tan malo como lo ves nadie saliera de sus casas. —Le besa la frente ya que Carmen es más bajita que ella. Ella sonríe le parece una mujer fuerte debajo de esa niña indefensa.
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