3- La puerta cerrada

854 Words
Lizzie llevaba horas encerrada en aquella habitación sombría, esperando una señal, un ruido, una prueba de que no estaba completamente sola. La luz apenas entraba por la ventana alta, filtrándose entre los cristales rotos y proyectando sombras largas sobre las paredes. Su aliento formaba pequeñas nubes en el aire frío. De pronto, un susurro rompió el silencio. —Señorita... La voz de June emergió entre la penumbra, temblorosa pero firme. —No había podido venir antes… —dijo desde el otro lado de la puerta, conteniendo las lágrimas—. Me mantuvieron vigilada en los pisos inferiores. Siempre había alguien cerca, como si supieran que intentaría buscarla. Pero logré montar una escena y escapar hasta aquí… Lizzie se acercó, apoyando la frente contra la puerta de madera. —Escuché una conversación. Decían que si no acepta casarse con el conde, no la dejarán salir nunca. Estoy tan asustada por usted… pero no se preocupe, estoy aquí para servirla. Las palabras se clavaron como agujas en el estómago de Lizzie. “No la dejarán salir.” La amenaza retumbaba en su mente. Por primera vez, el pánico se apoderó de ella con violencia. —Me iré esta noche, cuando nadie me vigile —añadió June con voz urgente—. Buscaré ayuda, donde sea. Le prometo que volveré por usted. Lizzie se mordió los labios con fuerza para no sollozar. Unos minutos más tarde, apoyada en la ventana, alcanzó a ver una figura corriendo entre los jardines oscuros, esquivando a los guardias como una sombra. —Que la diosa te proteja, June… —susurró. Y entonces, el silencio volvió. Uno mucho más cruel que antes: el de la espera. Mientras June corría por las calles buscando ayuda, el Duque James Webster se encontraba en su despacho, sumido en el silencio de la noche. La lámpara de aceite proyectaba una luz pálida sobre los documentos que tenía ante sí: genealogías, registros de herencia, contratos nupciales. Todos vinculados, de una u otra forma, a un solo nombre: Rafielle Usher. James no necesitaba más pruebas para saber que el conde era un depredador disfrazado de noble. Había seguido su rastro durante años. Usher no solo seducía a jóvenes herederas sin familia cercana. También las casaba con rapidez, tomaba control de sus bienes y, en menos de un año, ellas morían. Siempre en circunstancias extrañas. Siempre sin preguntas. Siempre sin testigos. Había estado esperando. Sabía que el dinero de su última esposa se estaba agotando rápidamente, y que el conde pronto buscaría otra víctima. Solo era cuestión de tiempo. Y el tiempo se agotó. La puerta del despacho se abrió con cuidado y Cristina, una de sus criadas de confianza, entró con el rostro serio y los pasos apresurados. En sus manos llevaba una nota. —Mi señor… esta carta es de una muchacha llamada June —dijo con voz suave—. La conozco desde el orfanato. Es de fiar. Trabaja como sirvienta de la vizcondesa Elizabeth Bass. James tomó la carta sin responder. La leyó, inmóvil. “La vizcondesa está en peligro. El conde Usher la ha encerrado. Me temo que está forzándola a casarse.” Sus dedos se cerraron con lentitud sobre la nota. Ya lo esperaba. Solo faltaba que el conde hiciera su jugada. Unos minutos más tarde, June fue llevada hasta él. Entró jadeando, aún cubierta de polvo por la huida, con el rostro lleno de súplica. —Señor… por favor… —comenzó a decir con voz rota—. ¡La tiene encerrada! Dice que no la dejará salir si no acepta casarse con él. ¡Está en peligro! James no la miró. Permanecía de pie junto al escritorio, el rostro inmutable, sus dedos tocando los bordes del pergamino con fingida indiferencia. —¿Qué espera de mí? —¡Ayúdela! ¡Por favor! ¡Es la única persona que puede hacerlo! —exclamó June con desesperación. Un silencio largo se impuso en la habitación. Finalmente, él levantó la mirada. —He revisado el asunto. —¿Y entonces? —Y he decidido no intervenir. Su tono era frío, resuelto. —Los asuntos entre nobles no me conciernen, especialmente sin pruebas. Rafielle Usher tiene conexiones con la corte imperial. Acusarlo sin respaldo solo traerá consecuencias… para todos. —¡Pero ella está encerrada! ¡Lo vi! ¡No es una suposición! —insistió June, con lágrimas cayendo. —Sin pruebas formales, no puedo comprometerme —repitió James con calma—. Y no actuaré motivado por el testimonio de una sirvienta, por muy sincera que parezca. June contuvo la respiración, atónita. —¿Y eso es todo? Él la miró un instante, sus ojos tan impenetrables como siempre. —Le ofreceré asilo aquí, si lo desea. Cristina se encargará de usted. Pero no espere más de mí. La audiencia había terminado. June salió devastada. Y James... simplemente volvió a sentarse. En la mesa, la carta seguía abierta, como si el papel pesara más que el plomo. Una brisa apagó la lámpara. Y el despacho quedó en penumbra, mientras las palabras flotaban en el aire. ¨¿Y ahora?¨
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