Casi suelto una carcajada. La cara. ¡Si supiera la guerra que tengo por dentro!
Me acerco, inclino la cabeza y le susurro:
—Nada. Tu hijo me acaba de dejar claro que soy el guardián oficial de su madre.
Ella abre los ojos, sorprendida, y luego suelta una carcajada tan fuerte que varias de sus amigas voltean a verla.
—¿El guardián? —se ríe, cubriéndose la boca con la mano—. ¡Ay, Dios! Ese niño…
No puedo evitar sonreír, aunque me duele.
—No es un chiste, Bianca. Él habla en serio.
Ella baja la risa, me mira fijo, y hay un destello extraño en sus ojos. Como si por un segundo se diera cuenta de la verdad detrás de todo. Suspira, y se acomoda el cabello detrás de la oreja.
—Él todavía no entiende… —dice, bajando la voz—. Pero yo sí.
La tensión s****l nos envuelve otra vez, como un lazo
