* Al entrar a casa lo primero que quiero es ir a la cocina, abrir el refrigerador y servirme algo rápido, pero una voz grave me congela los pies justo cuando paso frente a la sala. —Buenas noches. Me detuve en seco y vi a Emiliano. Ahí estaba, sentado como si fuera el dueño de todo, con esa pose relajada y al mismo tiempo desafiante. Emiliano. La luz tenue de la lámpara le marcaba el rostro, y en su mano brillaba una copa de whisky, el hielo derritiéndose lento. —Buenas noches —le respondí, seca, aunque por dentro me temblaban las manos. Me acerqué con cuidado, como si estuviera entrando en un terreno peligroso. Y claro que lo era. —¿Qué tal la noche con tu cita? —me soltó de golpe, directo a la yugular, con esa voz suya que no admite mentiras. —Bien —contesté rápido, demasiado rápi

