Me crucé de brazos alejándome de él, como si esa simple acción pudiera armarme de un escudo contra él, contra todo lo que me hacía sentir. Lo miré fijo, con la cabeza en alto, aunque por dentro me temblaba hasta el alma.
—Sí… hablemos —le dije con la voz tensa, casi un suspiro disfrazado de valentía.
Él dio un paso hacia mí, con esa calma peligrosa que me desarma siempre, y lo vi detenerse a unos centímetros, apenas lo justo para invadirme el aire con su presencia.
—Quiero que tomes esto en serio, Bianca… —su voz estaba grave, firme, sin titubeos—. Te juro que no estoy comprometido. Todo eso es un invento de mamá. No quiero alejarme de ti.
Sus palabras se clavaron en mí, y aunque quería creerlas, la sombra de su madre se interponía como un muro imposible de atravesar.
—Tu mamá hará lo
