Uno.

3461 Words
La ayuda de cámara que tenía dispuesta siempre para ella la señorita Giulia De Verna, se alistó en su habitación del servicio para salir a trabajar un día más, colocando muy bien su moño perfecto, al tiempo alisando su uniforme de hacía años, el cual consistía en un vestido blanco largo con un chaleco n***o y un broche distintivo de las demás doncellas de la casona. Debía estar en un orden ideal para que nadie pudiera llamarle la atención por mucho que quisiera, y de eso se encargaba desde que tenía uso de razón. Su madre también fue servicio, una dama ejemplar como ella sola, así que seguir sus pasos no era tarea pesada. La chica de cabellos azabaches caminó desde el área del servicio en el sótano de la gran casa hasta las escaleras que conducían a las habitaciones de los señores, en especial la suya, quien de seguro dormía todavía, así que era su deber ir a despertarla para alistarla y que supiera sus actividades ese día. Al ser una chica de diecisiete años, próxima a cumplir la mayoría de edad, y pronta a graduarse de la secundaria, tenía que acudir todavía a clases en la escuela privada Edimburgo, la cual solo daba calidad, en vez de cantidad a sus alumnos, quienes aplicaban solo si tenían un mínimo de conocimientos adquiridos, los cuales solo eran capaces de saberse habiendo cursado en escuelas igual de costosas con menor edad, así que todos sabían que esa vida no era para cualquiera. Pasó saludando a una de sus amigas del servicio, ya que ella atendía al padre y señor de la casa, mientras que las demás se ocupaban de sus propios asuntos. La señora no estaba, ya que se encontraba en un retiro espiritual junto a su coach motivacional y de artes marciales, el cual insistió en hacer un viaje de ese estilo para lograr desestresar a todo el que acudiera. Aunque quiso convencer a todos de ir, lo cierto fue que nadie la escuchó, pues todo lo que hablaba parecían ser barbaridades, de modo que preferían hacer oídos sordos ante su presencia parlanchina. Las chicas del servicio solo podían reír por lo bajo y dar sus propias opiniones cuando estaban a solas en el área de cocina o en sus alcobas, pero jamás admitirían ante ningún superior que eso ocurría. Si tan solo la señora Eisenberg, quien era el ama de llaves, supiera lo que hablaban, les daría un sermón de cinco horas, exigiéndole a todos cumplir mayor trabajo forzado. La chica en cuestión sonrió para sí misma antes de entrar a la habitación de bonitas puertas francesas que tenía la señorita Giulia. Una vez estuvo dentro, cerró la puerta tras de sí, yendo directo a abrir las grandes cortinas de la habitación con aires de antaño, pero decoración innovadora. Cuando la luz entró por los grandes ventanales, esta pegó en el rostro de la adolescente que estaba a su cargo. Giulia tenía un largo y saludable cabello color castaño brillante, el cual era muy sedoso y abundante. Se veía como un ángel durmiendo. "Si tan solo fuera así cuando está despierta" pensó el servicio, haciendo una mueca al recordar el carácter mimado de su ama. Pasados unos segundos, la castaña seguía durmiendo como si nada, de modo que le tocó despertarla a la fuerza. Tocó su hombro varias veces, pero su sueño era tan pesado que parecía que ni siquiera una bola de demolición en su oído podía despertarla, así que de nuevo la zarandeó, esta vez más fuerte, siendo que ella apenas y logró salir de su sueño. Lo primero que hizo su rostro delicado y hermoso fue contraerse, frunciendo el ceño, dañando cualquier belleza que pudiera tener al ser parte de esa familia de procedencia italiana. Apenas sus orbes oliva se abrieron y la observaron, se quejó como una niña pequeña, volviendo a dormir en una posición que encontró cómoda. La chica del servicio rodó los ojos y volvió a intentarlo, esta vez con mucho más énfasis. —Vamos, señorita, se le hará tarde— habló ella, insistiendo —Tiene que bajar a desayunar, ya sabe que su padre se pondrá furioso si no lo hace a tiempo—. —¿Tarde para qué? ¡Ya déjame dormir!— exigió la más joven desde su cama, siendo que su voz sonó apagada por estar pegado su rostro a la almohada con funda de seda —Mi papá puede comer sin ayuda, todavía no es un fósil—. —¡Pero llegará tarde al instituto!— dijo la mujer, sin saber qué más hacer para convencerla. Entonces, pareció haber tocado una tecla invisible, ya que de un momento a otro, la chica sentó en su cama y la miró, aún un poco dormida. —Bien, ya estoy despierta ¿Dónde está el uniforme?— quiso saber ella, casi de buena manera, pero no dejaba de tener ese tono de superioridad típico de cualquier hija mimada. Se levantó de allí en su bata larga de lino color azul Francia, la cual tenía un bonito encaje en tono ceniza. El servicio le señaló el perchero rodante que llevó la noche anterior a su habitación, donde colgaba el uniforme perfectamente planchado. Giulia asintió y se dirigió al baño para asearse, así que cuando salió se veía aún más radiante. La señorita pasó a sentarse en la peinadora para que la mujer le hiciera el arreglo del cabello mientras ella trabajaba en su maquillaje. Una vez que la peinó, ella también terminó su maquillaje, bastante sencillo, ya que no necesitaba mucho. Sus cejas eran prominentes y gruesas, mientras que su perfil era delicado y unos labios con un bonito arco de cupido le hacían la suficiente justicia para llamar la atención de cualquiera. Pasó a vestirse luego de esto, siendo que el uniforme constaba de una falda color azul marino con detalles en rojo intenso y una camisa blanca manga larga. Tenían también un corbatín color rojo y azul a rayas las mujeres en forma de lazo, y unas medias negras que llegaban casi a la rodilla. Los varones de esa escuela tenían corbatas con la misma combinación. Los zapatos no eran cosa del otro mundo, ella prefería mocasines oscuros, los que siempre debían estar pulidos y bien cuidados, ya que el cuero siempre fue una tela delicada y muy complicada de cuidar para mantener en buen estado. Al estar lista, lo primero que hizo fue tomar su bolso, el que ya debía tener todo lo que ella usaba en un día común, hasta eso le ordenaba la chica que la atendía, de la cual no recordaba ni el nombre, pero era buena en lo que hacía. Se miró en el espejo antes de salir, y este le devolvió un reflejo de chica alta y esbelta con un tono besado por el sol en la piel, cosa que la hacía sentir superior a los demás, pues el uniforme le quedaba como si fuera un maniquí, cualquiera se derretiría por ella. "Cualquiera, menos Boris" pensó para sí misma, sin embargo, disipó este pensamiento y bajó las escaleras de la mansión, las cuales tenían un bonito color marfil combinado con madera oscura pero brillosa, viéndose elegante y muy impecable. Al llegar al gran comedor para doce, se sentó en el que solía ser su lugar casi siempre, colocando su bolso en una silla a su lado. Su padre ya se encontraba ahí leyendo el periódico, el cual bajó de su rostro y le miró con expresión seria. —Hemos estado esperando por ti casi veinte minutos, eso es inaceptable— exclamó el hombre, dejando ver una vena en su frente muy salida, mientras señalaba a sus cinco hermanos y su propio reloj de muñeca. Pequeño detalle, tenía tres hermanos y dos hermanas, quienes hacían caso en todo al ogro de su padre. —Lo que es inaceptable es que no me dejen dormir hasta tarde, las escuelas deberían funcionar de noche— comentó ella, sin ningún pudor, mientras veía cómo una chica pelinegra le servía el desayuno. Ante su comentario, todos parecieron negar con la cabeza, en desacuerdo con ella, no porque no la comprendieran, sino porque siempre era lo mismo, y si llegaban tarde a clase era por su culpa. Leyla la miró con reproche cruzada de brazos, mientras que Herminia se hallaba en su celular sin prestarle la más mínima atención, solo a postear su vida en las r************* e interactuar con sus seguidores. En el caso de los chicos, quienes eran todos mayores que las chicas, conversaban entre sí sobre videojuegos y algunos temas actuales, al tiempo que repetían de ración en comida, siendo casi un desastre a la hora de comer, pero no dejaban mucho desorden debido a lo que les esperaba si hacían quedar mal a su progenitor, siempre tan perfeccionista. Dos de ellos eran muy relajados, mientras que el mayor de todos, quien iba la universidad era todo lo contrario, así que miraba su reloj constantemente, irritando a todos, incluyendo al cabecilla de la familia, quien sentía la presión sobre sus hombros de hacer todo de la forma correcta. Giulia comenzó a degustar su desayuno, el cual constaba de dos tostadas francesas con canela y miel esparcidas por encima, un smoothie de moras, bananas y proteína en polvo, sumándole un vaso de agua, nada de eso podía faltar en su primera comida del día. Luego siempre tenía la costumbre de tomar una manzana o un durazno para comerlo de camino al instituto. No comía nada allí, ni siquiera en el desayuno, ya que no le gustaba verse vulnerable ante otras personas de su edad. En especial frente a Boris. Cuando terminaron todos de comer, habían pasado alrededor de quince minutos, por eso, todos iban tarde. No les gustaba la idea, pero era eso o dejar de ir al instituto y universidad, respectivamente. Cada quien miraba de reojo a su hermana, a excepción del conductor, quien le sonrió por el espejo, como siempre, a modo de saludo. Se trataba de una van grande en la cual cabían todos, incluyendo al padre, y aunque todos tenían distintos compromisos, les gustaba mantener la tradición de ir juntos a la mayoría de los lugares. El trayecto no era demasiado largo hasta el instituto, pero era desesperante cuando iban tarde, sobre todo para los hermanos mayores y el padre, quienes ya comenzaban a perder la paciencia, solo que todos los días era lo mismo. Esa mañana llegaron cinco minutos antes del toque de queda para los estudiantes, por eso tuvieron que apurar el paso para no entrar retardados a los salones de clase. Giulia solo estaba interesada en una cosa, y esa era ver al perfecto de Boris caminar por la entrada justo un minuto antes de que tocaran el moderno timbre, luciendo como modelo de revista. Boris Falckov era un chico de cabellos estrictamente lisos y rubios, siendo que sus ojos tenían un tono miel hermoso, eso acompaño de un físico de muerte lenta, le daba el plus que le faltaba. Se notaba que se ejercitaba, pero no demasiado, lo que dejaba ver su cuerpo atlético sin exceso de músculos, era más bien menudo, con una altura bastante aceptable. El uniforme le quedaba a la medida, por eso quizá tenía un aire estético más allá de lo usual, de lo que cualquiera vería en un chico de secundaria. Él no era muy hablador, pero su tono de voz era profundo, con ligeras notas agudas y agradables al oído, así que dejaba a quien fuera con el habla a medias, como si solo existiera él en el universo y los demás le sirvieran de súbditos y admiradores. A pesar de ser un chico del que todo el mundo hablaba, no tenía muchos amigos, en realidad, solo se la pasaba con un compañero de clases, con él hacía todo lo respectivo a las tareas, pero jamás mezclaba siquiera un poco de su vida personal con este. El aura de misterio que le rodeaba era enorme, y por eso un montón de chicas caían a sus pies, sin embargo, no prestaba atención más allá de la necesaria cuando se trataba de hormonas, era un chico serio. Las pocas palabras que emitía solo eran oraciones necesarias, ya que parecía que no le agradaba malgastar energía en decir lo que sentía. Esa era la apreciación de la señorita Giulia, quien además de admirarlo, también quedaba anonadada con sus maravillosos modales y maneras de dirigirse a los demás. La castaña tomó asiento en las bancas de las afueras de la construcción, así que de ahí podía ver a lujo de detalles cuando llegaba el chico, sin ningún compañero, pues él brillaba con luz propia, al menos para sus pupilas. La mayoría de los otros chicos siempre iban en grupo, pero a él le agradaba ir solo, como si lo que pudieran pensar sobre su persona no contara. Por si fuera poco, los maestros lo adoraban, y casi en cada clase era un modelo perfecto de estudiante, así que no había manera en el mundo de competir contra él. Una vez que entraron todos y la campana sonó, cada quien se dirigió a su aula con rapidez, como si se tratara de un encanto que se rompe apenas hay un poco de realismo. En el caso de Giulia, tenía clase de biología, una materia que no odiaba, pero tampoco era su fuerte, solo estaba ahí de relleno en su malla curricular de último año. Agradecía en el alma que ese fuera el periodo que daría por fruto su título para ingresar luego a la universidad. No estaba para nada convencida de lo que le decía su padre, que era dedicarse a la administración de empresas, no porque ella se pudiera encargar en tal caso del negocio familiar cuando se asentara como adulta, sino porque este sabía que en ella no habían muchas más aspiraciones que ser modelo para alguna marca reconocida, y ese era un grave error, irse por la tangente cuando tenía algo a lo que dedicarse profesionalmente en el ámbito de los negocios, aunque fuera una pequeña parte de estos. Tendría que compartir con sus hermanos el dominio de una empresa tan grande como lo era De Verna's Company, un lugar especializado en comercio exterior y transporte de carga internacional. Sabía que su padre trabajaba duro para que ellos pudieran vivir bien, pero esa no era su pasión, y no tenía idea de cómo hacérselo saber sin herirlo aún más, ya que de por sí era una decepción. No era la primera vez que le decían que no tenía la suficiente madera para enfrentar al mundo, por eso quería demostrar justo lo contrario, algo difícil para una estudiante de su categoría. El hilo de sus pensamientos se enredó cuando una de sus compañeras, que se hallaba exponiendo sobre algún tema por orden de la profesora Harrington, le preguntó qué opinaba acerca de ello. Eso era algo que estaba claramente permitido en clase, el debate entre alumnos, pues ayudaba mucho a aprender de buena manera sobre distintos temas, sin embargo, Giulia miró hacia las láminas que se reflejaban en la pared del aula a oscuras y sintió que no sabía nada en ese momento. Todas las fuerzas que creyó tener se fueron por el desagüe, y lo peor del caso era que Boris compartía esa clase con ella. Sentía su presencia en la esquina del aula, mirándola pesadamente, al igual que todos allí, esperando a que dijera algo, pero lo cierto fue que solo balbuceó un par de palabras erradas en torno al título que tenía la diapositiva frente a todos. Las risas por lo bajo y los comentarios negativos hacia ella no se hicieron esperar. Sus mejillas se calentaron más de la cuenta al caer en la realidad de que seguramente estaba muy mal respecto a la materia, aunque sus calificaciones no estuvieran en un punto terrible. Tragó saliva y volvió a sentarse, sin saber qué más hacer. La profesora calmó a los alumnos, y le instó a estudiar un poco más duro, ya que los exámenes de admisión a las universidades estaban a la vuelta de la esquina. Ella no estaba muy segura de cómo podría decirle a sus padres que quería estudiar diseño de modas, sin que se la viera mal por eso. Tras culminar la clase, pasó pesadamente por el marco de la puerta que separaba el aula del pasillo. Tyna, su mejor amiga, la miró con aire de desaprobación, acompañándola a la siguiente clase, mientras la guiaba por el camino, ya que la chica se hallaba un tanto indispuesta luego de haber metido la pata hasta el fondo frente a su crush. —Mira, sé que ha de ser muy feo y todo, pero ¿Quién te manda a no estudiar? Te dije que repasaras el capítulo de ayer, pero una vez más, no me haces caso— dijo la morena de rizos brillantes y sedosos. —Lo siento, Tyna, de verdad, pero no sabes lo difícil que es concentrarme en los libros mientras solo puedo pensar en él, es un castigo del universo, estoy segura—. —El único castigo del universo que vas a encontrar si no estudias, es el de no pasar la prueba de admisión que tus padres quieren que presentes el mes próximo— contraatacó la ajena. —Lo sé, estoy acabada...— exclamó dramáticamente la de apellido De Verna. —Vamos, no digas esas cosas, que ya hasta me empiezas a contagiar de tus malas vibras— se quejó la mejor amiga. —Sabes que es verdad, aunque me esfuerce, siempre hay algo que no logro comprender, y hace que todo lo demás se arruine... Solo un milagro podrá hacer que pase esa prueba, cuando en realidad ese no es el futuro que quiero para mí— dijo la castaña. —Giulia, la única manera de cambiar tu vida es hacerle frente a tus padres... Sé que es difícil, pero ellos no tienen idea de que tienes una motivación, sino que piensan que nada te importa más que tu figura— comentó con razón la chica de ojos oscuros y brillantes. —En parte es importante mi figura, pero es algo que ninguno en mi familia podría comprender, me detestan—. —Lo sé, pero ¿Quién puede culparlos? Los haces llegar tarde todos los días— expresó Tyna, soltando una carcajada sonora. Giulia la miró mal y continuó ella sola su camino hasta la siguiente clase, la cual por suerte no compartía con Boris, ya que no soportaría verlo a la cara luego de quedar en ridículo frente a todos. Ahora el aula cambiaba a una menos seria, pero igual de vital, la que se encargaba de ayudarlos con su proyecto de graduación. Ella quería hacer una tesis sobre los estudiantes becados y sus diferentes puntos de vista en cuanto a la vida. Eran una minoría que merecía atención, ya que lo que hacían era increíble para mantener sus promedios. Allí, en ese espacio, pudo sentirse un poco más cómoda en su propia piel. El profesor les pidió hacer una entrevista a varias personas importantes para su proyecto, de modo que serían los protagonistas principales de este, de donde se sostendría. La castaña estaba nerviosa, pues jamás había llevado a cabo algo como eso, pero a la vez se hallaba emocionada. Tendría que ir hasta la dirección para conseguir la lista de los alumnos con apoyo económico, y así poder elegir entre ellos, ya que era información confidencial, solo para conocimiento de los profesores y directivos, cosa que evitaba los roces entre los estudiantes. Copió con mucha diligencia hasta el más mínimo detalle que pedían para un buen desarrollo de tesis, ya que no podía permitirse ser otra cosa que excepcional en su trabajo de grado. Miró hacia su mejor amiga, quien se hallaba a unos puestos más allá, junto a una chica transgénero, debido a que su proyecto trataba sobre la inclusión en la institución. Pidió entonces el permiso del profesor para ir hasta la oficina directiva, cosa que le fue concedida de inmediato. Una vez que llegó allí, pidió acceso a los archivos de los estudiantes becados, elegiría uno de primer año y otro a punto de graduarse. Al pasar junto con el encargado hasta el cuarto con las carpetas de cada alumno, este le señaló el único cajón en donde se hallaban los documentos de quienes tenían beneficios. Ella eligió a una chica de cabellos rojos muy bonitos que se encontraba en primer año, pero al pasar a la lista de carpetas de los de último año, se encontró con un apellido bastante conocido para sí. Se trataba nada más y nada menos que el de la familia Falckov.
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