Dos - Parte 1

4594 Words
A las cuatro en punto de la mañana abro los ojos, el reloj sobre la mesa de noche de la habitación de Nader marca la hora. Intento levantarme pero el libanés me atrapa antes de que pueda salir de la cama, anoche decidí quedarme con él porque ya era muy tarde para llegar a la casa y mi abuela seguramente estaba dormida. No la quise despertar con mi arribo ruidoso de siempre, preferí dejarle un mensaje de texto avisándole que dormiría en casa de los Musbah y que hoy en la mañana a primera hora estaría de regreso para cancelar la deuda del alquiler pendiente. Mi cabeza trabaja a mil por hora para contrarrestar la ansiedad que me oprime el pecho, necesito resolver la situación para estar en paz conmigo misma. Las prioridades de mi vida son muy simples: Mi abuela, mi abuela y siempre mi abuela. No puedo descuidar ningún aspecto que le afecte a ella o de lo contrario mis niveles de estrés aumentan y desencadenan crisis de pánico que ya casi no puedo controlar. Me doblegan. Y ya sé que debo a prender a domar los miedos internos, pero suena más fácil de lo que en realidad es. No quiero ni pensar en que por llegar tarde saquen nuestras cosas de la casa, debo salir ya de aquí y entregar el dinero a tiempo antes de que mi sistema nervioso colapse y me desmaye de largo en el suelo. Nader trata de abrazarme, pero quito su brazo de encima como puedo y me pongo de pie fuera de la cama tan rápido que mi vista se nubla un poco. Tengo el ritmo cardíaco alterado y respiro con tanto afán que empiezo a ahogarme, las paredes se me mueven y lloriqueo sin dar un paso más cuando entiendo que no puedo vencer el miedo que me arropa involuntariamente. Que hay cosas que no puedo controlar y que todos los escombros están cayendo sobre mí. —Hey, Bi, todo está bien, cariño —Nader nota lo que me sucede y sale de la cama enseguida, apretándome en un fuerte abrazo que me hace llorar más fuerte y esconder mi cara en su cuello—. Amor, estoy aquí. Nada va a pasarte, yo te cuidaré siempre. No estás sola. —Abrázame, no me sueltes. El llanto no me deja reaccionar y me aferro a su cuerpo como si fuera el oxígeno que me permite respirar. La sensación es reconfortante. —No lo haré, cielo. Estoy aquí y así será para siempre. El susto pasa poco a poco, me carga para llevarme de regreso a la cama en donde nos acurrucamos con él peinando mi cabello hasta que me duerma. No es primera vez que sucede, mis crisis nerviosas son constantes y él es la única persona que puede calmarme al cien por ciento. Deja un beso en mi cuello y los ojos se me hacen pesados hasta el punto de cerrarlos porque vuelvo tener sueño. Dormir abrazada a él me garantiza protección y tranquilidad, lo que él provoca en mí no lo cambiaría jamás. Cuando vuelvo a despertar el sol atraviesa las persianas, lo primero que hago es mirar la hora, son las siete de la mañana y Nader no está en la habitación. Me levanto, recogiendo la ropa del suelo, acto seguido entro al baño, me lavo los dientes y visto, mirando en el espejo que no me vea como una loca. Tampoco quiero llegar a pagarle a Rechi con una mala pinta. No quiero causar peor impresión de la que ya tiene sobre mí. Escucho la puerta y luego la voz de mi hermoso novio llamándome hasta que me consigue sentada en el inodoro. —Mi madre preparó el desayuno, le dije que lo empacara para poder irnos ya. —No me despertaste. —Me quejo. Sonríe de lado, robándome un suspiro cuando se acerca a darme un besito rápido sin importarle que esté orinando. —Te veías tan cansada que quise dejarte un par de minutos más, pero te juro que ya venía a levantarte, a besos de ser necesario. Él es tan tierno. —Te amo mucho, mi príncipe del Líbano. —Amarlo es lo mejor que me ha pasado. —Yo te amo mucho más, mi princesa latina. Salimos de allí directo a recoger las bolsas empaquetadas de Yassir, la madre de Nader, a la cual saludo con un abrazo que ella me corresponde con ojos de amor cuando me ve antes de irnos de la mansión conmigo luchando contra el tiempo, aunque la verdad es que minutos de sobra hay. —Necesito que sepas que cuentas conmigo, Biana. Volteo a ver al pelinegro cuando dice eso, conduce con cuidado, apenas me ve de reojo. —Sé que estás para mí. —¿Entonces por qué no me dijiste que necesitabas ese dinero? ¿No era más fácil llamarme que irte a trabajar de madrugada? —No fue de madrugada. Odio discutir con él por estas cosas. Su obsesión por no solo controlar todo sino también mi vida a veces se siente asfixiante. Entiendo que me ame y que aquel sentimiento lo sepa demostrar preocupándose por mí y queriendo darme todo lo material de lo que carezco, pero no puedo permitirle actuar como un jodido patrocinante cuando no lo es. Es respeto, yo lo valoro y no quiero hacerlo sentir utilizado. —Son altas horas de la noche, Bi. Esta ciudad no es el mismo pueblo rural de antes, hay muchos inmigrantes y gente que ha venido de otras ciudades, el incremento delincuencial es alto. Ayer robaron a una chica saliendo del negocio, no quiero que nada te pase. Dejo mi mano sobre la suya. —No te preocupes tanto, me sé cuidar. —Yo sé, yo lo sé. Pero quiero cuidarte, no soy un desconocido, soy tu novio de hace años. No me quieres aceptar nada de lo que quiero darte, ni siquiera te quieres casar... —Nader, por favor. Hablemos de esto en otro momento, no tengo cabeza para nada. Sólo quiero llegar a pagar lo que debo y ya. No me responde y a juzgar por su silencio sé que está molesto conmigo. Como cada que no cedo ante su insistencia. Es muy temprano para iniciar una pelea tonta, lo último que deseo es que estemos enojados. Enciendo la radio para llenar el silencio colosal que aturde y me distraigo con la voz del locutor que habla sobre el nuevo auto lavado de autos que queda en el cruce antes de llegar a la plazoleta del centro. Miro también por la ventana, me empieza a picar el cuello por la demora en llegar y quisiera apurar a Nader aunque sé que no es su culpa. Cuento los minutos y hasta repiqueteo el pie contra la alfombra, ansiosa. —Hay mucho tráfico a esta hora —Se queja el extranjero antes de dar la vuelta en U para coger otra vía. Y vuelve al tema principal—. Trata entonces de que por favor, si quieres jugar a ser un súper héroe, que no sea en horas que te expongan. Hazlo por mí, así como te entran miedos con tu abuela también me pasa a mí contigo. Me conmueve la confesión, tal cosa me hace sentir como una egoísta. No pienso en él, ni en lo que mis acciones le afectan. Se me llenan los ojos de lágrimas. —Lo siento mucho, discúlpame. Trato de mejorar, te prometo que no volveré a andar tan tarde por allí a menos que sea contigo. Me concentro tanto en la abuela que olvido que tengo una vida, y que Nader está en ella y necesita mi atención también. —Sólo cuídate, por favor. Si algo te sucede no sé qué haría después sin ti. Y me giro para robarle un beso que lo medio hace sonreír. Su ánimo mejora y por consiguiente el mío también. Pero como nada dura para siempre llega el momento de cambiar esa tranquilidad anhelada por miedo cuando veo a la abuela en la acera frente a la casa llorando desconsoladamente con todas nuestras pertenencias en los alrededores. ¿Qué mierda? Nader acelera, ni termina de estacionar cuando ya me he bajado. —¿Qué pasó, abue? —La miro asustada, ella se sienta sobre la acera sin decir nada. Nader llega enseguida a mi lado— ¿Dónde está la vieja Rechi? Ni me contesta presa del llanto. Nader se queda con ella mientras yo avanzo a la propiedad, la puerta está abierta y adentro hay hombres vestidos de n***o que terminan de sacar el mobiliario que hay dentro. Sus camisas los identifican como trabajadores de Corporación Benedetti. —¿Pero qué es todo esto? ¡Esta es mi casa! —Disculpe, señorita. Desde hoy temprano esta propiedad le pertenece a Massimiliano Benedetti, me temo que estamos desalojando a los intrusos que vivían en esta propiedad privada. —Yo vivía en esta "propiedad privada" El tipo se encoge de hombros. La noticia me cae como una cubeta con hielo. —¿Cuándo y cómo se vendió? ¿Con qué derecho si aquí vivimos mi abuela y yo? —Lo lamento, su antigua dueña vendió el terreno. Así que por favor le agradezco que salga del lugar. Todo ha sido en vano. Preocuparme, trabajar hasta tarde, el ataque de pánico de anoche y el de la madrugada. No valió nada. Ni siquiera puedo llorar, rabia es lo que sacude cada fibra de mi cuerpo. Salgo de allí ardiendo en ira y despotricando en contra de Rechi que vendió nuestro hogar sin importarle un comino si nosotras estábamos dentro o no. Es una desgraciada apostadora que seguro necesitaba el dinero para salir de deudas y no le quedó de otra que dejarnos sin casa aun cuando teníamos más de diez años residenciadas aquí. Nader me ve llegar con lágrimas en los ojos pero contenida y sin perder la cabeza. —Nos largamos de aquí ya, busquemos una nueva casa. —Ay mi niña. —La abuela se echa a llorar y Nader la abraza para que se tranquilice. No me quita la mirada de encima y trata de decirme algo que no le entiendo. No dejo de pensar que todo esto es mi culpa. Si no me hubiese retrasado con el pago nada habría sucedido y ahora estaríamos durmiendo sin preocupaciones. Mi novio lleva a la abuela a su camioneta y luego vuelve para ayudarme a recoger nuestras cosas del suelo. Ninguno de los dos dice nada, pero lo conozco, sé lo que pasa por su mente. —Bi... —La respuesta es no, digo que no y es no. No y punto. —Biana, por el amor a Dios. Eres mi novia. —Exacto —Tiro el bolso que acabo de recoger, encarándolo para que me vea muy bien y entienda que no voy a ceder—. Soy tu novia, no tu hija ni tu esposa, ni tu problema o una puta carga. —No eres una carga para mí, entiéndelo bien. Me incorporo para cargar lo que tiraron en las afueras de la casa como si fuésemos perros. No dejo de mirar a los tipos que van de un lado a otro cargando con las puertas y ventanas de la propiedad, desvalijándola. Ni siquiera entiendo porqué un tipo tan rico como un Benedetti podría fijarse en una casa humilde dentro de un sector de mala muerte como este. Treinta minutos después nos marchamos de allí cargando con nuestra ropa y el mobiliario que nos pertenece. Por suerte, la camioneta de Nader es grande y todo logró entrar, la abuela va en completo silencio en el puesto de atrás y yo no quito la mirada de la ventana, perdida en las miles de ideas que me taladran el cerebro para tratar de hallar una solución a todo este caos. Encontrar un alquiler cómodo en la actualidad no es tan fácil, hay que caminar, llamar, preguntar, regatear, acordar, y todo eso lleva su tiempo. Si falto al restaurante no me pagan pero si voy a cumplir horario entonces tampoco encontraremos una nueva casa. La abuela no está para estos trotes y a Nader no quiero molestarlo más, suficiente tiene con recibirnos en su casa por unos días. Yassir nos espera afuera con una taza de té para Zoila, le da un abrazo enseguida, diciéndole que podemos estar en la mansión el tiempo que necesitemos. Aunque yo trato de hacerme de oídos sordos ante tal comentario porque no pienso abusar de la buena fe de los Musbah. Mientras más rápido nos marchemos mejor. Bajamos las cosas de la camioneta para acomodarlas en el garaje y lo demás llevarlo a las habitaciones que habilitan enseguida para Zoila y para mí. Mi humor está hecho nada y mi novio lo sabe porque con sus caricias tranquilizadoras cree que puede borrar que un maldito imbécil haya comprado mi casa, dejándonos en la calle. No tengo ánimos para nada pero debo ir a trabajar, me despido de todos y minutos después Nader me lleva al restaurante. Sé que la abuela estará bien con Yassir, es un alivio saber que quede en compañía después de todo este dolor de cabeza tan grande. Me despido de mi novio con un beso antes de bajar de la camioneta, mi bolsa no pesa mucho como en días anteriores y me extraña ver a Laura afuera fumando un cigarrillo. Lo veo alejarse a buena velocidad. —¿Qué tal tu día, qué haces afuera? —Saludo a mi jefa—. Sé esperanzadora al menos, porque yo estoy teniendo un día de mierda y apenas son las diez de la mañana. Se aparta el fleco de la cara, echando el humo al aire sin quitarme la mirada de encima. —¿Qué? Que no me diga nada se me hace fastidioso. —Yo te quiero porque eres mi amiga, y por respeto a que eres mi amiga no te doy la buena bofetada que te mereces. No entiendo un carajo de lo que dice hasta que veo al resto de las empleadas salir del restaurante con sus bolsos, todas se despiden de Lau y me saludan a mí, sin desviar sus caminos hacia quien sabe donde. —Pero qué v***a está... —Nos echaron a todos, a todos. Lucrecia llamó esta mañana y dijo que había que hacer limpieza de personal, incluyéndome. Fue bastante extraño debo confesar, le pregunté que por qué —Le da otra calada a su cigarrillo y bota todo con paciencia, lento, dejándome con la duda—. ¿Sabes lo que dijo? Que hice una mala recomendación en nombre del restaurante. —Pero eso no es cierto, tú jamás... —¡Claro que es cierto! ¡Te recomendé a ti! Parpadeo. ¿Ah? —Pero si yo... —Mira, Biana, yo no sé qué carajos pasó con el hijo de Franchesko Benedetti, pero la maldita vieja nos puso a todos de patitas en la calle porque ese hombre anda modo diablo por tu culpa. Y todo hace clic en mi cabeza. La casa, el restaurante. ¿Quién sabe qué otra cosa vaya a joder? —No, no puede ser porque... Es que el señor Benedetti me defendió, le dijo al hijo que se largara. Yo no creo que... —Créelo, Bi. Porque aquí quedamos bien en la mierda, no se lo dije a nadie porque no mereces más basura, lidiar con el odio de toda la plantilla del restaurante te mataría de la cabeza, y ya suficiente tienes con tu locura natural. Pero es bueno que lo sepas, para que veas que las acciones tienen consecuencias expansivas. No sólo te afectan a ti. No tengo palabras para ella. La vergüenza me pesa y siento que debo recomponer todo. —Lo siento mucho, Lau. Yo sólo... ese hombre... Iban a abusar a mi compañera y entré en pánico. Luego él excedió el límite de mi espacio personal, pensé que me abusaría a mí y por instinto me defendí. Creí que... —No me expliques nada, Bi. Sin rencores, guardas mi número, me llamas cualquier cosa. Ya me voy, necesitaba fumar y verte antes de largarme de aquí. Me quedo de piedra mientras la veo alejarse. —Perdón. —Entra a recoger tu liquidación, nadie sabe del vaso ¿eh? Que les den por el culo a todos. Se va entre risas como si yo no acabara de arrancarle el ingreso diurno de su vida como mujer decente. Y se siente feo ser consciente de que el despido masivo sea mi culpa. Miro a la nada, tratando de digerir lo que sucede hoy en mi vida, pero ni cuando la misma Lucrecia se asoma por la puerta y me llama puedo digerirlo. —¡Biana, ven. Entra! Adentro todo está recogido y limpio, las sillas reposan sobre las mesas y la luz baja le da un aspecto lúgubre al lugar. No me gusta el ambiente, me da mala vibra, sobre todo cuando normalmente es un sitio iluminado, ruidoso y concurrido. Lleno de vida. Saca un sobre de su chaqueta y me lo entrega antes de que siquiera me acomode. —Listo, contigo acabamos. Como bien sabrás cometiste un acto abusivo en contra de un allegado de la sanidad, tuve dos opciones: Cerrar el restaurante o despedir a toda mi plantilla laboral. Es una pena por todos, pero en esta ciudad las cosas no funcionan precisamente bajo la ley verdadera. Asiento. —Lamento mucho todo esto. —No lo lamentes por mí, laméntalo por tus compañeros que tienen bocas que alimentar. Y por ti misma, este era tu único ingreso. Asiento. —Ten un buen día, Biana. Espero que consigas empleo pronto. Ahora vete. Que te echen del lugar al que le dedicaste horas de tu vida duele, pero que te te digan "vete" como si fueras un desconocido, sin mostrar tantito de agradecimiento por mis años de trabajo o sin escuchar mi versión de la historia, quema. Pero así es la vida ¿no? Un sube y baja de mierda y más mierda. Salgo de allí dando pasos acelerados con el sobre en la mano, ni lo abro para verificar cuánto dinero hay dentro. Lo único en lo que pienso es en que ese maldito desgraciado está cagándose en mi vida por una simple cachetada que ahora bien que se la merece, debí darle tres más. Camino sin parar hasta que llego a uno de los negocios de Nader, su camioneta está estacionada afuera pero la santa maría sigue abajo. Es extraño que no haya abierto teniendo en cuenta la hora que es; avanzo sin quitar la mirada de la entrada en donde veo a mi novio hablando con un sujeto que sostiene unas carpetas amarillas. Las calles llenas de vehículos y peatones hacen el ambiente ruidoso, me detengo cuando un sujeto aparece de la nada a pedirme dinero, lo esquivo y cruzo justo cuando Nader asiente hacia él y se saca el celular para marcarle a alguien. Ambos me ven llegar y el libanés me jala con él mientras habla en su idioma por el celular un buen rato, se ve bastante tranquilo pero conociéndolo sé que algo le sucede. —Yala, habibi. Y cuelga. No me deja atrás cuando regresa para retomar palabras con el tipo desconocido con pinta de extranjero también. —Vale, voy a necesitar un par de horas para desalojar el local. ¿Qué? —Tranquilo, se le dará el tiempo necesario. Y se da la vuelta, echando a andar hacia un descapotable amarillo estacionado al pie de la acera. No tarda nada en irse haciendo rugir el motor. —¿Hoy es el día de los desalojos o qué? —Sonríe de lado el pelinegro, tratando de aligerar la tensión— ¿Y a ti qué te pasó, no abrió el restaurante? No respondo, estoy procesando lo que acabo de oír. —¿Te cerraron la tienda? —No, amor. El dueño del terreno va a demoler todo y debo sacar mi mercancía de acá. No pasa nada, no es grave. —¿Quién es el dueño? —Un tal Benedetti no sé qué. Infeliz mal nacido. —Pero tienes un contrato de alquiler, ese maldito no puede... —Eh, no maldigas. Quédate tranquila, tengo todo arreglado ¿sí? Deja un beso sobre mi frente antes de abrazarme. Es mi culpa, avergoncé al magnate extranjero delante de todos con una bofetada y posterior a ello recibí el apoyo de su padre, quien lo echó del evento. Ahora yo pago las consecuencias de aquel arrebato. No debí ir a ese asqueroso hotel. Nader insiste en saber por qué no estoy en el restaurante y le cuento lo sucedido, exceptuando que Massimiliano Benedetti está detrás de todo esto porque tal parece que se obsesionó con joderme la vida no sólo a mí sino a quienes quiero. La excusa de ir a buscar empleo es la perfecta para despedirme, pero aunque el árabe no queda muy contento con la idea logro escaparme. El Ikton es mi destino, cojo un autobús que me deja a siete cuadras. Desde allí camino hasta llegar a la manzana que engloba todo el campo hotelero, mi vestimenta desencaja con los atuendos finos de quienes se pasean con sus bandas de colores como huéspedes VIP, pero tengo entre ceja y ceja arreglar lo que hice y voy a hacerlo. De que aquí no me voy sin enmendar mi error. Sé que ir a preguntar por Franchesko Benedetti vistiendo como una chica normal de la ciudad no va a resultar, se me hace más fácil escurrirme por las escaleras de emergencia para pasearme en los pasillos de la primera torre a ver si con la poca suerte que no tengo logro conseguirme con el señor amigable de la noche anterior. Siendo el padre debe tener un poco de autoridad sobre las acciones caprichosas e inmaduras del hijo. Sólo quiero que deje de joder a las personas que no están involucradas en esto. Soy yo, fui yo quien lo golpeó. No Laura, ni Nader, ni el resto de mis compañeros del restaurante. Es totalmente injusto. Pierdo tres horas de mi vida subiendo escalones sin parar y merodeando en los pasillos de las habitaciones sin éxito alguno. Vuelvo al lobby para recurrir a ideas que aún no concibo, y con suerte me consigo a Chichí. —Jefa. —La llamo. En cuanto me ve se espanta, intenta huir pero la agarro del brazo y logro jalarla conmigo a un rincón del piso por donde no transita mucha gente. —No me toques, inmunda campesina. Y la suelto. No me pasa desapercibido que se limpia con asco, como si yo fuera una enferma contaminada con algún virus altamente contagioso. —¿En dónde están los italianos? Necesito hablar con el señor Franchesko. Se ríe la mujer, con su despampanante maquillaje. Mirándome como si fuera poca cosa. —Anoche eras una recoge platos luego de ser una nada en la puerta, y hoy eres una fan loca. Debería reportarte con los vigilantes para que te saquen de aquí. —No, no, espera. Necesito hablar con el señor Benedetti. Es muy importante, de vida o muerte. —Tu vida no me interesa, y tu muerte menos. —Chichí por favor. Sé que no te conozco y tú tampoco me conoces, pero esto es realmente importante. Ayúdame, por favor. Su mirada despectiva me barre de arriba a abajo, relamiéndose la boca con desdén. —Vale, no me hago responsable de tu sensibilidad. Los criollos suelen decir que estamos locos y que somos obscenos, yo le llamo tener la mente abierta. Sígueme si es tan importante para ti ver a los italianos, pero te comportas. Emprende una caminata directo a un pasillo iluminado con una única puerta en él. La atravesamos, allí hay dos sujetos vestidos de n***o, parece un cuarto de baño, hay muchas mujeres desvistiéndose para llevar batas blancas y antifaces no sé a dónde. Chichí me hace señas para que la siga, el salón está repleto de gente que habla en otros idiomas. Conseguimos la salida hacia otro pasillo oscuro que sólo es iluminado por las luces violetas que rodean un arco con telas que guindan. Atravesamos la entrada y acto seguido se me seca la boca con lo que veo. Hay mesas con tubos en medio donde mujeres desnudas o disfrazadas bailan y se deslizan a lo largo de él como distracción de las reuniones que cada grupo sostiene. Todos van trajeados y beben whisky o vino, unos se ríen, otros discuten, más allá hay una orgía. Hay contorsionistas en cada rincón, un hombre escupe fuego en el escenario más grande y una tipa disfrazada de conejo tiene la v***a de un hombre en la boca mientras él juega cartas. Me repugna este lugar. Qué asco de ambiente. No puedo creer que aquel señor tan respetuoso y empático que me salvó de los gritos de su hijo esté metido aquí, en un antro liberal y grotesco. —Allí están los italianos —Señala la mujer. Veo una mesa con muchas fajas de billetes sobre ella, Franchesko está allí, el hijo no—. Te sugiero que seas rápida, o vendrán a sacarte. Y si abres la boca sobre mí te corto la lengua. Trago saliva, asintiendo. Un hombre aparece de la nada para saludarla y me siento intimidada entre tanta gente. Mis pasos son indecisos y acepto que tal vez ha sido mala idea venir hasta aquí. Me detengo frente a los italianos que en cuanto me ven se hablan entre ellos. No entiendo lo que dicen, pero ya estoy en el lugar y voy a seguir con la idea que vine. —Antes de que me echen vengo a pedirles una sincera disculpa. Soy Biana, los atendí ayer por la noche y tuve un comportamiento algo extraño. —Te recuerdo, Biana —Dice uno de ellos en un muy mal español, yo la verdad no sé quién es—. La chica linda que abofeteó a Massi ¡Oh! Por cierto ¿Dónde está él? Se empiezan a hablar en italiano y quisiera salir corriendo por mi estúpido plan. Franchesko se levanta con el vaso de Whisky. —¿Y que necesitará una mesera de hombres como nosotros? —De hecho quería hablar con usted, a solas, si no es mucha molestia, prometo que será rápido. Ve a su gente con una miradita cómplice que me pone nerviosa y asiente, yéndose por una puerta por la que yo también entro, siguiéndolo. El salón es helado y no hay nadie más. —Bien, soy todo oídos. Este es mi momento de componer lo que causé. —Su hijo hizo que me echaran del trabajo, también me dejó sin casa y ahora quiere arruinar la vida de mi novio. No me parece justo, yo no le he hecho nada, sólo me asusté porque... —Detente un momento, ¿Has venido hasta aquí porque "según tú" yo voy a hacer razonar a Massimiliano sobre su estupidez? —Se echa a reír como si aquello fuera un chiste—. Oh, niña. Mi hijo no tiene control, es un cabeza dura, lo lamento por ti pero yo no puedo hacer nada. Supongo que tuviste la mala suerte de cruzarte en su camino. Se encoge de hombros, dándole un sorbo a la bebida. Su risa áspera es una bofetada de regreso contra mis esperanzas que se desparraman en el suelo, abre la puerta por la que sale y yo me quedo adentro, sola.
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