Uno - Parte 2

4986 Words
Nader me recoge a las siete de la noche cuando salgo por fin del restaurante. Su camioneta es espaciosa y enorme, la maneja como si fuera un pequeño auto, tal vez porque tiene toda la vida conduciendo. Admiro el desenvolvimiento y la determinación que tiene en las calles, con mi torpeza ya habría chocado o atropellado a alguien. No dice nada porque va de mal humor. El silencio es tormentoso, reconozco el camino a su casa y ahora quien se enoja soy yo, porque no me gusta dejar a la abuela tanto tiempo sola. —¿Me prestas tu celular? —No. —Zanja. Me le quedo viendo. Sé lo que hace, quiere presionarme para que acceda a aceptar el teléfono inteligente que me está regalando desde hace un año. Pero me he negado y sigo con la idea de no aceptar tan costoso regalo, mis cosas me las compraré yo misma, así me lleve toda la vida. —Quiero llamar a mi abuela para saber que está bien y avisarle que estaré en tu casa un rato. Lo veo pensárselo, finalmente asiente y yo lo tomo del espacio que hay entre el estéreo y la palanca de cambios. Él ama a la abuela, le tiene un cariño tan sincero y puro que hasta dice que es su abuela, porque ve reflejada a la madre de su madre en ella, la cual falleció hace muchos años. —¿Aló? —Escucho la voz de Zoila y respiro más tranquila. —Hola, abue. Soy yo. —Hola, mi amor ¿Cómo estás? Salúdame a mi nieto. Me hace gracia que se refiera a Nader de esa manera. Sabe que estoy con él por el número y nombre que refleja la pantalla su celular. Hace cinco años logré reunir para comprar un teléfono decente y dejárselo a ella todo el día en casa. —Seguro, abue. Anda de mal humor como siempre. —Le digo, sacándole una sonrisa al libanes que enseguida coje mi mano para besarla— Ahorita vamos a su casa, no sé cuanto tiempo nos tardemos. Pero regreso a dormir ¿vale? —Está bien, mi niña. No te preocupes, pórtense bien, Dios los bendiga. Y cuelga. —Si aceptaras a casarte conmigo no tendrías que pasar por toda la porquería... —Eso no es tan fácil. Esa es la salida más fácil para una cualquiera, no para mí. —Bi, tenemos nueve años juntos ¿Qué te da tanto miedo? —Tú sabes lo que sucede. No voy a cambiar mi manera de pensar de una forma tan radical, no nos criaron de la misma manera. —Amor, quiero hacer todo bien contigo porque te amo —Me dice, sin despegar la vista de la carretera. El que no pronuncie bien las erres se me hace atractivo, con su acento extranjero—. Mis padres te aman, eso no sucede todo el tiempo. Sólo te pido un poco de sacrificio, yo tampoco soy practicante. Ellos porque son viejos y religiosos, pero... Ni siquiera tienes que usar el hijab, o ir a la mezquita. —Estaría mintiendo entonces, y yo no miento. Rueda los ojos. El portón de la mansión se ve a lo lejos junto a las luces de la enorme mansión que está detrás. —No estarías mintiendo. Sólo serías una musulmana no practicante, igual que lo que eres ahora. —Ahora soy católica, y me gusta celebrar navidad, comer cerdo y beber cervezas. Tú no. —Vale, entonces no quieres casarte conmigo. Es todo, lo entiendo. —Si quiero. —Me desespera que no pueda comprender lo que siento. Lo único que necesito es que les haga frente a sus padres y les haga saber que no voy a cambiarme de religión para que ellos sean felices. Los estimo mucho, y se han convertido en los padres que no tengo, pero no voy a sacrificar mis costumbres y creencias por un amor que me tendrá enjaulada en una cultura cerrada, machista y retrógrada. —No, no quieres. He perdido nueve años de mi vida con una mujer que no me ama ni la mitad de lo que yo lo hago con ella. Ya no quiero tener que verte de a ratos, no poder dormir juntos o salir de viaje, quiero que seas mi esposa, la madre de mis hijos. Aparto mi mano de entre la suya cuando llega a ese punto. —Los árabes ven a las mujeres como una máquina de procrear niños ¿Acaso me has preguntado si deseo tener hijos? Nos detenemos frente al portón que enseguida se abre, pero él no arranca la camioneta y éste se vuelve a cerrar. Voltea a verme. —Biana, ¿Estás buscando excusas para terminarme? ¿Es eso? —No, no, no. —Me apresuro a decir. —Porque no entiendo... —Nader, te amo —No suelo ser muy demostrativa o cariñosa con él. Supongo que es mi carácter y manera de ser por todo lo que he atravesado en la vida, pero lo amo. Es lo único bonito que tengo además de mi abuela, él me brinda estabilidad mental y paz, es mi amor bonito—. Claro que te amo, y por supuesto que me gustaría casarme contigo, también tener hijos. Pero necesito que entiendas que yo no voy a convertirme al islam por ti, ni por nadie. No quiero vivir encerrada en un montón de normas que me harán infeliz, tampoco voy a mentirle a tus padres, y mucho menos te quiero incomodar. Si realmente me amas vas a aceptar que creo en las vírgenes, que me gusta usar gorros de navidad y comer cerdo en nochebuena, también que el licor de vez en cuando no es malo y que me gustan las fiestas aunque casi nunca asista a una. Tú ni siquiera tienes que compartir mis costumbres, sólo hacer como yo he hecho siempre: aceptar que somos diferentes. Nuestras culturas no son una barrera ni impedimento de nada, simplemente son características propias que cada uno posee, y no he dejado de amarte nunca, ni cuando pasas hambre por un mes. Se ríe. —Se llama Ramadán, Bi. Asiento, enternecida con él cuando vuelve a tomar mis manos para besarlas. —Discúlpame por presionarte para esto ¿si? He sido egoísta y tú no mereces eso, hablaré con mis padres sobre el tema para dejar clara tu posición. Acepto lo que siempre has sido, mi princesa, eso nunca lo dudes, sólo quise estar en armonía con ambas partes. Sonrío de lado antes de írmele encima para besarlo. Amo su perfume y la loción de afeitar que usa aunque realmente no se corta toda la barba sino que la perfila. Sus labios me reciben, cálidos y húmedos. —No quiero crear una enemistad. —Tranquila. Confío en Dios, sé que ellos lo entenderán. No pueden obligarte a ser algo que no eres, y tampoco me pueden obligar a dejarte por ello. He escuchado tantos cuentos sobre los islámicos que no sé qué creer. Pero también confío en Dios y sé que si nos amamos podremos superar cualquier traba que la vida coloque en nuestros caminos. Al entrar a la mansión nos damos cuenta de que sus padres no están, el carro del señor Hussam no está aparcado y él no sale sin su esposa, deben haber ido a cenar, es una costumbre que tienen para reavivar su matrimonio. No le damos mucha importancia a la ausencia de ellos porque nos queda de maravilla que no anden por aquí, necesitamos un tiempo a solas, creo que la última vez que intimamos fue hace más de una semana y aunque para su religión está prohibido el sexo antes del matrimonio él pasa la regla por alto como hace con muchas más. No solemos hacerlo con frecuencia porque de alguna manera siento que a él la culpa lo consume luego, trato de ser considerada y empática. Caminamos tomados de la mano hasta su habitación, el aire acondicionado me pone los vellos de punta con tanto frío y Nader aprovecha la excusa para abrazarme desde atrás dejando un beso en mi cuello que me enciende. Tengo un novio sumamente hermoso que baja bragas con solo mirarte. Ni qué decir de situaciones como estas en donde las hormonas se salen de control. —Eres un arabito malo, tentando al diab... —Shu... No metas a ese ser horrible aquí. Me río por las cosquillas que me hace, removiéndome entre sus brazos, tratando de zafarme de él. Pero fallo, consiguiendo que me dé la vuelta para plantar un suave beso en mis labios que me atontea. Nader ha sido mi primer y único novio, el amor de mi vida y con quien he experimentado todo lo que sé, y no hablo del aspecto s****l solamente. Todo mi mundo da vueltas y por ello debo sujetarme de su cuello, para no caer con la sensación que crece en mi estómago y me explota en la cabeza. Es ágil a la hora de abrir el broche de mi pantalón sin quitarme la mirada de encima para no perderse ningún detalle de mi expresión. Yo también me apresuro a abrirle la camisa de botones que lleva, acariciando sus brazos en el proceso y temblando por la baja temperatura. Es un hombre decente, trabajador, familiar y respetuoso, no pude haber conseguido a alguien mejor para coincidir. Ambos perdimos la virginidad juntos, fue la experiencia más bonita de mi vida. Con el tiempo hemos aprendido lo que nos gusta y lo que no, es bastante tierno y delicado a diferencia de mí que suelo ser algo más atrevida, sabemos complementarnos y amo eso. Que compaginemos de todas las maneras posibles. La luz está encendida y no me avergüenzo cuando quedo desnuda delante de él que me repara con ojos enamorados, como si fuera el más grande tesoro que tiene en la vida. Su pantalón cae al suelo junto con el bóxer Dolce & Gabbana dejando al descubierto la erección curveada que me invita a tocarlo, se sienta en el borde de la cama estirando su mano hasta mí, la cual tomo cuando me ayuda a sentarme sobre su regazo y de frente a él para realizar la flor de loto. Es mi posición favorita. Siento la punta de su pene dar pinceladas porque no estoy acomodada por completo sobre él, antes quiero saciar mi morbo y encenderme más de lo normal con jugarretas tentadoras. Sonríe cuando me inclino para besarlo, sus dedos se deslizan por mi larga cabellera negra y lisa a la vez que me pierdo en sus ojos verdes. Me atrevo a acariciar el tallo de su falo inflamado que se templa más cuando lo tomo entre mis dedos, masajeándolo mientras meneo mis caderas sobre sus piernas para sentir la punta jugosa rozar contra mi clítoris inflamado. —Te amo tanto, Biana. Cásate conmigo, por favor. —Este tipo de propuestas no se hacen durante el sexo. —Me burlo, bajando más de la cuenta e insertando parte de su sexo en mi canal empapado que gotea sobre él. Gime. —Tienes razón, mi amor. Discúlpame. Ignoro la punzada de decepción que crece en mi pecho, porque esperaba una propuesta monumental y decente en lugar de una súplica mientras lo monto en su habitación. Algo más bonito y digno de la princesa que dice él que soy yo ante sus ojos. Me muevo lento, arrancándole gemidos que me invitan a continuar y a acelerar el ritmo. Abro la boca, tratando de tomar todo el aire que puedo cuando me contraigo, sintiéndome cerca del orgasmo. Nader me abre las nalgas, azotándome mientras su pene se hunde dentro de mí con cada salto que doy. No tardo nada en correrme y él tiene que cambiar la posición para lograr conseguir su objetivo s****l. Me deja debajo de su cuerpo con él entre mis piernas tocándome las tetas mientras puntea con determinación y delicadeza, gimiendo y sonriéndome por ser la mujer que lo hace feliz. Sus jugos se desparraman dentro de mí, me encanta la sensación que causa, me contraigo, chillando por la delicia de su eyaculación. No me preocupo por ello porque tengo más de seis años con un dispositivo en el brazo que me protege de embarazos no deseados. Nader insistió en colocarlo y ha sido la única cosa que le he aceptado. Cada año voy al ginecólogo para chequear que todo esté en orden. —Te amo, te amo, te amo. —Suelta, estrechándome contra su cuerpo. —Te amo mucho más. —Eso no es cierto —Se voltea, quedando de lado para verme— Yo hasta sería capaz de matar por ti. —A tu Dios no le gusta eso. —Es un mismo Dios, Bi. Sonrío de lado antes de robarle un beso. Me acomodo sobre su brazo. —No digas esas cosas, no vas a matar a nadie porque no daré motivos para que hagas algo tan horrible como eso. Respira hondo, dejando una caricia en mi mejilla que se desliza hasta el mentón. —Eres una santa, Bi. Sé que nunca harías algo malo o que te meterías en problema, eres la mejor mujer que conozco además de mi madre. Soy tan afortunado de tenerte como novia, eres mi joya más preciada. Pero hablo en serio cuando digo que sería capaz de lo que sea por ti, moriría por ti, mataría por ti. Si alguien llegase a irrespetarte o a meterse contigo no sé de lo que... —Estás muy emotivo hoy. Asiente. —Sí, lo siento, es que cada día me enamoro más de ti. Después de tener dos encuentros sexuales adicionales al primero me visto y Nader me lleva a casa. Llego a las nueve de la noche a casa, la abuela me espera sentada en la sala mientras ve la televisión con un vaso de jugo de melón, me saluda al entrar. Pregunta por mi día, por Nader, por sus padres y después de quince minutos de felicidad me muestra la carta de desalojo que dejaron al mediodía. La cara se me desfigura. No puedo creerlo. Los nervios se me alteran y tengo que respirar profundo para no entrar en estado de pánico, y ni siquiera lo hago por mí, lo hago por ella. No la quiero preocupar, su tensión depende de las emociones y siempre he tratado de mantenerla tranquila. No puedo fallar ahora. Están pidiendo doscientos dólares para mañana antes de las nueve de la mañana o seremos desalojadas. Doy vueltas por toda la sala buscando opciones, ni siquiera he cobrado y mi quincena no alcanza para tanto. Busco ideas, ninguna de ellas involucra a mi novio. Al contrario, significarían la destrucción de mi relación. El foco se me enciende y descarto la posibilidad de ir al centro a mostrar las piernas. Tomo el celular de la abuela para marcar el tercer número que me sé de memoria. —¿Hola? —¿Todavía hay oportunidad de ser anfitriona? —Maldición, Biana. Primero dices que no y ahora que sí ¿Qué ocurrió? —Necesito doscientos dólares para mañana o van a sacarnos de la casa. —Confieso angustiada. Y no puedo permitir eso. —Pídeselos a tu novio, no entiendo la desesperación. Sabes que él no te va a negar nada. —No, no voy a hacer eso... Laura, maldición. Dime si tengo o no tengo una puta oportunidad de ir a trabajar ya mismo. La abuela me ve desde el sillón, tiene el gesto endurecido. Necesito resolver esto. —Déjame hablar con Enrique. Te aviso, pero vete arreglando, tu presencia debe ser impecable en tal caso. —Vale. Y cuelgo. —Tú no te precupes, abue. Hay chamba, el dinero lo traigo hoy mismo. Sé que con ello no dejará de estar preocupada, pero al menos será un alivio. Corro hasta el baño y me acicalo con premura, tratando de sacar mi mejor versión física. No tengo que maquillarme tanto porque mis cejas gruesas facilitan y alargan el poco tiempo con el que cuento, apenas me delineo lo ojos para resaltar su color ámbar con verde aceituna. Preparo mi piel, haciéndola ver hidratada e iluminada, y dejo mi cabello suelto. No sé si tendré uniforme, imagino que sí. Pero para dar buena impresión a primera vista opto por un vestido n***o de tiras anchas que me llega hasta las rodillas y es ajustado. Cojo un par de botines y salgo a la sala justo cuando el celular vuelve a sonar con la respuesta de Laura. —Dime que sí. —Estás de suerte. Mueve el culo que ya enviaron a una camioneta por ti, tendrás un pago de cien dólares, si tienes suerte recibirás propinas y con ella completarás el pago que debes hacer. —Vale. Ya estoy lista. No tengo que esperar mucho, apenas la abuela me echa la bendición salgo por el cornetazo que se escucha afuera. Camino nerviosa fuera de casa, no sé lo que me espera en el hotel ese al que voy para trabajar de anfitriona. Sólo espero que Dios me cuide de todo el peligro que esa gente adinerada y corrupta representa. Todos saben que los aliados del tratado petrolero internacional son personas que pertenecen a mafias y a negocios turbios. Tan solo pido mantenerme al margen de toda esa toxicidad. Dentro del vehículo hay más chicas, todas van uniformadas con un vestido n***o con rojo de mangas, llevan medias pantis y bufandas rojas. —Buenas noches, Biana. Eres recomendada por el mismísimo organizador del evento, tan solo espero que sepas representar todo lo que me hablaron sobre ti. Está completamente prohibido tutear a los invitados, pedir propinas y ofrecer servicios sexuales, son anfitrionas, no putas baratas del centro —La mujer que habla tiene el cabello amarillo, y lo lleva recogido en un moño elaborado de peluquería con un traje muy elegante que me indica que ella también es una invitada al evento—. Quiero elegancia, decencia y profesionalismo. Nada de relajos y mucho menos propuestas indecentes de mujerzuelas. Tal cosa me hace sentir muchísimo más aliviada. Acepto enseguida el traje que me tiende y me visto delante de todas cuando la jefa me apresura a hacerlo. Descubro que se llama Chichí. Cuando llegamos soy la primera en bajar, avanzo apresurada y nerviosa. Entramos a la sala principal para recoger las credenciales que nos identifican como parte del protocolo. Nos reparten por todas las entradas, y justo como quería no me envían a la puerta principal de entrada del Ikton sino a la salida en donde se supone que debo despedir a quienes se marchen, en conjunto con Brenda que es la otra anfitriona que me acompaña. Casi no salen personas de ida definitiva, sino a acomodar sus autos o a buscar cosas que se les quedaron. El movimiento es nulo en comparación con la entrada de enfrente por donde entran muchas personas. Mi única distracción es mirar los trajes de quienes llegan. Pero al menos el trabajo es tranquilo, sólo debo ser una cara bonita. —Hasta luego, feliz noche. —Es la línea permitida para nosotras las de esta puerta. Transcurre una hora y muy pronto la gente deja de salir. Luego debemos entrar porque ahora seremos apoyo interno para guiar a las personas al baño, a la barra de pedidos y movilizar la atención de los meseros. Desde que llegué no he visto a Laura, así que supongo que en algún rincón del hotel debe yacer el lugar VIP en donde de seguro está ella con el tal Enrique ese del que tanto habla. Doy vueltas por todo el área con tanta gente que hay en él y que sólo pertenece al programa del tratado petrolero. Hasta que Chichí se me atraviesa fúrica y con una miradita de odio, agarrándome del brazo para llevarme a un lugar menos concurrido en el que nadie escuche lo que va a decirme: —Lárgate a la sala de meseros. —¿Qué? —Lo que escuchaste. —Pero... Pero ¿no soy anfitriona? No estoy entendiendo... yo... —¿Quién carajos te crees que eres como para decidir qué ser y que no? Me haces perder el tiempo para nada, habría buscado a otra chica en lugar de ti. Que te largues a la sala de meseros. Se va como alma que lleva el diablo y miro a todos lados buscando alguna explicación o la pieza que encaje en todo lo que ha dicho. Avanzo hasta el lugar que me indicó, lo consigo enseguida porque tiene un letrero en grande que me evita dar vueltas en círculo como una perdida, entro y apenas lo hago consigo a una chica que llora con un delantal a mi mano izquierda del salón y a Laura con un hombre gordo y calvo a su lado, a mi derecha. —Ella es. —Me presenta emocionada— Es mi mejor trabajadora en el restaurante, Enrique. No te vas a arrepentir, ¿de dónde sacarás a una mesera estrella en segundos? Dios la mandó. ¿Ah? El sujeto me repara con detalle. —Que sirva con esa misma ropa para designarle más rango a la mesa uno. Será la única mesera con traje distinto. Laura aplaude. El gordo se va y la chica que llora lo sigue. No entiendo un carajo de lo que sucede. —¿Qué es esto? Chichí me gritó allá afuera... —Chichí es una puta —Se queja Lau con desdén y restándole importancia a ello—. Acabo de conseguir una mejor oportunidad de pago. Se saca cien dólares de la cartera y me los entrega. —Sólo lloriqueó porque tuvo que pagarte completo por órdenes de Enrique. Ya ves que te gastas una amiga influyente —Aplaude emocionada—. Pero ahora serás mesera. Acaban de echar a la chica que viste salir, por torpe y tonta. La vacante quedó vacía y te sugerí, con las propinas harás mucho dinero, y la paga son cien más. Te irás con el dinero que necesitas para mañana y un mercado para tres meses. Sonrío de lado emocionada. La abuela se va a tranquilizar por completo cuando le diga que ya tengo el dinero. —Trata de mantener la mente abierta ¿vale? Sé respetuosa y rechaza cualquier propuesta que consideres irrespetuosa de la mejor manera posible, tu mesa no es nada fácil. Te toca con los italianos, y los Benedetti son un grano en el culo, tanto que mira, ya salió su mesera. Asiento. Debo admitir que me siento nerviosa, pero ya estoy aquí y el incentivo monetario me tiene con la mente en blanco y demasiado ánimo. Cojo una torre de papel y un lapicero de la mesa, la necesitaré para armar las comandas con los pedidos. Antes le he servido a ejecutivos, sé por experiencia que son molestos y mal educados, no todos, pero sí la gran mayoría. Laura me desea suerte, deja un beso en mi mejilla y me empuja a la puerta que va directo al ala VIP. Al entrar acaparo miradas, tanto de los invitados como del resto de los meseros. Es lógico teniendo en cuenta que llevo una ropa distinta. Me avecino al único espacio en donde no hay mesero. Es un mesón largo lleno de ocho tipos trajeados que beben whiskey hablando en su idioma natal, hay una silla vacía. Me presento apenas llego. —Hola, feliz noche. Mi nombre es Biana y estoy complacida de atenderlos, estaré a la orden para tomar pedidos. Todos me ignoran y agradezco que al menos no se muestren como depredadores sexuales. Sólo son groseros, no sádicos. Uno de ellos pide una entrada de camarones, la cual anoto enseguida. Aquello le resulta una invitación a los demás y enseguida cada uno ordena un platillo diferente, sus acentos casi me hacen no entender lo que dicen, pero me las apaño para adivinar sin ofenderlos y muy pronto todos quitan su cara seria conmigo para ser más amables, hasta los hago reír con mi naturalidad. Les sugiero ciertos platos típicos de la región y tres de ellos se animan diciendo que soy muy agradable y que por lo tanto confiarán en mí. Pregunto por la silla vacía para saber si hay algún otro comensal por fuera y así no retirarle el menú. Pero el señor que enseguida reconozco como Franchesko Benedetti —después de darle vueltas a su rostro dentro de mi cabeza— dice que es de su hijo, quien no debe tardar nada en llegar. Franchesko Benedetti es el director de la Corporacion Benedetti, un sesentón archimillonario que está de paso por el país y que no tiene en qué gastar su tiempo más que venir aquí a invertir dinero. Llevo la orden a la cocina, paso por la barra en busca de una hielera repuesta y una botella de vino tinto que pidieron. Todo lo dejo en la mesa de apoyo, sirviendo en cada vaso más hielo cuando lo piden. Soy atenta, amable y elocuente, cosa que los hace darme algunas propinas por adelantado, reúno casi cien dólares en menos de media hora y estoy saltando en un pie internamente porque la deuda será saldada mañana en la mañana. Lo he logrado trabajando honradamente. Retiro los platillos dejándolos frente a cada quien, aquellos que me hicieron caso en la sugerencia me alaban por tan acertada decisión. Todo marcha bien hasta que vislumbro a una de mis compañeras ser acosada en la mesa vecina, en la de los Rusos. No sé cómo se llama y ni siquiera la conozco. Pero es mujer y me preocupa verla retroceder con lágrimas en los ojos cuando un hombre enorme y rubio la acorrala contra la pared, los demás compañeros se dan cuenta pero sigue cada quien en lo suyo, atendiendo sus respectivas mesas como si nada pasara. Me lleno de impotencia; los rusos se ríen del miedo de la chica y en lugar de sentir rabia y correr en su ayuda, retrocedo con una presión en el pecho que me deja sin aire. Trato de mantener la calma, no lograré nada alterándome, pero respiro muy rápido y cuando mi brazo izquierdo se duerme trato de salir de allí, tropezando con el hombre alto que entra hablando por el celular. El aparato se le cae al suelo por mi torpeza y todos en la mesa que atiendo voltean a vernos, sus caras contraídas me hacen temblar. La acabo de cagar en grande. El teléfono se desarma en el suelo y quiero morirme para no tener que afrontar las consecuencias. Hasta me planteo la idea de hacerme la desmayada. —Mira lo que has hecho —A diferencia del resto de los italianos, el hombre que tengo enfrente sí habla buen español—. Vas a pagar el celular que acabas de volver mierda, inepta. Retrocedo, giro encontrando a la chica de la mesa de al lado ser jalada en contra de su voluntad, la sientan sobre uno de los rubios. Y pierdo el control de mi mente cuando escenas fugaces me hacen recordar lo que se siente ser abusada. Niego con la cabeza, sollozando mientras escucho el reclamo del tipo que tengo enfrente y que no para de decir cosas que no decodifico a tiempo. —Massimiliano, deja a la pobre chica. No fue intencional. —No sé quién dice eso, pero el ogro al que le rompí el teléfono sigue gritando cosas que mi cabeza no entiende. Entre ellos hablan en su idioma. El ataque de pánico se hace más fuerte y cuando el italiano trata de tomarme del brazo para zarandearme le estampo una bofetada que llama la atención de las mesas vecinas, incluyendo a los Rusos. Nos volvemos el centro de atención. La mandíbula recta del hombre que me saca unos buenos centímetros se contrae, aprieto la mano con la que lo he golpeado y jadeo, asustada. —¡No me toques! —Le grito, temblando y llena de lágrimas. Su padre se levanta, voltea hacia la mesa Rusa y es cuando comprende lo que sucede. —Massimiliano, vete de aquí. Lárgate a hacer lo que siempre haces con nuestro apellido: nada. Y deja a nuestra linda chica quieta —Se gira hacia la mesera de la mesa Rusa y le hace señas con la mano— Y tú, ven acá. En Italia respetamos a las mujeres, no las abusamos. Ya basta de dar malas impresiones, vinimos a trabajar, no a joder el país que nos ha recibido. El tal Massimiliano me fusila con la mirada, ni se agacha a recoger el celular cuando sale del salón. La chica se acerca a nosotros, llorosa y aterrada. —Ambas váyanse ya —Nos habla Franchesko Benedetti—. Me disculpo en nombre de todos aquí. No sé qué hacer, lo único que se me ocurre es salir de allí, casi corro fuera del ala. En la puerta que da hacia el Lobby nos espera un sujeto vestido de n***o que nos entrega algunos billetes que supongo es el pago, acepto lo que me entrega a mí y atravieso la salida del hotel con el corazón saltando, enloquecido por lo que he hecho. Golpee a un hombre en una reacción que no pude controlar. —Creo que debo agradecerte por salvar mi trasero de cierta manera. La chica que sale conmigo me sonríe. Asiento. No tengo palabras para responder. Todavía tengo los nervios de punta y lo único que quiero hacer es dormir y refugiarme con Nader. Lo llamo para que me recoja en el hotel, primero debo escuchar su regaño por no decirle que necesitaba el dinero por el que vine a trabajar hasta tarde, pero finalmente me pasa a buscar. Recuerdo al tipo grosero que abofetee, Massimiliano. Y aunque intento suprimir lo atractivo que me pareció tal pensamiento no desaparece ni cuando vuelvo a hacer el amor con mi novio en la intimidad de su habitación.
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