LA HISTORIA PRESENTADA A CONTINUACIÓN POSEE CONTENIDO ERÓTICO, LENGUAJE VIOLENTO Y ELEMENTOS NO APTOS PARA TODO PÚBLICO. SE RECOMIENDA DISCRECIÓN.
Villa Esperanza es un diamante en bruto recién descubierto por corporaciones extranjeras. Después de ser un territorio marginado y un cero a la izquierda dentro del sector económico del país ahora es uno de los distritos principales y productivos más visitados, pasamos de ser un pueblo granjero olvidado a convertirnos en un punto importante de explotación petrolera, y todo gracias a los "Maklag", árabes que llegaron al territorio y apostaron por tierras ajenas aún cuando los nuestros no lo hicieron, trayendo de Europa y América del Norte a grandes industrias como la "Compañía American" y "Corporación Benedetti", siendo éstas las más resaltantes dentro de las otras ocho que forman parte del tratado internacional.
Gracias a ello hoy en día los habitantes del estado petrolífero tenemos empleos decentes y sobrevivimos de una mejor manera que hace diez años atrás.
Las largas jornadas laborales me dejan exhausta, son más de las cinco de la tarde y mi espalda hormiguea por las once horas de pie que llevo fregando platos, cargando pedidos a las mesas, limpiando la barra, barriendo el suelo y sacando la basura a la zona trasera. Trato de mantener el estado de ánimo positivo pero entre tanta preocupación es imposible no plantar un gesto endurecido, sobre todo cuando atravieso un ataque de pánico que me tiene con el párpado derecho temblando.
Necesito que se me pase la crisis nerviosa para volver a atender las mesas, si consigo un cliente caritativo podré salvar la semana con una propina. Tengo muchas deudas y ya no consigo opciones para salir de ellas.
A mis veinticuatro años llevo encima demasiadas responsabilidades: un alquiler que costear, una abuela hipertensa que debo cuidar, un mercado por hacer, recibos a rebosar, una carrera a medias porque por falta de recursos no he logrado culminarla, sin contar que mis citas en el psicólogo son necesarias y extremadamente difíciles de pagar.
Mi único respiro lleva nombre y apellido: Nader Musbah.
Como decía antes, desde que llegaron los Maklag a Villa Esperanza una ola de asiáticos, africanos, rusos y portugueses arribaron en el pueblo. Lo que nos deja con un 70% de extranjeros y un 30% de aquellos que no hemos huido del país aún. Fue así como Nader y su familia llegaron aquí.
Nos conocimos en el mercado una noche mientras yo limpiaba zapatos buscando así conseguir el dinero para las medicinas de la abuela Zoila. El narizón libanes de tez morena y dieciocho años en aquel momento se detuvo frente a mí para ofrecerme un empleo seguro y más digno según él, lo sentí como una ofensa a decir verdad, porque limpiar zapatos no me hacía una indecente. Sin embargo, acepté trabajar como ama de casa en la enorme mansión en la que vivía porque el pago lo valía.
Con los quehaceres y la convivencia aprendí recetas de cocina con su madre, también absorbí muchísimas palabras en su idioma natal gracias a su papá que me las enseñaba. Sin darme cuenta me convertí en parte importante de la familia, un año después Nader me pidió que fuese su novia, y desde entonces y con la aprobación de sus papás estamos juntos.
Por supuesto que ser la novia de un libanes no me convierte en una bendecida y afortunada sanguijuela, cosa que la mayoría de las chicas de mi edad piensa. Al contrario, he rechazado la mayoría de sus ayudas por pena ajena y por asuntos morales ¿saben? No quiero que piense que me aprovecho de él, mis sentimientos son sinceros y lo que menos me interesa es el dinero que tenga. Incluso, creo que ha sido esa actitud tan sincera de mi parte lo que ha hecho que sus padres, siendo bastante dogmáticos y rudos con su cultura, me estimen mucho más y acepten como la novia de su hijo.
Y eso es algo que no cambiaría nunca.
Nader es lo único bueno que me ha sucedido.
Los músculos de mi brazo izquierdo se contraen y respiro profundo cuando siento que la extremidad comienza a dormirse. No sé si es que hace más frío del normal o son los síntomas de mi crisis ansiosa pero las manos heladas me sudan. Mi salud mental se ha visto comprometida desde que falleció mi abuelo hace once años atrás, la tragedia dejó traumas del que otras personas se aprovecharon para dañarme mucho más.
Así que creé más traumas a raíz de ese, lo cual causó una inestabilidad mental entramada que me deja como una chica normal de a ratos.
He ido al psicólogo dos veces nada más, cuando he logrado reunir el dinero para las citas. Pero los consejos y ejercicios de los doctores más los datos que he conseguido en libros y en internet me han dado lo necesario como para entender que nada es real, todo es mental.
Aun así, conociendo los síntomas y el funcionamiento del trastorno es normal que pensamientos negativos y fatalistas me sacudan con la presión que siento en el pecho y la falta de aliento que me hace creer estar atravesando un infarto agudo al miocardio.
Pero, no estoy enferma, al contrario, gracias a Dios soy muy sana.
Nada es real, no voy a morir.
Todo pasará.
Entre todo mi colapso mental dejo la llave del lavaplatos abierta sin percatarme de ello porque mi prioridad en éste preciso instante es dejar atrás los síntomas que seguramente en pocos minutos volverán de peor manera. Cierro los ojos, tomando todo el aire que puedo por la boca, soltándolo con fuerza para que el sonido me sea relajante. Pero la repentina aparición de Laura con su voz chillona me sobresalta, haciendo que del brinco tumbe uno de los vasos que reposa sobre la barra.
El cristal estalla en el suelo, la situación me altera y cuando los vidrios salpican rompo a llorar.
No puedo controlar esto, es demasiado para mí.
Necesito ayuda.
Todo se descontrola a mi alrededor, respiro tan rápido que la hiperventilación que desato me hace sentir asfixiada, suelto la esponja en el suelo y retrocedo tratando de encontrar la calma que ahora se me hace lejana.
«Voy a morir»
—¡Bi, por Dios! —Intenta acercarse a mí pero sigo retrocediendo con lágrimas en los ojos, tratando de hallar una calma que no consigo—. Cariño, soy yo...
«Me está dando un ataque cardíaco»
Lloro, sosteniéndome el pecho y respirando profundo, luchando con las sensaciones que me abruman.
«Voy a morir y dejaré a mi abuela sola»
—Va a pasar, se va a pasar. —Me digo a mí misma, mirando el vidrio que queda desparramado delante de mí. Obligándome a creer que no es nada grave, convenciéndome con la lógica porque yo no estoy enferma como para morir de esta manera.
—Cariño, ven aquí.
Y no dudo en aventarme contra ella cuando abre sus brazos para recibirme. Humedezco su camiseta con las lágrimas.
—¿Desde cuándo han vuelto? —pregunta refiriéndose a los ataques de pánico.
Laura es la supervisora del restaurante en el que trabajo, se convirtió en mi amiga con el tiempo. Es de las pocas personas a las que puedo acudir cuando se me presenta algún contratiempo.
Es mi jefa directa pero también un buen hombro en el que puedo apoyarme a llorar cuando lo necesito.
La mejilla derecha me hormiguea, paso saliva, abrazándome más fuerte a ella cuando siento que en breves segundos tendré un accidente cerebro vascular. Más lágrimas se me escapan cuando la sensación de susto no desaparece.
—Desde que llegó el recibo de pago de la renta —Confieso—. Subieron la mensualidad. Además mi abuela necesita sus medicamentos y alimentarse bien, el dinero no me alcanza y ahora debo pagar el maldito vaso que rompí.
Laura acaricia mi espalda, está preocupada por mí. Se aleja un poco, agarrándome de los hombros para encararme por fin.
—Le diré a la dueña que no te lo descuente completo del próximo pago para que no te merme el dinero así.
Asiento.
Igual se me va a descompletar la quincena.
—Bi, piensa lo que te dije sobre esa esquina sola del centro. Muchos hombres buscan a niñas lindas y jóvenes como tú.
Ni de coña.
—No soy una prostituta.
Laura cree que como ella sí tuvo los ovarios para aventarse a ese mundo yo también lo haré, pero no es así. Primero: a mi no me dieron esa educación, segundo: tengo novio, y tercero: no me da la gana de ser una trabajadora s****l.
No merezco una vida así.
—Entonces pon de tu parte y acéptale las ayudas económicas a tu novio. No todas somos tan afortunadas para involucrarnos con un árabe adinerado y tú desperdicias la dicha.
Las manos me tiemblan y aunque aún lucho contra los síntomas propios del ataque de pánico con todas las estupideces que dice Laura empiezo a distraerme.
—No soy una interesada, no voy a aprovecharme de la buena fe de Nader. Él sólo es mi novio, no mi marido, no tengo porqué aceptarle nada. Qué fea manera de pensar.
—Tu maldita moral es la que te tiene así. No tienes en donde caerte muerta y me debes diez dólares. Y ojo que no te los estoy cobrando, pero te doy opciones y nada se te hace apto o digno. Es frustrante, Biana, sólo quiero ayudar. Villa Esperanza es una mierda, o te largas de aquí a probar suerte en otro estado o te quedas aquí y te consigues un patrocinador, de lo contrario vas a pudrirte.
No quiero ningún patrocinador.
Y tampoco es tan fácil irse.
—Tú lo dices como si fuera fácil...
—Porque lo es.
—¡Dios mío! Sólo no vuelvas a proponerme ser una prostituta.
Me ve con cara de palo, pasando saliva.
—Vale, nunca más.
Sacude sus manos en el aire, dejando claro que dejará de insistir con el tema.
Ella tiene treinta y ocho años, es la mujer más valiente y fuerte que conozco. Me gustaría tener su determinación y coraje para ciertas cosas. Por supuesto que su vida medio acomodada se debe a esa otra profesión que lleva por las noches cuando ya no es supervisora de operaciones aquí sino dama de compañía.
Es bastante cotizada. Con frecuencia veo un desfile de hombres adinerados que vienen a buscarla al cerrar el restaurante, también hay otros que hasta la frecuentan dentro de su horario laboral para dejarle costosos regalos.
—Escucha, hoy a las diez de la noche uno de mis clientes ofrecerá una velada en el Ikton. Es una cena exclusiva para los socios de la alianza petrolera, hasta ayer en la noche escuché que andaban en busca de anfitrionas para el evento. Podría hablar con él para que te den el trabajo, así podrías conseguir algo más de dinero. Las pagas para los empleados en actividades de este tipo siempre son altas.
—Que no voy a prostituirme. —Pierdo la paciencia y paso de estar asustada a estar enojada con la constante insistencia.
—¡Ya lo sé! Y no vas a ser una prostituta. Serás anfitriona, parte del equipo de protocolo. Estarás en la entrada para dar la bienvenida y ubicarás a los invitados en sus mesas. Ya es tu problema si te lías o no con un extranjero ricachón y aprovechas de sacar un pago adicional.
Ruedo los ojos.
Dios bendito.
—Que no...
—No es seguro ¿vale? Primero tengo que hablar con Enrique y abogar por ti. Trataré de convencerlo para que te den la chamba ¿si? Y que conste que lo hago porque tu abuela es un amor de mujer, tú ya me caes gorda con la negación absoluta de emprender por ser una mojigata.
—Supongamos que tu cliente acepta. No pienso desnudarme, tampoco tendré sexo con nadie.
—Ujum, ya sé. Eres una mojigata musulmana.
Odio que me diga así sólo porque Nader y su familia practican la religión islámica.
—No soy musulmana.
Da vueltas por la cocina buscando la escoba y la pala.
—Solo piensa en lo mucho que un extranjero pagaría por ti. Eres hermosa y no lo aprovechas.
Le doy la espalda. No pienso volver a tocar el tema con ella.
Ni la escucharé.
Nunca se mide con los comentarios tan fuera de lugar e irrespetuosos que hace.
El posible empleo como anfitriona me parece tentador, pero si alguien se llega a enterar de que soy su amiga pensarán que me dedico a la misma labor, y no quiero pasar por momentos incómodos. Así que desisto.
—¿Sabes qué? Mejor no le digas nada. Yo ya me las apañaré para conseguir dinero.