La adolescencia De joven, el hecho de tener siempre poco tiempo a mi disposición era motivo de sufrimiento, porque me sentía una especie de prisionera con pocos espacios personales y breves momentos de libertad concedidos ya que debía, atenta y rigurosamente, respetar los horarios impuestos. No era dueña de mi tiempo. Recuerdo que, hasta que cumplí los dieciocho, mi hora de regreso, los pocos sábados que me permitían salir, era las diez y media de la noche. Mis amigos quedaban a las nueve para decidir dónde ir a cenar, e inevitablemente, no estábamos todos sentados a la mesa hasta las diez. Siempre llevaba prisa, me ponía nerviosa si el camarero tardaba en llegar, no lograba disfrutar de la compañía de los demás porque sabía que tenía que regresar a casa demasiado temprano. Solo me c

