Una vida imprevisible Llegó la primavera, y tras un invierno durísimo, al final me encontraría la maleta seca, que en el costado del avión se halla indefensa ante las precipitaciones atmosféricas durante ese breve lapso que los cargadores necesitan para colocarla en el compartimento de carga. Habría sido maravilloso pasar la Pascua con Valentina, que descansaba aquel fin de semana. Me habían asignado una «reserva en casa» y estaba a la espera de saber en qué ciudad del mundo tendría que dormir esa misma noche. Ya había comprendido bien que la vida privada y las necesidades cotidianas se caracterizaban por su mutabilidad y variabilidad: tenían que adaptarse a los cambios constantemente. Al personal de vuelo le resulta verdaderamente difícil estar al día de todo, especialmente aquellos

