Alexander llegó al consultorio médico en tiempo récord. Entró como un huracán, con Dimitri y cuatro guardias de seguridad detrás de él.
Valeria estaba sentada en la sala de espera, pálida pero compuesta. Cuando lo vio, se puso de pie y él la envolvió en sus brazos.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. Pero Alexander, ¿cómo supo? ¿Cómo supo sobre el bebé?
—Nos está vigilando. Nunca dejó de vigilarnos.
Dimitri se acercó, mostrándole su teléfono. Era la foto que Volkov había enviado: Valeria entrando al consultorio del ginecólogo, la fecha y hora claramente visibles.
—Fue tomada esta mañana. Desde un edificio al otro lado de la calle.
Alexander sintió que la furia le quemaba las venas.
—Suficiente. Se acabó. No voy a esperar a que ataque de nuevo.
—Alexander, la tregua...
—¿Qué tregua? ¡La rompió en el momento en que amenazó a mi hijo!
Valeria puso una mano en su brazo.
—¿Qué vas a hacer?
Alexander la miró, y ella vio algo peligroso en sus ojos. Algo que no había visto antes.
—Voy a terminar esto. De una vez por todas.
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De vuelta en la penthouse, Alexander convocó una reunión de emergencia. Dimitri, su equipo de seguridad, y sorprendentemente, dos hombres que Valeria no reconocía.
—Estos son los hermanos Kozlov —presentó Dimitri—. Expertos en... situaciones delicadas.
Los dos hombres eran intimidantes: musculosos, con cicatrices, y ojos que habían visto demasiado.
—¿Qué tipo de situaciones delicadas? —preguntó Valeria.
—El tipo que no se discute en una corte —respondió uno de ellos con fuerte acento ruso.
Valeria miró a Alexander.
—¿Qué está pasando?
Alexander la llevó a su oficina, cerrando la puerta.
—Valeria, necesito que confíes en mí. Voy a hacer cosas que tal vez no apruebas. Pero es por nosotros, por el bebé.
—Alexander, ¿de qué estás hablando?
—Volkov no va a detenerse. La tregua fue una ilusión. Siempre planeó atacar de nuevo, solo estaba esperando el momento perfecto. Y ahora que sabe del bebé...
—¿Qué vas a hacer?
Alexander se pasó una mano por el cabello.
—Voy a usar su propia arma contra él. Su hijo.
—Dijiste que no lo harías.
—Dije que no lo lastimaría. Y no lo haré. Pero voy a contactarlo. Voy a contarle quién es realmente su padre. Y voy a darle una elección.
—¿Qué tipo de elección?
—Testificar contra Volkov, ayudarnos a meterlo en prisión, y mantener su identidad protegida. O quedarse callado y ver cómo toda su vida se vuelve pública.
Valeria se sentó lentamente.
—Eso es chantaje.
—Lo sé.
—No eres ese tipo de hombre.
—Me convertí en ese tipo de hombre en el momento en que amenazó a nuestro bebé.
Valeria vio la determinación absoluta en sus ojos. Y supo que no había nada que pudiera decir para detenerlo.
—¿Cuándo?
—Esta noche. Dimitri ya localizó a Mikhail en Berlín. Estoy tomando el jet privado. Estaré de vuelta mañana.
—No. Si vas, voy contigo.
—Valeria...
—No discutas. Ese hombre es inocente en todo esto. Si vas a cambiar su vida, al menos merece ver que no somos monstruos. Que tenemos razones.
Alexander quería discutir, pero vio la firmeza en su mirada.
—Está bien. Pero te quedas en el hotel. No te acercas a Mikhail hasta que haya evaluado la situación.
—Trato.
Tres horas después estaban en el jet privado, cruzando el Atlántico. Valeria no pudo dormir. Seguía tocándose el vientre, pensando en la pequeña vida que crecía ahí. Una vida que ya estaba en peligro.
—¿En qué piensas? —preguntó Alexander, tomando su mano.
—En que nuestro hijo va a crecer en un mundo donde la gente amenaza a bebés por venganza. ¿Qué tipo de vida es esa?
—Una que voy a cambiar. Te lo prometo.
Aterrizaron en Berlín al amanecer. Un coche los esperaba, llevándolos a un hotel de cinco estrellas en el centro de la ciudad.
—Mikhail trabaja en una empresa de software a dos calles de aquí —informó Dimitri, quien había viajado con ellos—. Sale para almorzar todos los días a la una en punto. Podemos interceptarlo entonces.
—¿Y si no quiere hablar? —preguntó Valeria.
—Le daremos razones para escuchar.
A las doce cuarenta y cinco, estaban estacionados frente al edificio de oficinas. Alexander tenía una foto reciente de Mikhail: un hombre joven, de cabello oscuro y ojos claros. Se parecía sorprendentemente a Volkov en su juventud.
A la una en punto, salió. Caminaba con auriculares, ajeno al mundo.
Alexander se bajó del coche.
—Espera aquí —le dijo a Valeria.
Lo vio acercarse a Mikhail, decirle algo. El joven se detuvo, confundido. Alexander le mostró algo en su teléfono. La expresión de Mikhail cambió de confusión a shock.
Hablaron durante cinco minutos en la calle. Luego Alexander señaló el coche. Mikhail vaciló, pero finalmente asintió.
Subieron al coche. Mikhail miró a Valeria con ojos cautelosos.
—¿Quién es usted?
—Mi esposa —respondió Alexander—. Y la madre de mi hijo. El hijo que tu padre amenazó esta mañana.
Mikhail palideció.
—No entiendo nada de esto. Me dice que mi padre no es quien creo que es. Que es un criminal. Que ustedes necesitan mi ayuda. ¿Por qué debería creerle?
Alexander le entregó una tablet. Contenía documentos: actas de nacimiento, fotos viejas, registros criminales, todo.
Mikhail leyó en silencio durante largos minutos. Valeria vio cómo su expresión pasaba de escepticismo a horror.
—Dios mío —susurró finalmente—. ¿Todo esto es real?
—Cada palabra —dijo Alexander—. Tu padre, Viktor Volkov, es un criminal buscado internacionalmente. Traficante de armas, asesino. Asesinó a mi padre hace treinta años y ahora quiere matarme a mí. Y amenazó a mi esposa embarazada esta mañana.
Mikhail se quitó los lentes y se frotó los ojos.
—Yo... no sé qué decir. Mi madre me dijo que mi padre murió cuando yo era bebé. Nunca mencionó un nombre. Solo que fue un buen hombre.
—Tu madre probablemente no sabía quién era realmente —dijo Valeria suavemente—. O lo sabía y quiso protegerte.
—¿Y ahora qué? ¿Me dicen esto solo para arruinar mi vida?
—No —respondió Alexander—. Te lo decimos porque necesitamos tu ayuda para detenerlo. Y porque tienes derecho a saber la verdad.
—¿Qué tipo de ayuda?
—Volkov te ha enviado dinero durante años. Transferencias mensuales a una cuenta bajo tu nombre. No lo sabías porque tu madre manejaba todo. Pero ese dinero es rastreable. Prueba de que él está vivo, operando, y cometiendo crímenes.
—¿Y quieren que testifique?
—Queremos que nos des acceso a esos registros. Que firmes una declaración. Tu identidad estará protegida, nunca se hará pública. Pero esa evidencia, combinada con lo que ya tenemos, es suficiente para meterlo en prisión por el resto de su vida.
Mikhail miró por la ventana, procesando.
—Si hago esto, ¿mi vida normal desaparece?
—No tiene por qué —dijo Dimitri—. Mantenemos tu nombre fuera de todo. Los documentos se sellan. Sigues siendo Michael Kruger, ingeniero de software. Nadie sabrá nunca.
—¿Y si él descubre que lo traicioné?
—Estará en prisión —dijo Alexander con voz dura—. Y nos aseguraremos de que nunca salga.
Mikhail se giró hacia Valeria.
—¿Usted qué opina? Su esposo parece muy seguro. Pero usted parece... más humana.
Valeria eligió sus palabras cuidadosamente.
—Opino que tu padre es un hombre peligroso que ha lastimado a mucha gente. Pero también opino que tú no tienes culpa de eso. No te pedimos esto para usarte. Te lo pedimos porque es lo correcto. Y porque tengo un bebé que todavía no nace y quiero que crezca en un mundo donde Viktor Volkov no pueda lastimarlo.
Mikhail la estudió largamente. Luego asintió lentamente.
—Está bien. Los ayudaré. Pero con una condición.
—¿Cuál? —preguntó Alexander.
—Cuando termine todo esto, quiero conocerlo. A mi padre. Quiero mirarlo a los ojos y preguntarle por qué. Por qué nos abandonó a mi madre y a mí. Por qué eligió el crimen sobre nosotros. Merece eso.
Alexander vaciló, luego asintió.
—De acuerdo. Cuando esté arrestado y tras las rejas, arreglaremos una visita.
Pasaron las siguientes seis horas en una oficina de abogados, documentando todo. Mikhail firmó declaraciones, entregó acceso a registros bancarios, y proporcionó fechas y detalles que ni siquiera sabía que eran importantes.
Cuando terminaron, era de noche. Mikhail se puso de pie para irse, pero se detuvo en la puerta.
—Espero que su bebé nazca sano —le dijo a Valeria—. Y espero que nunca tenga que lidiar con el tipo de padre que yo tuve.
—Gracias —respondió ella suavemente—. Y espero que encuentres paz con todo esto.
Cuando se fue, Alexander se dejó caer en una silla.
—Lo hice. Realmente lo hice.
—Hiciste lo que tenías que hacer —dijo Valeria, sentándose en su regazo—. Pero ahora viene la parte difícil.
—¿Cuál?
—Usar esta evidencia para destruir a Volkov antes de que se dé cuenta de lo que hicimos.
Alexander la abrazó con fuerza.
—Vamos a casa. Y mañana, vamos a terminar esto.
El vuelo de regreso fue más tranquilo. Dimitri ya estaba coordinando con fiscales internacionales, preparando el caso.
—Con la evidencia que Mikhail proporcionó, podemos emitir una orden de arresto internacional —explicó—. Volkov no tendrá dónde esconderse.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Alexander.
—Cuarenta y ocho horas. Máximo setenta y dos.
—Hazlo lo más rápido posible. Cada hora que pasa es otra hora en que él puede atacar.
Cuando aterrizaron en casa, eran las tres de la mañana. Exhaustos, subieron directo a la cama.
Valeria se durmió inmediatamente, agotada por el viaje y el embarazo.
Alexander se quedó despierto, mirándola dormir, su mano descansando protectoramente sobre su vientre.
—Te prometo —susurró a su hijo nonato—, que voy a hacer que el mundo sea seguro para ti. Cueste lo que cueste.
Su teléfono vibró. Un mensaje de número desconocido:
*"Berlín es una ciudad hermosa. Especialmente en esta época del año. ¿Le gustó su viaje?"*
Alexander sintió que se le helaba la sangre.
Volkov sabía.
Ya lo sabía todo.
Y la verdadera guerra apenas estaba comenzando.