Sombras del Pasado

1790 Words
La mañana llegó demasiado pronto. Valeria despertó con el sonido del teléfono de Alexander sonando insistentemente. Él gruñó, buscando el dispositivo sin abrir los ojos. —¿Qué? —Su voz era áspera de sueño—. ¿A esta hora? Valeria sintió cómo su cuerpo se tensaba mientras escuchaba. —¿Cuándo? ... No, voy para allá. Dame treinta minutos. Colgó y se sentó en la cama, pasándose una mano por el rostro. —¿Qué pasó? —preguntó Valeria, incorporándose. —Mi abuelo. Tuvo una recaída anoche. Está de vuelta en cuidados intensivos. Valeria sintió que se le encogía el estómago. —Dios mío, Alexander. —Tengo que ir al hospital. —Se levantó, ya moviéndose hacia el baño—. Tú puedes quedarte... —Voy contigo. Alexander se detuvo y la miró. —Valeria, no tienes que... —Sí tengo. Eres mi... —Vaciló, aún no acostumbrada a las etiquetas—. Voy contigo. Punto. Él asintió, algo suavizándose en su expresión. —Gracias. Cuarenta minutos después estaban en el hospital, subiendo en el ascensor hacia cuidados intensivos. Alexander iba rígido, con la mandíbula apretada. Valeria tomó su mano y él la apretó con fuerza, como si fuera su único ancla. Isabelle ya estaba en la sala de espera, luciendo más frágil de lo que Valeria la había visto nunca. Sofía estaba a su lado, con los ojos rojos. —¿Cómo está? —preguntó Alexander inmediatamente. —Estable, por ahora —respondió Isabelle con voz temblorosa—. Los doctores dicen que fue un derrame cerebral menor. Están haciendo pruebas. Alexander se dejó caer en una silla, la cabeza entre las manos. Valeria se sentó junto a él, su mano en su espalda, ofreciendo el único consuelo que podía. —El señor Voss está pidiendo ver a Alexander —dijo una enfermera asomándose por la puerta—. Solo él, por favor. Alexander se levantó, pero antes de entrar, se giró hacia Valeria. —¿Estarás aquí cuando salga? —No voy a ningún lado. Lo vio desaparecer tras la puerta con el corazón encogido. —Gracias por estar aquí —dijo Sofía suavemente—. Él te necesita, aunque no lo admita. —Es donde quiero estar. Isabelle las observaba con una expresión indescifrable. —Mi hijo ha cambiado desde que te conoció —dijo finalmente—. Antes era... más frío. Más distante. Ahora hay algo diferente en él. —¿Mejor o peor? —preguntó Valeria, sin poder evitarlo. —Más humano. —Isabelle la miró directamente—. Sea cual sea el acuerdo que tenían al principio, ya no importa. Puedo ver que lo amas de verdad. Valeria sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. —Lo amo. Más de lo que creí posible. —Bien. Porque va a necesitarte en los días que vienen. Pasaron dos horas antes de que Alexander saliera. Lucía devastado. —¿Qué dijo? —preguntó Sofía. Alexander miró a Valeria, luego a su familia. —Quiere hablar con todos. Dice que hay cosas que necesita decirnos antes de que sea demasiado tarde. Un escalofrío recorrió la espalda de Valeria. Entraron a la habitación en fila. Richard Voss lucía pequeño en la cama del hospital, conectado a múltiples máquinas. Pero sus ojos seguían siendo afilados como cuchillas. —Siéntense —ordenó con voz débil pero firme. Obedecieron. —No voy a andarme con rodeos. Los doctores me dan semanas, tal vez meses si tengo suerte. —Levantó una mano cuando Isabelle empezó a protestar—. Escuchen. Tengo cosas que decir y poco tiempo para decirlas. Miró a Alexander. —Tú. Te he preparado toda tu vida para tomar mi lugar. Pero me equivoqué en algo. —¿En qué, abuelo? —En pensar que la fuerza venía de la soledad. De no necesitar a nadie. —Sus ojos se desviaron hacia Valeria—. Ella te ha hecho más fuerte, no más débil. Lo veo en ti. Alexander tomó la mano de Valeria. —Lo sé. —Bien. Porque lo que viene no será fácil. —Richard tosió, su cuerpo estremeciéndose—. Hay cosas sobre la empresa que necesitas saber. Cosas que he mantenido en secreto. —¿Qué cosas? —Tu padre no murió en un accidente de coche. El silencio fue absoluto. Valeria sintió a Alexander tensarse junto a ella. —¿Qué? —La voz de Isabelle apenas era un susurro. —Fue asesinado. Por un socio de negocios al que yo traicioné años antes. Un hombre llamado Viktor Volkov. —Dios mío —murmuró Sofía. —Lo encubrí. Pagué a la policía, falsifiqué reportes. No podía dejar que la verdad saliera porque habría destruido todo lo que había construido. —Richard miró a Alexander con ojos suplicantes—. Perdóname, muchacho. Llevaste toda tu vida creyendo una mentira. Alexander se puso de pie bruscamente, soltando la mano de Valeria. —¿Por qué? ¿Por qué me lo dices ahora? —Porque Volkov ha regresado. Y va a venir por ti. Valeria sintió que la sangre se le helaba. —¿Qué quieres decir con que va a venir por él? Richard la miró. —Volkov ha esperado treinta años para su venganza. Quiere destruir todo lo que he construido. Y eso significa destruir a Alexander. —No puedes estar seguro de eso —dijo Isabelle con voz temblorosa. —Recibí una carta la semana pasada. Antes del derrame. Decía: "Una vida por una vida. Tu nieto pagará por lo que me quitaste." —Richard miró a Alexander—. Por eso el testamento. Por eso la urgencia de casarte. Necesitaba saber que tendrías algo, alguien, que te mantuviera con los pies en la tierra cuando todo se derrumbara. Alexander se giró hacia Valeria, y ella vio la traición en sus ojos. —¿Lo sabías? —¿Qué? No, Alexander, yo no... —El contrato. El matrimonio urgente. Todo fue para esto. —No lo sabía —dijo Valeria, poniéndose de pie—. Te lo juro. —Ella no sabía nada —confirmó Richard—. Nadie lo sabía excepto yo. Alexander se pasó una mano por el cabello, su respiración acelerada. —Necesito salir de aquí. Salió de la habitación antes de que alguien pudiera detenerlo. Valeria lo siguió, alcanzándolo en el pasillo. —Alexander, espera. —No ahora, Valeria. —Sí, ahora. —Se puso frente a él, obligándolo a detenerse—. Sé que estás enojado. Tienes derecho a estarlo. Pero no conmigo. Yo no sabía nada de esto. —Lo sé. —Su voz era plana, vacía—. Pero eso no cambia nada. Mi vida entera ha sido una mentira. Mi padre no murió en un accidente. Fue asesinado. Y mi abuelo lo encubrió. —Tu abuelo estaba tratando de protegerte. —¿Protegiéndome con mentiras? ¿Manipulándome para que me casara con una desconocida? —No era una desconocida al final. Y él tenía razón, ¿no? Sobre necesitar a alguien. Alexander la miró, y Valeria vio el dolor crudo en sus ojos. —¿Y si todo fue manipulado desde el principio? ¿Y si incluso lo que siento por ti fue planeado por él? Las palabras fueron como un golpe. —¿Eso crees? ¿Qué lo que sentimos es falso? —No lo sé. Ya no sé qué creer. —Entonces cree en esto. —Valeria tomó su rostro entre sus manos—. Te amo. Eso no fue planeado ni manipulado. Es real. Lo más real que he sentido en mi vida. Alexander cerró los ojos, apoyándose contra ella. —No sé cómo procesar todo esto. —No tienes que hacerlo solo. Estoy aquí. Se quedaron así en el pasillo del hospital, aferrados el uno al otro mientras el mundo se desmoronaba a su alrededor. Cuando regresaron a la habitación, Richard se veía aún más frágil. —Lo siento —dijo cuando Alexander entró—. Sé que no es suficiente, pero lo siento. Alexander se sentó junto a la cama. —Cuéntame todo. Sobre Volkov. Sobre mi padre. Todo. Richard asintió y comenzó a hablar. La historia era sórdida y complicada. Volkov y Richard habían sido socios en una empresa de importación hace cuarenta años. Richard había descubierto que Volkov estaba traficando armas ilegalmente y lo había traicionado ante las autoridades. Volkov fue a prisión por quince años. Cuando salió, juró venganza. Mató al padre de Alexander, haciéndolo parecer un accidente. Richard usó todos sus recursos para encubrirlo, temiendo que la verdad pusiera en peligro a toda la familia. —Pero ahora está de vuelta —terminó Richard—. Y es más peligroso que nunca. Tiene conexiones, dinero, y nada que perder. —¿Qué quiere exactamente? —preguntó Valeria. —Mi empresa. Mi legado. Y mi nieto muerto. El silencio fue pesado. —Entonces lucharemos —dijo Alexander finalmente. —No puedes luchar contra un fantasma. Volkov opera en las sombras. —Entonces lo sacaré a la luz. Richard tomó la mano de Alexander. —Sé que te he fallado. Pero por favor, ten cuidado. No quiero perderte como perdí a tu padre. Alexander asintió, aunque Valeria podía ver la tensión en cada línea de su cuerpo. Cuando salieron del hospital, ya era de noche. En el coche, ninguno habló durante largo rato. —¿Qué vas a hacer? —preguntó finalmente Valeria. —Investigar. Encontrar a Volkov antes de que él me encuentre a mí. —Te ayudaré. Alexander la miró. —Esto va a ser peligroso, Valeria. Más peligroso que Marcus. Más peligroso que Victoria. —Lo sé. Pero no voy a dejarte enfrentarlo solo. —¿Por qué? Técnicamente, puedes irte. El contrato está sellado, nadie tiene que saber la verdad. Eres libre. Valeria tomó su mano. —Porque te amo. Y porque cuando amas a alguien, no huyes cuando las cosas se ponen difíciles. Alexander llevó su mano a sus labios. —No merezco tu lealtad. —Eso lo decidiré yo. Llegaron a la penthouse en silencio. Alexander fue directo a su oficina, su mente ya trabajando en planes y estrategias. Valeria lo siguió, observándolo desde la puerta mientras él abría archivos, hacía llamadas, se transformaba en el CEO despiadado que el mundo conocía. Pero cuando finalmente apagó la computadora horas después y la encontró dormida en el sofá de la oficina, algo en su expresión se suavizó. La cargó hasta la cama, acomodándola con cuidado. —Te amo —susurró contra su cabello—. Y juro que voy a protegerte de todo esto. Pero ambos sabían que algunas tormentas no se podían evitar. Solo se podían sobrevivir. Y la tormenta que se avecinaba amenazaba con destruirlos a ambos.
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