También le sentaba bien a ella. Ya no estaba llena de tierra y sangre; el miedo y cansancio en sus ojos había desaparecido. Y usaba nuestro uniforme. Nuestros colores. Ivar devoró a mi compañera con sus ojos, y la coloqué detrás de mí, apartándola de su vista; gruñí a modo de advertencia y él bajó la mirada, buscando a Silver con los ojos en busca de ayuda. Pero Silver estaba aún más interesada en mi compañera que los hombres en la sala. Un tercio de mis oficiales eran mujeres, y su curiosidad sobre la terrícola que había logrado lo que ninguna pudo —ganar mi interés y mi devoción—, era palpable. Conduje a Harper al único puesto libre en la mesa —el mío— y sostuve la silla para ella. Reacio a renunciar al placer táctil de tomar su mano, la mantuve en la mía cuando se sentó, y tomé mi lug

