SUPERMERCADO SAN ANTONIO

1670 Words
Las gotas de lluvia se resbalaban por el cristal de la ventana. Pensé que en los días como ese, eran en los que el té de hibiscus endulzado con menta me sabía especialmente delicioso. Estaba recostada en mi sillón favorito e intentaba concentrarme en la página del libro que sostenía entre mis manos. Tenía la sensación de que algo me faltaba y no lograba detectar el qué. Estudié nuevamente la taza de té, las gotas de lluvia cayendo constantes en la calle, la cobija que me había tejido mi abuelita… todo se veía en orden y yo no era capaz de recordar el nombre de la protagonista que se mencionaba en esa página que ya había releído por lo menos unas 15 veces. Cerré los ojos, el sonido de los camiones que transitaban rumbo a la construcción cercana a mi lugar de trabajo se hizo presente una vez más. Era ese ruido tan lejano a mi casa el que no me dejaba concentrar. No es que me molestara propiamente el ruido de una construcción, porque no tuve inconveniente con las retroexcavadoras del año pasado cuando edificaron la torre de departamentos. Había algo que en esta ocasión me resultaba distinto… Quizá algo tendría que ver con el hecho de que se trataba de la construcción de un nuevo supermercado, una cadena grande, de esas internacionales, de esas que nos daría visibilidad en el mapa porque San Antonio aún pasaba desapercibido. Pero con la presencia de Supermart nos convertíamos oficialmente en una ciudad moderna en vías de desarrollo, y tal vez, tal vez estaba loca, tal vez no era normal que me sintiera enojada porque “Supermercado San Antonio” ahora tendría competencia directa. Resoplé molesta al visualizar el llamativo logotipo color rojo de Supermart ocupando toda mi cabeza. Con la llegada de ese nuevo supermercado ya no seríamos la primera y única opción para las personas al momento de surtir su despensa. Y no es que estuviera en contra de la competencia, pero era realista, y sabía que la novedad sería un factor determinante. Una vez que Supermart abriera sus puertas, la clientela para nosotros bajaría considerablemente. Yo había platicado algunas estrategias con mi jefe. Nuestro punto fuerte sería recordar a los consumidores que éramos una cadena local que apoyaba el comercio local y en San Antonio éramos de costumbres, así que confiaba que nuestros más leales clientes no nos dejaran morir. Recuerdo que cuando era una niña, asistía con mis papás al Supermercado San Antonio para hacer las compras, era prácticamente como ir de paseo. Y de la misma forma que lo era la parroquia, ese supermercado era un punto de reunión. El nieto de Don Arnulfo, quien ahora era el dueño del lugar, siempre nos recibía con una sonrisa y les ofrecía a los adultos un vaso de café. Su café era famoso y la razón principal por la que sobre todo los caballeros, siempre llegaban puntuales a comprar el periódico para después irse a trabajar. Era una tradición empezar la mañana en el Supermercado San Antonio. Cada día a las 7:00 a.m. en punto, sonaba la campana que indicaba que salía el pan recién horneado. A mí me gustaba recorrer los coloridos pasillos mientras a escondidas, le daba una mordida a la orilla de chocolate del cuernito que cada sábado me compraban mis padres. Algunos n i ñ o s decían que de grandes querían ser maestros, astronautas o bomberos, pero yo… yo siempre soñé con poder trabajar ahí. Cuando presenté mi curriculum, el señor Arnulfo nieto ni siquiera me hizo entrevista, me dijo que literalmente me conocía de toda la vida y que le daba gusto que fuera yo quien le ayudaría a manejar su tienda. En San Antonio no había estadio de fútbol, pero había un equipo de basquetbol al que le estaba yendo muy bien y que había conseguido ganar el torneo estatal. Le propuse a Don Arnulfo nieto que los patrocináramos, y ese patrocinio logró que el supermercado fuera también el punto de reunión oficial para compartir los resultados del equipo. Todo se veía bien en la tienda, todo estaba bien en San Antonio, pero supongo que a veces cuando todo está tan en calma puede ocurrir un chispazo que nos hace dar a todos… un giro de 180 grados. Ya había pasado una vez que cuando todo estaba muy tranquilo, un asesino serial llegó al pueblo y mató al pobre de Don Arnulfo. Su hijo, Don Arnulfo junior tuvo que hacerse cargo de la tienda que poco a poco fue creciendo y ahora convertida en un supermercado, le pertenecía a su nieto. En estos momentos, en los que todo estaba así de tranquilo llegaba un nuevo asesino: Llegaba Supermart, el gigante de los supermercados y aniquilador de tiendas pequeñas. Faltaban solo 7 días y la nueva cadena haría su inauguración con bombo y platillo, 7 días para comprobar que tan fieles eran nuestros consumidores, 7 días para saber si tendríamos oportunidad de continuar en el mapa… o para saber de una vez por todas, si necesitaría actualizar mi curriculum para buscar un nuevo trabajo. —Saaaaaaaaaam baja a cenar —el grito de mi mamá me hizo dar un brinco, cerré el bendito libro que no había sido capaz de leer y bajé. —¿Qué hay? —Comida —giré los ojos porque era obvio que había comida lo que quería saber era que clase de comida. —¿En serio? Pensé que nos darías tuercas de la ferretería de papá —sonreí irónica hasta que mi mamá levantó una ceja— ¡Ay! bueno ya… —lo mejor era hacer las paces de inmediato— …lo que sea huele delicioso. —era inteligente y sabía que discutir con mi madre era igual a un s u i c i d i o. —Qué bueno que ya van a abrir Supermart ¿verdad hija? por fin vamos a tener artículos del primer mundo —mi mamá volteaba las quesadillas en el comal y meneaba los frijoles que estaban en una cazuela mediana. —Mamááááááá ¿Acaso quieres que me quede sin trabajo? —No seas exagerada Sam, tan solo me hace ilusión que ya podré encontrar en la ciudad cosas que tenía que pedir por A m a z o n. Rodé los ojos como respuesta y estiré las manos para coger mi plato con quesadillas. Mi mamá como siempre tenía razón, ya tendríamos acceso a marcas que no era común encontrar en estos rumbos. Las dos giramos al mismo tiempo nuestras cabezas, cuando escuchamos que la puerta de entrada se abrió. Mi papá y mis dos hermanos aparecieron y la sonrisa de mi mamá se ensanchó de inmediato. —¿Quieren quesadillas con frijoles? —Sí —respondieron mis hermanos al mismo tiempo y mi papá se acercó a darle un beso en la sien a mi mamá. —¿De qué hablaban o qué? —Christian me volteó a ver y se enfocó en mi mirada compungida. —Sam cree que Supermart va a terminar con su trabajo, piensa que ya nadie va a querer ir a Supermercado San Antonio. —No seas dramática Sam claro que yo seguiré yendo con tal de mantenerte todos los días vestida con ese mandil color verde que te hace ver tan pálida —mis hermanos se empezaron a reír y Luis alcanzó a esquivar la servilleta que yo le acababa de lanzar. —Hija nadie renunciará al café que venden ustedes, por muchos productos nuevos que traiga Supermart nadie podrá igualar su café, tampoco igualaran la sonrisa con la que siempre nos reciben a todos los clientes, no tengas miedo, ellos terminaran convirtiéndose solo en una opción más. —La sonrisa de Sam… es precisamente lo que los clientes querrán evitar —Christian se carcajeó con ganas. —Además no sabemos si Supermart tendrá una gerente que sí sea guapa y entonces eso bastará para que todos estemos formados esperando por su café sin importar que sea malo —Luis hizo una sonrisa maliciosa y Christian añadió: —Buen punto, buen punto. Ya quiero conocer a esa gerente guapa de Supermart. —¿Y si fuera un hombre? —mi mamá lanzó la pregunta y mi papá le dirigió una mirada sorprendida con los ojos muy abiertos —Tranquilo querido, no digo que me interese el gerente de Supermart, solo digo que también podría ser hombre y también podría ser guapo, démosle una opción a Sam. —Mamá si es guapo seguro será gay, y si no lo fuera… no creo que se fije en mi hermana. —Christian lo espetó como si se tratara de una obviedad, como si estuviera diciendo que afuera seguía lloviendo. —Sam es muy linda. Cualquier gerente, sea guapo o sea feo, se podría fijar en ella. —Eres su papá —dijo con cansancio Luis— Dios me libre de tener hijas feas y verlas bonitas como tú ves a mi hermana. —Ni que ustedes estuvieran tan guapos —volteé a ver a mis dos hermanos y le di un sorbo a mi té. —No es que seamos “tan guapos” es que somos excesivamente guapos —me dedicaron una sonrisa burlesca a la que respondí resoplando y rodando los ojos. —Me voy a dormir, estoy cansada. —Pronto tendrás mucho tiempo para descansar hermana, si cierra Supermercado San Antonio, podrás descansar desde la comodidad del desempleo. —¡Luuuuiiisss! Mi mamá reprendió a mi hermano que se limitó a alzar los hombros, mientras yo llevaba mis trastes sucios al fregadero para después irme directo a mi cuarto. Sabía que esos 7 días que faltaban para la inauguración se me irían como un abrir y cerrar de ojos. Porque el tiempo vuela cuando uno se divierte, pero a veces también vuela cuando sentimos que vamos camino a la horca. No sabría decir si era miedo, angustia o ansiedad, el sentimiento que me apretaba el pecho cada que escuchaba la palabra Supermart.
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