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De amor y asesinos seriales

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San Antonio es una ciudad muy tranquila donde nunca pasa nada. Desde siempre ha existido la leyenda de un asesino serial, todavía es común en las noches escuchar consejos para cuidarse de él.

Sam vive en San Antonio. Sam trabaja en el supermercado, ella siempre había querido trabajar ahí. Sam ya está en edad de no creer en leyendas de asesinos seriales... hasta que aparece Supermart, y entonces el supermercado donde ella trabaja corre peligro de desaparecer. Ella odia a Supermart y a todo lo que emerja de ese lugar, incluyendo a su atractivo y misterioso gerente que parece no querer relacionarse con nadie del pueblo.

¿Y si las leyendas fueran ciertas? ¿Y si los asesinos no son solo de personas? ¿Y si cuando nunca pasa nada, es justo cuando puede pasarlo todo? ¿Y si nos ponemos a hablar de amor y asesinos seriales?

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PRÓLOGO
Aquí en San Antonio México nunca pasaba nada. Era un pueblo pequeño y tranquilo, en el que parecía que cada día era igual al anterior. Estaban acostumbrados a vivir de tal forma que daba la sensación de que los años se repetían y que siempre acontecía lo mismo. Supongo que esa era la razón por la que cuando un chisme nacía, de inmediato crecía como la espuma. Si ya te había tocado vivir aquí, sabías que todos nos conocíamos. Pero si por casualidad, en algún momento te presentaban con alguien a quien nunca habías visto, entonces surgía una pregunta infalible que servía para romper el hielo: ¿Y tú de quién eres hijo? Si esa pregunta venía de una persona de la tercera edad, con seguridad lo que pasaría a continuación es que esa persona arrugaría el entrecejo intentando hacer memoria… e inevitablemente sonreiría al darse cuenta de que por supuesto era conocido de tus padres y quizá también de tus abuelos. Después haría hincapié en que no creyeras tú que recién los acababa de conocer, te diría que eran conocidos de toda la vida. Finalmente les mandaría saludos y mencionaría que le dio gusto conocer al hijo/nieto/sobrino o cualquier parentesco que tuvieras tú con ese Don o esa Doña. Al momento de despedirse echaría una mano al aire con el dedo índice por delante, añadiendo que debió de haber sospechado de tu linaje al detectar esa nariz que tanto caracteriza a los Aguilera, o los labios pequeños de los Mendoza, o el pelo rizado de los González. Así transcurría la vida en San Antonio, un pueblo en donde no estaban habituados a tener noticias relevantes. Donde no era común que pasaran cosas dignas de recordar. Por eso, la mañana en la que Don Arnulfo apareció muerto en medio de un camino, que en aquellos entonces no era muy transitado, fue un suceso tan impresionante que no se habló de otra cosa durante los meses que siguieron. Y es que en San Antonio la gente se moría por vieja o por una enfermedad grave; los ancianos no lograban recordar otra muerte así de repentina en las últimas décadas. Lo más extraño de esta situación fue que el cuerpo de Don Arnulfo no presentaba signos de haber sufrido violencia. No parecía haber sido atacado. Era como si tan solo hubiera decidido dejar de vivir. Y eso generó tanta expectativa, que la gente hambrienta de información, no dejaba de hacer preguntas al médico que se encargó de realizar la autopsia. Todos descansaron cuando el doctor Jiménez confirmó que se había tratado de un infarto fulminante, que por desgracia el señor había sufrido cuando iba de regreso a su casa. Y es que Don Arnulfo era un señor muy responsable, lo lógico era que su corazón dejara de latir una vez que hubiera terminado su jornada de trabajo. La policía y el doctor registraron que la hora de la muerte debió haber sido alrededor de las 9:30 de la noche. Lo definieron con base a la evidencia que tenían frente a sus narices. Les resultaba perfectamente coherente que hubiera ocurrido de esa forma teniendo en cuenta que Don Arnulfo era el dueño de la tienda de abarrotes “San Antonio” y siempre cerraba a las 9:00 en punto. Se dedujo que el señor cerró la tienda de manera habitual y en el camino llegó la hora en la que su corazón simplemente ya no quiso seguir funcionando. Así quedó asentado, pero una cosa es lo que se firma en las actas y otra muy distinta es lo que se rumora por las calles… Y como en San Antonio no era normal contar con una buena historia, pues las teorías no se hicieron esperar. Doña Pachita era considerada una institución en la ciudad. Era esa señora rellenita y muy bajita que parecía tener una arruga por cada año vivido. Diario asistía a misa. Visitaba también todos los comercios para platicar con unos y con otros a fin de conocer la vida y obra de cada habitante del pueblo. Ella sabría decir santo y seña de todos los que vivían ahí. Después de escuchar la información de la muerte de Don Arnulfo, concluyó que era muy sospechoso que el señor se hubiera muerto de un infarto si siempre había sido un hombre muy sano. El único vicio que se le conocía era el de fumar como una chimenea, pero, si en tantos años de fumar como chacuaco nunca le había pasado nada, pues a ella le resultaba muy extraño que se hubiera muerto, así como así, a ella le daba la impresión de que el doctor estaba ocultando algo y aseguraba que a Don Arnulfo: Lo habían matado. Doña Pachita era una mujer de muy fuertes convicciones, y si ella decía que el cielo era n e g r o nadie iba venir a convencerla de que el tono correcto era azul de medianoche. No había nacido un ser humano sobre la tierra que a Doña Pachita la hiciera cambiar de opinión. Y con esa seguridad inquebrantable que siempre la había caracterizado, compartió su teoría con todo aquel que la quiso escuchar. Así fue, cuando aún y todavía no se terminaban de rezar los novenarios, que ya todos en San Antonio hablaban de un asesino serial que se había instalado en la ciudad. No hubo ninguna otra muerte. Don Arnulfo no tenía enemigos. Su cuerpo no presentaba signos de haber sido asesinado y en el expediente se especificó que claramente se había tratado de un infarto. Pero aun así, siempre se habló de su deceso como el resultado de la primera (y única) víctima del asesino serial de San Antonio. Habían pasado 50 años de aquel suceso y la gente seguía diciendo: “No salgas de noche que te puede salir el asesino” “Cuídate no te vayas a encontrar al asesino” “Pórtate bien, que si no va a venir por ti el asesino” Tantas veces se narró la historia, que la leyenda de un asesino serial quedó grabada en la memoria colectiva del lugar. Porque así sucede en los pueblos como este, donde todos estamos envueltos por una misma neblina que entreteje recuerdos en conjunto. Lugares donde cuando no pasa nada… es justo, cuando puede ocurrirlo todo. ¿Qué me deparaba a mí el destino en San Antonio?

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