Elijan despertó esa mañana dispuesto a enfrentar cualquier sombra, con tal de tener a Mabel entre sus brazos. Imaginó su cabello oscuro deslizándose entre sus dedos, la calidez de su cuerpo junto al suyo, su voz diciéndole que lo amaba… Y aunque ese deseo le iluminaba el pecho, también le recordaba lo efímera que era su existencia. Se levantó sin prisas y se dirigió a la cocina donde, para su sorpresa, Yanina ya había preparado el desayuno. El olor del café recién colado y el pan tostado contrastaba con la tensión suave que flotaba entre ellos. Ella vestía una bata color marfil, los pies descalzos y la melancolía en los ojos. —¿Desde cuándo sabes cocinar? —preguntó Elijan, intentando sonar casual. —Desde que entendí que no podía vivir siempre de la seducción —respondió ella, sonriendo c

