La noche había caído sobre el campamento como un manto protector, y entre las telas de la tienda principal, Mabel y Bastian se encontraban acurrucados, compartiendo caricias y besos que hablaban más que cualquier palabra. El sonido lejano del viento entre los árboles, junto al crepitar de las últimas llamas de la fogata, acompañaban la intimidad de los amantes. Bastian posó sus manos sobre la espalda de Mabel, jugando con la cremallera de su vestido, y con una sonrisa juguetona, susurró: —Intento desvestirte… Ella rió suavemente, mirándolo con complicidad. —¿Sí? ¿Y eso por qué? Él acercó sus labios a los de ella con una ternura indómita, acariciándole la mejilla. —Porque tengo que borrar tu olor, princesa. Ese aroma tuyo enloquece a los de mi especie. Pero antes... antes quiero besar

