El arte de mirarse sin hablar

1661 Words

Días después, casi al mediodía, Mabel bajó las escaleras en busca de Dafne. El aroma de albahaca y pan recién horneado la guió directo a la cocina, ese pequeño santuario donde, a pesar de tener personal a disposición, su cuñada insistía en cocinar para su esposo y su familia. Aquello le parecía adorable. Los platos de Dafne eran un verdadero deleite para el paladar y, sobre todo, estaban llenos de amor. —Hola, querida cuñada, espero traigas hambre —saludó Dafne con dulzura, girando apenas para verla desde donde picaba algunas verduras. —¡Muchísima! —respondió Mabel, devolviéndole la sonrisa mientras se acercaba a abrazarla—. ¿Qué delicias has preparado hoy? —Hay variedad… Tenemos un invitado —anunció con una sonrisa traviesa, ofreciéndole un panecillo dulce que Mabel aceptó sin dudar.

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