Durante los días siguientes, Bastian se sumergió por completo en la rutina del clan. Entrenaba con disciplina férrea, manteniéndose alerta y perfeccionando sus habilidades con cada movimiento, con cada respiración. Sabía que no podía permitirse el lujo de distraerse. El enemigo se movía en las sombras, silencioso y letal. A pesar del cansancio, cumplió su promesa: llamaba a Mabel cada noche, buscando refugio en su voz, en su risa, como si esa conexión fuera lo único real en su vida marcada por la oscuridad. Luego comenzaron los recorridos. Junto a sus hombres, cabalgaron por los bosques que dividían los continentes. Atravesaron valles escondidos por la niebla, siguieron rastros que se perdían entre raíces antiguas y cruzaron senderos que nadie osaba pisar. Buscaban pistas, rastros, respue

