La hechicería estaba impregnada de un perfume antiguo, mezcla de hierbas secas, cera de velas gastadas. Rodeados por un círculo de símbolos grabados a mano, Consuelo revolvía con delicadeza el contenido de un cuenco de cerámica. El humo que emanaba era denso, de un violeta pálido, y parecía formar figuras danzantes que susurraban secretos olvidados. Las manos de Consuelo, firmes pero temblorosas por el peso del destino, se movían con precisión sobre las páginas amarillentas de un grimorio. Buscaba una fórmula que solo unos pocos hablaban. —Espíritus de la creación… espíritus de luz… —susurró, cerrando los ojos—. Escuchen la voz de esta vieja hechicera. Abran sus puertas para mí para Bastian y nuestro linaje. Sus dedos se tensaron sobre el grimorio. Su voz, aunque baja, tembló de emoci

