La salida
Katherine
Buscar consejos en internet sobre "cómo salir del closet" era, básicamente, entrar en una clase maestra en donde la práctica erradica a cualquier tipo de teoría sin importar lo comprobable que esta pueda llegar a ser.
Para algunos, aconsejar era sencillo, pero para otros nos resultaba difícil incluso a la hora de pensarlo. Yo, por ejemplo, llevaba toda mi adolescencia y un par de años de adultez sin siquiera poder decir en mi mente las palabras "soy lesbiana".
Era difícil creer en teorías o prácticas cuando se tiene tanto miedo a la experiencia.
Cuando decidí que era momento de sacar al menos un pie del armario ya estaba en mi segundo año universitario. Con veinte años recién cumplidos y una orientación s****l que solo se hacía más y más difícil de esconder.
Las constantes preguntas vinculadas a mi estadía en mi cuarto o la inexistencia de un novio se hacían agresivas, como si me pidieran confesar un homicidio.
Vivía en la espera de "el momento indicado" para contarle a mis cercanos. Sin embargo, comenzaba a sospechar si realmente existía una cosa así o solo era otra de mis excusas para mantenerme a salvo de los juicios.
No había una buena excusa para seguir ocultándoselo a mi mejor amiga de toda la vida. Al menos eso pensé hasta que la vi abriendo y cerrando su boca como un auténtico pez fuera del agua.
Al no obtener una respuesta o comentario de su parte, mi cerebro decidió reproducir todos los momentos que vivimos juntas.
Eran demasiados.
Éramos amigas desde siempre. Tomé un verdadero riesgo al contarle, pero solo pensaba en cuánto me dolería perderla por algo que no podía ni quería cambiar.
También sabía que existía una gran probabilidad de que se enfadara porque no se lo había dicho antes. Si ella se enfadaba por eso, yo también lo haría.
¿Qué clase de mejor amiga no se da cuenta de la orientación s****l de su mejor amiga?
Debió sospecharlo cuando, años atrás, fingí ser novia de Ian, nuestro amigo que estaba tan atrapado en el armario como yo.
Él salió victorioso de ese mueble imaginario y ella lo aceptó en su totalidad. No debía hacer diferencias ahora.
Pensé en repetir todo eso en voz alta, pero finalmente suspiró y dejó sus gestos de confusión.
—¿Estás segura? —asentí y ella se precipitó a hablar —. Sí, sí. Ya lo dijiste, pero, ya sabes, quiero decir: nunca estuviste con una chica. No puedes estar tan segura. ¿Qué tal si no te gusta?
Era un buen punto, pero yo aún no le decía que los hombres me provocaban una especie de repulsión a la hora de pensar en ellos de forma potencialmente romántica y mucho menos en una s****l.
No le conté que cuando di mi primer beso a los quince años terminé llorando toda la noche. Sabía que no fue el beso y ni siquiera fue el chico: era yo.
Era incapaz de desear a un hombre y ser "normal" como todas las personas a mí alrededor. De hecho, me odié por años.
Estaba por explicárselo, pero no me dejó hacerlo. En su lugar, aplaudió con una estúpida sonrisa en su rostro. A eso le agregó varios rebotes sobre su trasero, haciendo rodar las almohadas desde la cama al suelo.
—Ya sé que tienes—me apuntó con su expresión de Teresa Michaelson, increíble detective privado—. Es por ese chico que no quiso salir contigo. Ahora crees que debes intentar con las chicas, pero no por un rechazo debes cambiarte de vereda. Yo puedo ayudarte, digo, conseguir un chico perfecto que...
Perfecto.
Ahora creía que era lesbiana porque un chico en Starbucks se negó a prestarme su celular para que yo pudiera llamar a mi número.
Mi celular se cayó en algún lugar, pero él creía que yo hacía eso para guardar su número ¿Qué clase de lunática creía que era?
¿Realmente alguien hacía eso? ¿Funcionaba?
Lo malo fue que Teresa llegó en la mitad de la acción y me felicitó por mi técnica, solo que había sido con el chico equivocado: era gay.
Teresa se caracterizaba por eso: siempre potenciaba su propia versión de los hechos.
—Mira, Tess—esperé que dejara de celebrar su fallida teoría y me mirara a los ojos. Cuando lo hizo, solo lo solté—. Esto va hace mucho tiempo. Lo sé desde los catorce.
La vi gesticular un "mierda" antes de regalarme la mayor expresión de espanto en su arsenal.
Entonces preguntó:
—¿Yo...te gusto?
Sentí un nudo subiendo por mi garganta y saliendo como una arcada perfecta.
—¡Cielos, no! ¿Estás demente? Qué asqueroso.
—Muy bien, lo siento—asintió durante unos segundos en los que esperé que dijera algo razonable, que me apoyara y retomara su rol de mejor amiga. Ella tenía otras prioridades—. ¿Por qué no te gusto? ¡Soy guapísima!
*
Al sanar su ego herido, Teresa fue tan diplomática como siempre. Después de todo, ella sí tenía madera de abogada y no se la pasaba cuestionando su elección de carrera.
Como yo.
—Cuéntame sobre el momento exacto en que lo supiste—preguntó emocionada mientras se aferraba a su almohada y yo me quejaba con anticipación—. Quiero oír sobre tu gran epifanía lésbica.
Ahí iba otra de mis eternas crisis existenciales, quizás la más obsesiva: los momentos exactos. Muy de cerca le seguía mi miedo a hacer el ridículo.
Era lo que pasaría si le contaba con detalles esa historia a Teresa.
—¿Recuerdas esa fiesta que hizo tu hermano cuando cumplió dieciocho y nosotras apenas teníamos catorce? —asintió mientras me indicaba con la mano que continuara—. Bien. Tú estabas vomitando en el baño y yo sujetaba tu cabello cuando noté que te habías dormido.
De seguro no recordaba eso. Era evidente en su mirada, pero yo sí lo recordaba y no me di el gusto de molestarla por ello.
Ahora que lo pensaba, debí tomarle fotos coqueteando con un globo gigante.
—¡Era mi primera fiesta!—gritó avergonzada—. No seas una perra.
Reímos juntas por primera vez desde la confesión.
Se sentía bien no tener ese silencio incómodo seguido de miradas y pensamientos igual de incómodos. Se sentía bien que nada hubiese cambiado...todavía.
Sin esperar más, decidí continuar por más vergonzosa que fuera la siguiente parte de la epifanía.
—Bueno, te llevé a rastras hasta tu cuarto mientras hablabas algo sobre un unicornio y cómo se había extinguido del planeta y...
—Oh, basta—me lanzó una blusa directo en la cara y yo reí solo un poco más—. No divagué sobre eso estando ebria.
—No, eso lo haces sobria, pero en fin—se acomodó para recibir el resto. Su mirada me decía que esperaba algo jugoso, así que pensé en alivianar el momento para bromear con ella—. Llegamos a tu cuarto, me aproveché de que estabas ebria y te desnudé.
Otra lluvia de ropa me cayó encima.
—¡Kate!—me regañó y, automáticamente, dejé de reír—. Cuéntame todo de una vez. Como una bandita.
—Bien—me forcé a dejar las bromas a un lado y miré el techo como si fuera una presentación de diapositivas sobre esa noche—. Llegamos a tu cuarto y te acosté en tu cama. Estabas bastante cocida así que decidí que debía decirle a tu hermano, por seguridad. Te dejé en tu cuarto y fui a buscarlo, pero cuando pasé por el baño sentí este ruido raro de gemidos seguidos por ruegos a Dios. Y bueno, tenía catorce...
—No me digas que... —la duda en su rostro cambió por sorpresa en menos de un segundo. En mucho menos de eso se convirtió en burla—...¿Te masturbaste afuera de mi baño?
—¡No! —respondí molesta. Podía sentir mis mejillas ardiendo ante la idea—. Yo solo...noté que la puerta no estaba cerrada. Me asomé y vi a estas dos chicas amigas de tu hermano montándose un espectáculo digno de Playboy.
—¿Cuáles amigas de Theo? ¿Las conozco? Olvídalo. ¿Y bien?
—Bueno, solo eso.
De repente me sentí más tímida que de costumbre y no ayudaba que Teresa me mirara exigiéndome algo más de explicación.
Bajé la cabeza rogando que mi cabello cubriera lo suficiente mis sonrojadas mejillas que de seguro ya estaban al rojo vivo.
—No descubres que eres lesbiana por ver a dos tipas cogiendo—exclamó divertida. Sin embargo, esto no duró más de un segundo, luego la comprensión la iluminó como por arte de magia—. Te excitó ¿No?
—¿Ah?
Fingí estar desconectada del tema mientras inspeccionaba los dedos de mis pies tratando de hacerle entender a Teresa, que 1) Ya no quería hablar del tema y 2) Mis pies serían un muy buen tema de conversación.
Lo último que quería era a Teresa hablando de sexo y todas sus variantes. Yo no era la persona indicada para llevar un tema así.
—Que si te calentó ver a dos chicas montándoselo. Por eso supiste que tú ibas por ese lado ¿No? —la miré con toda la vergüenza acunándose en mi rostro y solo pude asentir—. Oh, vaya ¿No te pasa con los chicos? Quiero decir, veamos algo de porno. Para algo que le sirva a las mujeres.
*
Algo que aprendí en esos veinte años de amistad era que, si Teresa decía algo, lo cumplía.
Yo sabía eso mejor que nadie, pero no esperaba pasar casi cincuenta minutos sentada frente a la televisión viendo un canal pornográfico con ella.
Y ahí estábamos.
Luego de una extraña película llamada Orgía Infernal que no tenía trama alguna o diálogos relevantes aparte del "oh por dios" respondido por "sí", Teresa pareció satisfecha con mi incomodidad y apagó el televisor.
—¿Y bien? —preguntó mientras me miraba tratando de leer algo en mis ojos—. ¿No te pasó nada cuando salió ese perfecto semental cogiéndose a la chica rubia contra el muro? Porque déjame decirte que a mí me corrompió la envidia y el loco deseo de ser actriz porno. ¿Pagarán bien?
—No, no tengo idea, pero imagino que sí. Y no, no me pasó nada de eso.
Me observó pareciendo agotada y suspiró dramáticamente. Otra ronda de preguntas se avecinaba.
—Volvamos a las chicas montándoselo en la fiesta de mi hermano—se giró completamente para quedar frente a frente conmigo—. Cuando viste a esas chicas ¿En qué pensaste?
Le desvié la mirada rápidamente y volví a distraerme con mis pies.
No podía decirle algo tan íntimo como lo que pasaba en mi cabeza. De hecho, yo ni siquiera podía decir la palabra sexo en voz alta sin que se me cortara la voz y mi labio inferior temblara.
—Primero pensé: Wow, esa chica estará en problemas si su novio la atrapa así. Después pensé...mejor dicho, me imaginé siendo una de ellas...y bueno...
Sentí la mirada de Teresa sobre mí y esperaba que ella entendiera sin hacer más preguntas. A sabiendas de lo mojigata que era en el tema, me costaría siglos responder.
—Bueno, entiendo—hubo un largo silencio, luego se levantó bruscamente y dejó sus manos en su cintura—. ¿Qué harás ahora?
—¿Debo hacer algo?
Miré la forma en que maniobraba sus dedos y ataba su cabello en una coleta que parecía camarón.
Se veía divertida.
—Llevas siete años ocultándote por esto—seguí mirándola confundida porque no le veía lo malo a su afirmación—. Y he oído que no sales oficialmente del armario hasta que lo haces con alguien.
Se quedó viéndome sin parpadear mientras sus cejas se alzaban animadamente.
No sabía qué estaba pasando por su diabólica cabeza, pero estaba segura de que no era ver películas de Ryan Gosling hasta la madrugada como siempre.
Ella me sacaría a rastras del armario.
—No estoy lista para...eso.
—Mira, si hay algo que odio más que una chica sexy volviéndose lesbiana, es una chica sexy, lesbiana y soltera de por vida. Te llevaré al bar que está en el centro. Con suerte te ligas a una rubia o algo...espera ¿Cuál es tu tipo?
No pensé en la pregunta porque sabía muy bien la respuesta.
No me gustaban las rubias. Tenía suficiente con la rubia que veía cada vez en mi reflejo. Me gustaba lo contrario y lo supe desde muy pequeña, cuando veía repeticiones de Spanglish solo para ver a Paz Vega.
Solo respondí.
—Morenas.
La escuché soltar una risa y, al alzar la mirada, me encontré con mano estirada hacia mí.
—¿Entonces por eso no te gusto?
Le sonreí de vuelta y sostuve su mano para levantarme.
Sí, Teresa era tan blanca como la leche y no ayudaba que su cabello fuera de un n***o tan intenso, pero esto sí hacía resaltar aún más sus ojos azules.
No, no era físicamente mi tipo. Además del evidente hecho de que Teresa era la heterosexualidad en cuerpo y alma, era mi mejor amiga.
Prácticamente la hermana que nunca tuve y, de una forma muy extraña y energética, se estaba comportando como tal.
?
La observé maquillarse y planchar su cabello con esmero. Iba muy en serio lo de salir a buscar un "polvo", pero no entendía bien por qué ella se arreglaba tanto.
Al parecer, mi mirada preguntaba mejor que mi boca porque ella dijo:
—Realmente esto no es muy nuevo para mí.
—Sí, lo sospeché ¿A qué va tanto n***o y tapado?
—Debo ir bien cubierta. Las lesbianas tienen dedos rápidos.
Me puse de pie detrás de ella para que viera al menos mi reflejo. Quería formular bien la pregunta, pero de repente no sabía si quería saber la respuesta.
—¿Qué no es tan nuevo para ti?
Se volteó riendo y caminó hasta su armario mientras me arrojaba ropa al azar, ropa que ágilmente atrapé en el aire.
—Bueno, yo ya he estado en Kitty's Bra y puedo decirte que soy el tipo de muchas lesbianas. Y en ese bar, hay chicas realmente hermosas. Es casi injusto para los heterosexuales: todos los chicos lindos son gays y todas las chicas sexys, son lesbianas. ¿En qué clase de mundo vivimos los heterosexuales? Es injusto.
No quise criticar la elección de vestuario que hizo para mí. Además, resistí la pregunta sobre el lugar en donde compraba sus zapatos. De seguro era una tienda de strippers.
Si le decía eso, me ganaría un discurso sobre mi ropa conseguida en un convento así que opté por el silencio mientras ella disfrutaba planchar mi cabello en un silencio confidente.
—¿Cómo se me vería la cabeza rapada a un solo lado?—pregunté antes de que terminara.
Teresa lo pensó y luego sonrió.
—Mejor tatúate en la frente "Me gustan las conchas". Será menos obvio—fruncí el ceño y acomodé mi cabello para probar haciendo que ella riera el doble—. Fui tan ciega. Eres tan lesbiana.
Hizo un puchero y me abrazó fuerte.
Por unos segundos me quedé viendo al espejo sin verme realmente. Era la clase de inseguridad que siempre me acosaba frente a mi reflejo.
Quería ver algo más allá de lo que todos pensaban de mí. Quería encontrarme con señales de esa versión en la que me convertiría.
—¿Crees que le guste a alguien?—susurré mientras estiraba la falda del vestido.
—¡Por supuesto que sí! —respondió Teresa, tan segura como solo ella sabía serlo—. Te ves ardiente. Si yo fuera lesbiana, lo haría contigo.
La miré a través del reflejo mientras ella ponía sus manos en mis hombros y me daba pequeños apretones acompañados de sonrisas.
Apoyo. Eso me decía la mirada de Teresa y estaba agradecida de que la primera persona que sabía de mi condición lo había tomado bien y trataba de ayudarme.
No ayudándome como cuando creen que es una confusión pasajera, sino que quería ayudarme a salir con alguien.
No me dijo en ningún momento que yo estaba mal y eso se sintió bien.
—Muy bien—Teresa estaba lista e impecable como siempre y yo también lo estaba, pero no por dentro. Aún así, puse mi mejor sonrisa y la vi mientras suspiraba—. Jamás pensé que diría esto, pero lo haré con entusiasmo ¡Nos vamos a cazar chicas!