CAPITULO 2

2782 Words
Sofía no sabía qué hacer. Se había quedad dormida un par de veces en aquel incómodo sofá color ocre. No había visto tres estaciones pequeñas, lo que hacía un total de media hora. Cuando despierta de la segunda vez que se queda dormida, se fija que, en su mismo vagón, antes solitario, se encontraba un hombre que debía tener unos cincuenta años, con algunas canas en el cabello y moreno. Sus ojos marrones destacaban en su cara como dos luceros marrones del tamaño de tazones para el desayuno La joven no podía dejar de mirarle. Al ver que Sofía estaba despierta al fin y que no tenía pinta de volverse a quedar dormida, este señor que, estaba sentado a la otra punta del vagón, se acercó a ella y se sentó a su lado. Él la miró con la misma intensidad con la que ella le miraba a ella. _¿Tengo monos en la cara? –Preguntó Sofía. _¿No crees que eso lo debería preguntar yo?- Respondió el señor riéndose a carcajadas. – Soy Carlos Gutiérrez Fernández. – Le dijo ofreciéndole la mano. Sofía la aceptó y se presentó. _Sofía García. Parecía un hombre interesante. Había en él algo familiar, algo que llamaba con potencia su atención. Durante varios minutos permanecieron en silencio. ¿De qué hablan dos desconocidos en un tren? ¿De qué hablan dos personas que tienen una diferencia de edad de casi treinta años? Aun así, con todas estas dudas, ambos tenían ganas de entablar una conversación. A ninguno le apetecía quedarse aislado del resto de pasajeros durante aquel viaje. Sofía miraba constantemente por la ventana. Le gustaba disfrutar de los campos andaluces, del color que desprendían. _¿Qué es lo que hay tan interesante ahí fuera? –Preguntó Carlos intentando comenzar una conversación. _Campo, por ahora. Paisaje. Felicidad. _¿Felicidad? _Si. _¿Por qué? Es solo un paisaje, algo que cambia. _¿Y no te parece eso bonito, valioso? Todo cambia, nada se queda anclado. El tren nos lleva lejos de todo, nos regala un camino, un paseo, la alegría de dejar atrás lo conocido y aventurarse hacia lo desconocido. ¿Qué hay mejor que eso? _Lo que tienes como seguro. ¿Qué hay de bueno en las cosas que no conoces? _Que puedes descubrirlas. Puedes romper con lo que te daña. Carlos sonrió. Su respuesta le impresionó. Eso de “romper con lo que daña” le causó curiosidad, pero no podía preguntarle qué se escondía tras eso. La conversación quedó en ese punto. Sofía quería entablar conversación, pero le costaba horrores entablar conversación con desconocidos. Además, había algo en ese hombre que no terminaba de darle confianza. Era extraño, porque no parecía un mal hombre y una parte de ella le pedía que se olvidara de esas cosas, que no sucedía nada. Carlos se reía. Veía a Sofía en un dilema, aunque no conseguía adivinar que era por él. Seguía los ojos de la joven, que a ratos estaba en el techo del vagón, a ratos en la mesa de al lado de su asiento, a ratos en el cambiante paisaje. _Tengo una baraja de cartas en mi equipaje de mano, ahí arriba, encima de mi asiento. ¿Te apetece jugar? _No sé jugar a nada. Me temo que no seré buena compañera. En esta ocasión, al menos. _Te puedo enseñar, si quieres. Sofía sonrió, asintiendo con la cabeza. Pasaron algo más de noventa minutos entre juegos de naipes. _Tengo algo que preguntarte, algo que me mata de curiosidad. – Decía Carlos. –Es algo que me has dicho al poco de sentarme contigo. _Dime. Si está en mi mano, responderé. _¿Tienes necesidad de romper con tu pasado? _Si, algo así. _¿Por qué? _Por muchas cosas. Necesitaba un cambio de aires. _¿Tan mala era tu vida? _Se ha complicado mucho en los últimos tiempos. –Decía con ojos llorosos. _¿Me quieres contar lo que te sucede? _Lo último ha sido el fallecimiento de mi abuela. Le di demasiados disgustos. _Creo que lo correcto será callarme. Algo me dice que estoy metiéndome en asuntos un poco delicados. Silencio. Algo más de cien kilómetros en silencio. Carlos no sabía cómo entablar una conversación que durara más de cinco minutos, que no se cortara enseguida o que resultara incómoda. Las cartas terminaron repartidas por toda la mesa, Carlos y Sofía mirándose sin dirigirse la palabra y de fondo, el traqueteo de las ruedas. El revisor pasó. Era la primera vez que la chica de Madrid le veía en todo el camino, al igual que su compañero. Les enseñaron sus pases. Para su sorpresa, Carlos también llevaba las mismas pulseras que ella. También su viaje sería largo. _Disculpe. – Se dirigió Carlos al revisor. - ¿Se puede fumar en estos vagones? Voy teniendo un poco de ganas de encenderme un cigarrillo. _En este vagón sí. –Respondió el empleado de la empresa ferroviaria. – También en el anterior y el siguiente a este. Únicamente en estos tres están permitido. Carlos sonrió encendiéndose un cigarro, dejando la pitillera encima de la mesa que separaba los asientos de este vagón de dos en dos, agrupándolos en grupos de cuatro alrededores de dicho tablero.   El revisor se marchó, volviendo diez minutos más tarde con un cenicero en las manos. El humo empezó a impregnar toda la estancia, haciendo que Sofía empezara a toser. _¿Te molesta el humo? _Un poco. Hace muchísimo que no fumo. Desde entonces me molesta un poco. _Si quieres lo puedo apagar. _No pasa nada, no te preocupes. Como te he dicho, he sido fumadora. Puedo soportar un poco de humo. –Sonrió. _El tabaco no es tan malo. - Sofía asintió con una sonrisa que resultó forzada. – Pareces tensa. –Continuó Carlos hablando, quedándose un poco pensativo. - ¿En qué piensas? _No solo fumé tabaco. El hombre quedó en silencio. No hacía falta que le diera más explicaciones que aquella. Carlos le dio una calada al tabaco, y después a otra. El tabaco se consumía con rapidez. Su olor era fuerte, seco. _Preguntas mucho. – Dijo Sofía. – Aún no hemos comido y ya sabes cosas mías, personales.  No es propio hacer estas preguntas a alguien que acabas de conocer. _Soy una persona transparente, no escondo nada. Soy lo que ves. Sofía le contesta con una sonrisa. ¿Por qué contesta con esas palabras? Si le pregunta, se la contestaría, pero, ¿puede fiarse de la respuesta? Hay algo en esa corta frase que hacía que invocaba a su desconfianza. La tarde iba llegando. Sofía empezaba a sentir ganas de comer. Recordó que a unos cuantos vagones de distancia se encontraba el restaurante. _Voy a comer. –Dijo Sofía a su compañero, el cual respondió asintiendo con la cabeza y sacando un nuevo cigarrillo de la pitillera negra donde lo guardaba. _Aprovecharé para fumar un poco y no molestarte tanto. Se sonrieron cortésmente. Carlos saboreaba aquel cigarro mientras pensaba en aquella chica que se dirigía a comer. Era una chica desconfiada, sí, pero también parecía tener buen corazón. Lista y astuta, pero con mal humor. Le recordaba a él a su edad. Aunque, claro, su humor era bastante peor y sus intenciones para los que le rodeaban, no eran precisamente buenas. Sofía no tardó mucho tiempo en regresar al vagón. Llevaba en una de sus manos dos bocadillos, que era lo que se dejaba sacar del restaurante. En la otra llevaba dos refrescos. _Son de atún. –Señaló la joven madrileña. – Hubiera traído algo con más consistencia, pero me temo que esto y estas latas de cola. Espero haber elegido bien y que te guste. Carlos se quedó sorprendido. Pensaba que le apetecería algo caliente, algo que llenara más el estómago. Lo que no podía imaginarse era que le trajera algo de comer, que eligiera algo pensando en él. Sonrió cogiendo el bocadillo, siendo él el primero en darle el primer bocado. _Has acertado en la elección. Nunca hubiera imaginado que me traerías algo. Tienes un carácter… _Extraño. Lo sé. Es malo, agrio, volátil, muy extraño. _Cuando has ido al restaurante, he recordado cómo era yo de joven. No era muy diferente al tuyo. Aunque yo nunca te hubiera traído la comida. – Sonrió. Carlos empezó a contarle cómo era su forma de ser cuando era joven. Había sido un chico rebelde, de buena familia, pero al que no le gustaba cumplir con las normas que se le imponía desde ella. Si sus padres y hermanos decían que tenían que ir por un camino, más hacía él por otro lado. Muy pronto se cansó de el ambiente que le rodeaba, lo que le impulsó a huir de su casa. Fue de trabajo en trabajo durante un tiempo, a cada cual más duro. Pronto las tinieblas hicieron que su corazón se endureciera. Odió a todo aquel que se le acercara, a todo el que osara estar a menos de cinco metros de él. Decidió volver a estudiar hasta llegar a la universidad. Para esto, robó, atracó t usó violencia siempre que lo creyó necesario. Con el tiempo, la oscuridad que se cernía sobre su alma se fue despejando. Quizás fuera por la distancia que existía entre su familia y él o entender el dolor que había hecho pasar a tantas personas con los actos cometidos hasta entonces. Casi murió al ser asaltado a la salida de su trabajo. Esto hizo que todo volviera a su lugar en su corazón. Historia resumida fue la que le contó Carlos a Sofía. Entonces, solo entonces, fue cuando la joven madrileña empezó a abrirse, a sentirse algo más confiada. Tenía la intención de indagar más en el pasado de aquel que la acompañaba, de tener más información de él. Para empezar, quería saber a dónde iba. Tras la breve conversación de la comida, se quedaron dormidos. Sofía empezó a abrir los ojos viendo a Carlos mirarla fijamente. _¿A dónde vas?- Le preguntó con total descaro. _No preguntes cosas que no quieres saber. La joven madrileña tenía necesidad de moverse, de estirar las piernas. Creía que, con lo que le gustaban los trenes, aquello iba a ser coser y cantar, pero estar sentada tanto tiempo hacía que se sintiera más cansada de lo que se imaginaba. Se paseó por todo el tren y después volvió a su sitio. _¿Has visto a mucha gente sentada por aquí?- Preguntó Carlos. _Parece que el tren va vacío. Apenas hay personal.  Y pasajeros aún menos. Tenemos todo el tren para nosotros solos. _Eso es agradable. - Sonrió Carlos con picardía, quedándose un poco pensativo. – Así puedo…hacerte preguntas un poco incómoda con mis preguntas sin sentirme muy mal por eso. _Quién te dice que yo te voy a responder. _Nadie. Pero soy libre de hacerlas. Tengo la extraña afición de hacer sentir incómoda a las personas. Es algo que me encanta. _Puedes intentarlo. Venga, te reto a que lo hagas. Carlos sonrió. Aquella chica parecía haberse despertado más confiada, más segura de sí misma y, eso, le gustaba. _Cuéntame algo sobre tu abuela. A Sofía no le gustó la pregunta y, realmente le hizo sentirse un poco incómoda, pero no iba a permitir satisfacer las aficiones de otras personas. _Mi abuela Antonia era una mujer extraordinaria. Muy fuerte. Hace dos años que falleció. Crecí con ella. Mis padres murieron cuando yo era muy pequeña y desde entonces ella fue quien se hizo cargo de mí. _Parece que querías a esa mujer muchísima. _Es normal, era mi abuela. ¿Tú no estás unido a nadie? _Lo estaba. Ya no. _Qué misterioso… Supongo que no debo preguntar demasiado. _No tengo hijos y soy viudo. Vamos a quedar las cosas así. Se quedaron en silencio por un momento. La situación se había vuelto un poco tensa. A la joven madrileña no le hubiera gustado levantar malos recuerdos, pero por otro lado le gustaba saber que le había hecho lo que él pretendía causarle. _Conseguiré que me cuentes todos aquellos recuerdos que no te gustan. Los papeles van a cambiar de hoy en adelante, ya lo veras. –Señaló Sofía. La noche fue llegando, cubriendo las vías, al tren en la más intensa oscuridad. El personal encendió las luces de los vagones de pasajeros y de los pasillos de la zona de habitaciones. A través de la megafonía sonó un mensaje. “En media hora cerrará el vagón restaurante. Todos aquellos pasajeros que aún no hayan cenado y quieran saciar su hambre, pueden acudir a este lugar. Agradecemos su paciencia y comprensión. Les deseamos una buena noche de descanso.” Carlos se levantó, se acercó a Sofía, sentada enfrente suya. Le extendió la mano. Quería que le acompañara. Habían comido unos bocadillos y le apetecía algo caliente. Sobre todo, no le apetecía nada cenar solo. Nunca le gustó estar en la mesa sin nadie. Las buenas conversaciones alrededor de los alimentos le alimentaban aún más que lo que comía. Ella cogió su mano y le siguió. Nadie había por ningún lado. Lógico. Pensaron los dos. Ya era tarde, bastante tarde. La noche había entrado rápidamente. Los pasajeros estarían acostados o en algún vagón al otro lado del bar-restaurante. Carlos tomó el control. Pidió sopa para los dos y algo de fruta recién batida. Por la noche no es bueno comer en exceso. Un camarero, el único que había detrás de la barra, les sirvió en la mesa. Como en el vagón donde habían pasado todo el día, se sentaron uno frente al otro, por lo que el empleado estuvo bastante cómodo a la hora de servir. Sofía apenas probó la sopa. Carlos no sabía si esto le gustaba o no. Había elegido aquel menú especialmente para ella. Las chicas jóvenes siempre cuidaban lo que comían y más en la noche. Sin embargo, de la fruta no quedó nada. _Lo siento. –Dijo la joven madrileña al ver que Carlos miraba el plato lleno que había dejado. – La sopa de sobre no me gusta mucho. Además, -señaló sonriendo- por las noches hay que cuidar mucho lo que se come. Pasada la media noche, Sofía se despidió de Carlos y se dirigió a su vagón-cama. A partir de cierta hora le resulta difícil mantener los ojos abiertos y no le gusta demasiado que alguien la observe mientras duerme. Rebuscó entre su ropa el pijama, la camiseta de tirantes y las calzonas cortas con las que siempre dormía. Había cogido cuatro de estos conjuntos para dormir. Se volvió loca buscándolos. Si bien había estado colocando la ropa cuando subió al tren, aún le quedaba algunas prendas sin sacar. Cuando al fin las encontró, se cambió, cogió el peluche de Doraemon del que nunca se separaba y se metió en la cama. Miraba el techo. Miraba por la ventana. Los campos estaban preciosos por la noche, aunque apenas conseguía distinguir nada. No había mucha luz fuera del tren. El cielo se veía muy bien, eso sí. Las estrellas y la luna lucían hermosas. Eran reconfortantes. De vez en cuando miraba el reloj que había dejado anteriormente en la mesilla de noche. Las horas pasaban deprisa y, ella seguía despierta. Hasta en las peores ocasiones ha dormido bien, del tirón. Si le entraba sueño, ella dormía. Pero en esos momentos, no. No era capaz de ir a los mundos de Morfeo. Desde hacía algún tiempo, estaba teniendo pesadillas. Casi cada noche soñaba con alguna mala cosa que le alteraba el alma. Por este motivo, en ocasiones como esta en los que estaba viajando, agradecía no dormir. Sin esto, no tendría estas malas visiones. Pasa la noche. Solo se podía escuchar el traqueteo del tren sobre las vías. Carlos se había quedado dormido sentado en el mismo lugar, en la misma posición en el que la joven madrileña le había quedado la noche anterior. Sofía pasó de largo. Quería café. El sol le había sorprendido demasiado pronto aquel día. La noche se le había hecho corta y larga a la vez. Era una sensación que no desconocía, aunque no le agradaba en exceso. Le resultaba incómodo sentir ese desfase temporal. Hasta que no conseguía beber un buen café solo, sin azúcar ni leche no se sentía persona. Cogió dos vasos repletos de ese delicioso brebaje levantamuertos. El suyo, como le gustaba. Con el de Carlos, tubo cuidado en llevarle un poco de leche y sobres de azúcar aparte, por si le gustaba con alguna de las dos cosas o con las dos. Nada más dejar los vasos en la mesa, Carlos despertó. Con una sonrisa agradeció este detalle.
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