_Te propongo algo. – Dijo Carlos tras una mañana en silencio completo entre Sofía y él. – Vamos a conocernos un poco mejor, los dos.
_¿Ya quieres que esté incómoda?
_No, no es eso. Me parece que en este vagón no va a haber mucha gente y vamos para largo. Me aburro y creo que esta sería una buena manera de pasar las horas muertas.
Sofía se quedó callada. Miraba por la ventana, sin contestarle. ¿Qué le importaría a él lo que hubiera pasado en su vida?
El tren hizo su cuarta parada después de la hora de la comida. La primera en la que pasarían en pueblo ciudad más de cinco minutos para coger y dejar pasajeros.
Carlos y Sofía bajaron del tren. Estarían en esta estación durante algo más de cuatro horas. Muy bien no dieron los detalles por la megafonía, pero ambos supusieron que era por cambio del personal, por lavar la ropa de los camarotes o de los mismos clientes.
Los dos viajeros decidieron ir a ver dónde podían lavar la ropa del día anterior. No sabían cuándo iban a volver a tener esa oportunidad, si iba a ser en días o semanas. Por lo tanto, debían aprovechar la ocasión.
A tres calles de allí había una lavandería que no estaba mal de precio. Se lo aseguraron en la estación. Tras esto y llevar todo de regreso al tren, decidieron ir a dar un paseo por el lugar.
En el pueblo parecía haber alguna fiesta patronal. Todo el pueblo parecía estar muy involucrado en los preparativos. Bueno, no es que el lugar fuera muy grande. No había muchos habitantes.
Todos estaban adornando las calles con cenefas de colores, con flores y plantas de todos los tamaños. Había un escenario en la plaza donde por la noche tocaría algún grupo que alegraría las fiestas.
Terminaron sentándose en la terraza de un bar, del único que había en el pueblo. Carlos pidió dos cervezas, una para él y otro para la joven que le acompañaba.
_Malditos pueblos en los que si no había fiestas están en silencio. –Anotó Carlos.
_El silencio está bien. Es tranquilo, aburrido. No hay nada de lo que preocuparse cuando no hay que oír cosas.
_Siempre hay algo que escuchar. Otra cosa es que no queramos. Mira este pueblo. ¿A cuántas personas hemos visto aquí? Están en fiestas. ¿Crees que hay más habitantes aquí en un miércoles cualquiera de febrero? ¿Cómo será sus vidas en el día a día? ¿Piensas que no habrá gente que se lleve mal entre ellos?
Sofía decidió callar. Algo personal tenía que tener contra los pueblos. Probablemente de joven o de niño hubiese vivido en uno o algo por el estilo. Algo le tuvo que pasar en uno, seguro. Si no, no daría esas razones para no gustarle. Diría que son muy aburridos o que prefiere las comodidades de la ciudad, que se siente más cómodo rodeado de muchas personas, …
Poco después de aquello decidieron volver al tren. Con sus maletas llenas ya de ropa limpia en las manos, se pusieron en marcha. El medio de transporte elegido por estas dos personas aún tardaría un buen rato en salir de la estación, pero el ambiente se había vuelto un poco tenso y el miedo a que este se marchara, pusieron el camino bajo sus pies para volver a su viaje.
Se sentaron en el vagón que compartían. Tanto Sofía como Carlos se comparten el silencio. La noche cayó sin más. La oscuridad envolvió los vagones mientras estos salían de la estación.
A la una y media de la madrugada, Carlos decidió romper con aquellas horas tan incómodas.
_No sabes el miedo que me da volar.
_Por esto está aquí. Ya imaginaba que era por algo así. Lo que no me has contado es en qué trabajas.
_Soy contable. Regento una gestoría que lleva la contabilidad de algo más de doscientas empresas de todo el país. También llevamos las relaciones públicas de algunos negocios que van creciendo a gran velocidad. Por esto voy de camino a Berlín.
_Ya tiene que ser grande la empresa a la que representas para que tengas que ir tan lejos.
_Lo suficiente, supongo. Ya va siendo hora de que encuentre a personal propio para las tareas que mi empresa ofrece, pero supongo que a su dueño le es más cómodo así. –Se encogió de hombros. – Por mí estupendo. Más ingresos tengo.
Sofía sonrió.
El intento de Calos crear una conversación duradera fue inútil. Sofía se negaba a seguirle la corriente.
_Bueno, creo que es hora de ir a dormir. Se me están empezando a cerrar los ojos solos.
Sin más, la joven se levantó y se encanó hacia su vagón-cama.
_¡Sofía! – Carlos le llamó la atención antes que esta saliera por la puerta. - ¿Por qué siempre esquivas mis preguntas? No te abres.
_Me gusta conservar mi intimidad. Es todo.
_Deberías abrirte algo más, no guardarte todas esas cosas que parece que llevas dentro.
_Si, sé que es cierto lo que dices, que me vendría bien hablar con alguien que no sea de mi círculo habitual, pe eso no quiere decir que sea con un completo desconocido. Créeme cuando te digo que, para lo que suelo ser yo, contigo he cogido más confianza y más rápido que con muchas personas.
_Vuelve, siéntate conmigo de nuevo y cuéntame algo más.
_Aún queda muchos kilómetros hasta Berlín. – Contestó a la proposición de su acompañante con una sonrisa en los labios.
Sofía se encerró en el vagón-cama.
El traqueteo del tren la relajaba y la ponía nerviosa a partes iguales.
Miraba por la ventana. Todo estaba oscuro. Apenas se veía extraño. No parecía ser una noche como otras. No había nada que saliera de lo normal en ella, por lo que no pretendía prestarle atención.
Intentó dormirse.
¿Por qué sentiría aquello de la noche?
Miró por la ventana. El cielo parecía más azul y el paisaje parecía ir muy rápido y muy lento a la vez.
Miró al techo. Intentó con más fuerza quedarse dormida.
Cuando al final lo consiguió, empezó a tener pesadillas.
Pocas veces conseguía recordar lo que soñaba, lo que había en su subconsciente, pero la sensación le acompañaba desde que sentía que estaba en ese extraño mundo que vivía dentro de ella.
Estuvo gritando durante horas. Como los dormitorios estaban insonorizados, nadie podía escucharle.
Carlos se quedó dormido en el sofá del vagón donde compartía localidad con Sofía. Nuca le gustó aislarse. Sentía miedo de hacerlo.
De pequeño tuvo un incidente con su madre. Ambos estaban en la cocina, preparando la cena para su padre.
Él no tenía más de cinco años por lo que no le estaba permitido acercarse demasiado a los fogones o a cuchillos. Normalmente estaba vigilado. Siempre había alguien que no le quitaba los ojos de encima.
Ese día, un despiste de su madre pudo suponer un gran disgusto para la familia.
Mientras la señora de la casa estaba terminando de poner la mesa del salón, Carlos se quedó solo en la cocina.
La puerta que separaba esta estancia del resto de la casa tenía algunos problemas. En cuanto esta tocaba el marco, el pomo se quedaba fijo y después era muy difícil de abrir.
Aunque esta señora tenía mucho cuidado de que esto no sucediera, ese día estaba destinado a que esto ocurriera, dando como resultada que Carlos se quedara encerrado.
Estando solo y siendo un pequeño demonio, Empezó a jugar con todo lo que había a su alrededor, dando a lugar que una ensaladera de cristal que su madre había colocado en la encimera, se le cayera al niño en la cabeza, abriéndole una herida.
Le tuvieron que dar nueve puntos y quedarle cuatro días ingresado.
Desde ese día no le gusta encerrarse en un compartimento. No es que le tuviera que pasar nada ni quería que nadie le rescatara si algo sucediera, simplemente se sentía mejor estando en un lugar en el que más gente tuviera acceso.
La mañana llegó.
Sofía tenía muy mal cuerpo. Sabía bien que había estado teniendo pesadillas. Esa sensación tan característica ese hormigueo que le recorría el cuerpo no la abandonaba le decía que algo había sucedido la noche anterior, algo que estaba dentro de ella y que no conseguía traer a su memoria.
_¿Siempre duermes en un triste sofá?-Preguntó Sofía con dos vasos de café en las manos, sentándose frente a Carlos.
Él respondió con una sonrisa.
_Quizás deberías convencerme para ir a dormir. Lo que sucede es que no me gusta hacerlo solo. Prefiero pasar las noches con alguna joven dama. – Intentó incomodarla.
_Mira tú que curioso. A mí también me gustan los hombres más mayores que yo.
Carlos cogió el vaso que intuía que era para él y le dio un sorbo.
_Pareces más relajada hoy.
_Bueno, sí, supongo.
Sofía cogió aliento, tragó saliva y le contó lo de sus pesadillas, lo que recordaba, lo que le sucedía con ellas.
Carlos se echó a reír a carcajada limpia.
_Es normal no acordarse de los sueños. Estos son una forma que tiene el subconsciente de liberar tensión, pero no hay necesidad de que tu forma consciente se entere. Es todo.
_No me sientan bien. Me hacen tener un ánimo, un mal cuerpo, que no sé explicar. Lo curioso es que, si recuerdo algunas clases de pesadillas, pero otras no. Lo peor es que tengo la sensación que las que olvido son importantes…
_Todas lo son. De una forma u otra te avisan de algo. No hace falta recordar todo. Te volverías loca si lo hicieras.
Sofía sonrió. Suspiró de nuevo.
Tras tomar el café del desayuno, volvió a su habitación y cogió un libro que llevaba tiempo queriendo volver a leer. “El masesninato de Roger Ackoyd” era uno de sus libros favoritos y llevaba tiempo queriendo retomar su lectura. Y, los viajes largos, son ideales para retomar lo abandonado.
Se sentó de nuevo con Carlos.
_Por lo que veo, te gusta Agatha Cristie.
_Me gustan todos los libros de este estilo, pero ella, me hace sentir muy bien. Sus historias, su forma de escribir, me trasporta a otro tiempo, a otro lugar. Cuando leo sus páginas, yo ya no soy yo, soy sus personajes. Eso me encanta.
Sofía se metió por completo en las páginas de aquel libro.
A la hora de la comida, fue Carlos quien se acercó a la cafetería a por la comida. Veía a su joven amiga demasiado absorbida por el libro. No se acordaba de comer.
Después de la comer, Sofía se quedó dormida.