Una novia con mala suerte

2399 Words
➷ Samara Carlsen ➶ Ante mi asombro evidente, mi prima lo nota y me recuerda que es tiempo de lanzar el ramo. Valencia me aparta de Denver y su amigo, conduciéndome a la pequeña tarima, pero mi mente está en otra parte. Solo pienso en que él ha regresado después de tantos años. Esto no debe afectarme, no hoy. Así que aprieto el ramo y camino sola recordando mi plan. —Me siento muy mal por Rino, no le tocó la mejor esposa —comenta Angelina Duke a mi lado, al verme sola. Entiendo por qué ella se siente mal, es que ella es la eterna enamorada de Rino—. Todo el mundo sabe que no lo quieres, eres una caprichosa… —Quizás yo sea el capricho y él es el caprichoso —digo con altanería. Generalmente, evito sus provocaciones, como cuando me enviaba fotografías de ella y Rino cenando, pero está será mi noche inolvidable. Angelina y Rino son más que conocidos, ella es una socialité. Le dije a Eloise de mis sospechas, pero a la esposa de mi tío le molestó mucho más que yo quisiera cancelar sus planes de boda. —Si me disculpas, tengo un ramo que lanzar. —Adelante. Debo dejar que las plebeyas se diviertan un poco —me señala la pequeña tarima y provoca la risa de sus amigas. Angelina también tiene un gran complejo de superioridad porque su hermana se comprometió con un duque de verdad. En unos pocos pasos subo a la tarima y le doy la espalda al público femenino. Hago el conteo regresivo y lanzo el ramo hacia atrás; los gritos de las mujeres se levantan por encima de la pequeña orquesta que toca en el extremo derecho del salón. Giro para ver el viaje del ramo que pasa sobre el montón de mujeres, quienes retroceden a la vez que las flores van hacia atrás. Las manos de Valencia se levantan en el aire, a punto de agarrarlo, sin embargo, el ramo sigue hacia atrás hasta caer en las manos menos esperadas. Una carcajada sale de mis labios cuando Denver mira las flores en sus manos y a las mujeres que le hacen ojitos como si esperaran que él se las diera y con ello se comprometieran. Él mira hacia su izquierda y se encuentra con la mirada esquiva de mi prima, quien ladea la cabeza y se pierde en el pasillo hacia el jardín. Denver le pone el ramo a Brendan en las manos y se va, dejando a su amigo con el montón de solteras hambrientas; ellas por poco se le tiran encima, así que él les lanza el ramo y sale despavorido como si temiera que lo siguieran sus nuevas fans. Al menos esto me ha sacado unas cuantas carcajadas, mismas que se desvanecen al ver al guardaespaldas del padre de Rino acercarse. Mis suegros han estado alejados, si no fuera por sus sonrisas la gente se daría cuenta que les da igual esta boda. No me pasa desapercibido su desinterés, al fin y al cabo, soy un capricho de Rino al que todos, incluyendo mi tío, decidieron ceder. —Señora, el señor Rino me ha pedido que la lleve al aeropuerto y él nos alcanzará en media —explica el hombre con cuerpo de luchador. No soy capaz de sonreír, mi ritmo cardiaco aumenta igual que el miedo. Se suponía que tenía más tiempo para escapar. Porque ese es mi plan. Fuerzo una sonrisa y bajo de la tarima para caminar de prisa hasta llegar a la habitación en donde me preparé hoy. —¿Puede esperar en el estacionamiento? —le pido al guardaespaldas. —Esperaré aquí, señora Blossom. —Estoy segura de que a Rino no le gustará que me desobedezcas. No iré a ningún lado, espere en el estacionamiento. —Pongo la mano en la puerta de la habitación esperando a que él acceda—. Llamaré a Rino. —Con su permiso, señora Blossom. Reprimo una sonrisa victoriosa por lograr que se fuera y un resoplido al escucharlo llámarme por ese apellido al que he sido obligada a permanecer. Pero yo no pertenezco a los Blossom, ni siquiera a los Carlsen, desde que mamá murió y me dejó con su hermano, siento que no pertenezco a ningún sitio. Cierro la puerta y me acerco de prisa al tocador. Tengo el plan para salir de aquí, si esperé tanto es debido a que Eloise me tenía vigilada, ella tenía miedo que yo rompiera el compromiso o cometiera una locura; además, esta es la mejor forma de castigar a Rino: con la prensa, él ama su imagen de Don perfecto, una mentira. Saco una peluca castaña y ondulada del cajón, organizo mi cabello rubio en una coleta ajustada y me pongo la peluca. Sigo con los lentes de contacto marrones, cuando estoy por quitar mi vestido escucho pasos y voces en el pasillo. —¡Necesito hablar contigo, Rino! —exclama Angelina con tono molesto. —Ahora no. Espera a que regrese de mi luna de miel… —Imbécil. ¡¿Por qué te casaste con ella?! —Puedo imaginar su rostro enojado—. ¡Ella no te quiere! Escucho un fuerte golpe contra la puerta, Rino es muy agresivo si se enoja, me da pena por Angelina. —¡No me hagas enfadar! Corro hacia el segundo cuarto, aprovecho para sacar la falda de princesa del vestido. La esposa de mi tío quería una boda tan perfecta que insistió en que un diseñador de Gosse hiciera el vestido de doble uso, por lo que al quitar la falda princesa, queda una más pegada al cuerpo, hasta las rodillas. Me pongo un abrigo y con mi bolso salgo por el pasillo hasta llegar a la parte trasera. —Aquí vamos, Samara… —me digo mirando a los guardias que debo esquivar. ___________ ♘ Aidan Wright ♘ Otra vez en Londres y me sigue pareciendo innecesario regresar, no estaría aquí, sino fuera por la insistencia de mi abuelo, asegurando que debe decirme algo importante. He tomado un vuelo de última hora para llegar a este encuentro y él se da el gusto de hacerme esperar. No tenía planeado volver a la ciudad por ahora, pese a que llevo cuatro años fuera con diminutas visitas esporádicas a las que la familia me obliga a asistir. Estoy a punto de abandonar el abarrotado restaurante cuando veo ingresar al perro fiel de mi abuelo y unos pasos más atrás él. No sé sabe cuál es el guardaespaldas. A medida que avanza me analiza con esos ojos de zorro crítico. Enzo Wright fue mi héroe y mi modelo a seguir por el lobo que ha sido en los negocios, no le gusta ganar, él adora ganar. Hoy, más que mi héroe, es mi villano. Uno que todavía respeto. —Media hora tarde. Disculpa mi grosería, pero tenía un asunto pendiente… —dice, tomando asiento y entregando su bastón a Astor. —Vamos al grano, ya que me has hecho perder tiempo —digo y tomo del líquido de mi copa, que no había probado. Mi abuelo frunce su ceño haciendo así que sus cejas grises y gruesas se mezclen con las arrugas de su viejo rostro. Ya no tiene juventud alguna, pero la edad no le ha quitado el carácter. —Deberías preguntar cómo está tu abuelo, Aidan. —¿Cómo estás, abuelo? Te adelanto que yo estoy bien. —Ya veo. Supongo que la actitud despectiva es porque te he obligado a volver a la ciudad… —Ahora se le curva una sonrisa en los labios bajo el bigote—. Pensé que ya lo habías superado… Otro dato sobre el viejo Enzo, es que cree saberlo todo. —Tengo que tomar otro vuelo en dos horas. —¿No te quedas a visitar a la familia? —No, abuelo. Sabes que estoy aquí por la empresa. Dijiste que era algo importante, ¿me darás el mando a mí? —¿Por qué debería? Tú no eres el hermano mayor. —Porque prometiste dármela si impulsaba la sucursal extranjera. Además, soy el más capacitado y el único de mis hermanos que quiere asumir el cargo. —Tienes razón. Has hecho todo lo que te he pedido con el negocio, pero no contigo. —Mira mis manos, lo que me hace ver por donde va la cosa, su maldita obsesión con el compromiso: la tradición familiar, todos los Wright deben casarse antes de los treinta—. No quiero cuestionarte, Aidan, pero necesito que seas más accesible. Me enteré que despediste a tu asistente número 26, ¿qué hizo?, ¿confundió una entrega? —Era un bueno para nada. —Deja de despedir a diestra y siniestra. Necesitamos mantener a los mismos empleados, la empresa está en crisis. Entorno mis ojos hacia él, luce serio al hacer tal confesión. —¿Desde cuándo? —Eso es lo de menos. Estoy seguro que esto es algo que causó alguien dentro de la empresa. También sé que, al contrario de tus hermanos, eres el candidato perfecto para asumir el cargo en medio de esta crisis, pero… —¿Cuál es la condición? —Sabes que si te doy el cargo de la empresa debes quedarte en la ciudad, ¿verdad? —Me analiza hasta que asiento—. Eso significa que estás dispuesto a hacer tu pasado a un lado. —No es tu asunto. —Claro que es mi asunto, sabes que soy un viejo muy entrometido. Si no le hicieras tanto caso a tu madre, quizás entenderías muchas cosas. Mi abuelo guarda silencio y sonríe cuando nota que ignoro sus palabras. No voy a hablar de un tema que es pasado. Junto a nosotros pasa un grupo de tres chicas sonrientes mientras hablan con euforia de un matrimonio, lo que me revuelve el estómago. —¡Se casa nuestro sexy Blossom! —exclama dos de ellas. Mi abuelo me mira con una sonrisa. —Quiero que te comprometas, Aidan —me dice serio, como no me intimida, niego con la cabeza. —Sabes cuál es mi respuesta, abuelo. —Voy a darle a cada quien lo que le pertenece. Sé lo mucho que te enorgullece nuestro imperio de joyería. A ti te daré el cargo, si te casas, necesitamos una nueva mujer en esta familia. —Pues, pídeselo a Denver… —Tu hermano no cuenta. Ni siquiera desea la empresa. —No me casaré, abuelo. Astor se acerca a decirle algo al oído a mi abuelo, él asiente y se levanta. —Tienes tres días, solo tres días. —Vuelve a sujetar su bastón mientras habla. Las chicas de antes vuelven a pasar por nuestra mesa con el mismo parloteo—. Deberías asistir a la boda, recuerda que fuimos muy cercanos a la familia de la novia. Mi mirada se vuelve dura y él sonríe. —Todo depende de ti, Aidan. Un compromiso y tendrás todo. ¡Ah! Saluda a la novia de mi parte, está más hermosa que cuando la dejaste. Él se retira, quedo más enojado que cuando llegó. No me sorprende nada de Enzo Wright, él siempre ha sido el que maneja la vida de todos. No a mí. Miro la tarjeta de la boda que ha dejado en la mesa y ladeo la cabeza. La última mujer que deseo ver es a Samara Carlsen. _______________ Samara Carlsen Me fui, esta es la mejor forma de enojar a Rino. Vislumbro el sólido hotel con estilo victoriano en el que debo alojarme por ahora, sonrío con ánimos, aun en contra del cansancio. Solo deseo descansar y deshacerme de los tacones que me torturan. Entro al lugar mirando a los lados, nadie me ha seguido desde que tomé el único auto abierto de la boda y hui. Tuve que abandonar el coche, pero lo importante es que ya estoy a un paso de mi libertad. Envío un mensaje a Stella, es mi única amiga y quien sabe lo que hago. Me reservó una habitación en este lugar. —Oh, otra vez usted por aquí, señor… —dice el recepcionista a un hombre alto. Está de espaldas a mí. —Perdí mi vuelo, necesito una habitación —responde el sujeto. No sé si es lo grave de su voz, pero mis nervios se vuelven latentes. —Ya no tenemos más habitaciones disponibles, señor. —Este es el hotel más cercano al aeropuerto, pagaré el doble. —Bueno. Tenemos una habitación reservada, pero el huésped no ha llegado, así que… —Buenas noches, tengo una habitación reservada aquí —digo de prisa. No vaya a ser que esté hablando de mi habitación—. De parte de Stella Conelly. —Ah, ya veo —me dice, luego mira al hombre frente a él que sigue de espaldas a mí—. Ya ha llegado la huésped. «Creí que la suerte no estaba de mi lado. Es el poder de la vela de la fortuna» pienso. Pido la llave, pero el señor me pide que le pague el hospedaje. —¿Qué?, ¿ella no pagó? —No. Ella dijo que usted pagaría en efectivo la noche. Fuerzo una sonrisa mientras rebusco en mi bolso, al menos he huido con dinero en efectivo. —Un momento, por favor… —le digo, al no hallar mi dinero. —Puedo pagar la habitación —dice el extraño a mi lado—. Tome. Él pasa una tarjeta negra con letras doradas, una maldita Black card. —Tome, señor. —Pongo mi dinero en efectivo sobre el mostrador. El recepcionista mira con pena mi dinero, percibo que el sujeto a mi lado frunce el ceño, lleva unos lentes negros. ¿Quién usa lentes de noche? —No es suficiente, señorita… Esto es la mitad. La voz del extraño vuelve a pronunciarse y el nerviosismo me roza, siento que he escuchado esa voz antes. —Puedo pagar la habitación. —Se quita los lentes negros y cuando su cuerpo envuelto en el perfecto traje se gira hacia mí, reconozco esos ojos verdes y el corazón se me baja al estómago. Me congelo. Es… Aidan Wright. —Tengo una idea —avisa el recepcionista—. Compartan habitación esta noche. Vuelvo a palidecer ante la propuesta. Definitivamente, las velas de la fortuna no funcionan porque no es mi noche de suerte.
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