Capítulo 12. Entre montañas y silencios. El aroma del café me provocó una arcada repentina. Tuve que apoyarme en la mesa para no perder el equilibrio. La enfermera del turno, una mujer amable de acento extranjero se acercó a mi alarmada. -- ¿Se encuentra bien, señorita Marchand? – -- Ahora lo estoy, es solo que sentí un extraño mareo – Me trajo un vaso con agua y me pidió que me sentara para beberlo, tomó mi muñeca con sus dedos y me imagino que comienza a revisar mi pulso. No quise insistir en decirle que estaba bien, porque sabía que no era así. Horas después, mientras acompañaba a papá a su consulta, uno de los médicos me observó con atención. -- ¿Está segura de que no desea que la revisemos también, señorita Marchand? – me preguntó con tono amable. -- Se le ve algo pálida, y

