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453 Words
a Francesco Todos somos el desecho parcial o total de alguien. 1 Podías tocar el arpa en sus salientes costillas. Tal vez hubieras tropezado en alguna arruga de piel, un grumo, una excrecencia. Después la fastidiosa sensación de encontrar la materia áspera pasaría en seguida. La piel lisa, que te imaginabas clara por ser delgada, te habría llevado velozmente desde el fino cuello hasta las orejas, blandas, lanuginosas, con el borde extremo quebrado por batallas: mordisquitos, costritas, rasgos sedosos y ásperos. Los móviles ojos eran saltones, por la delgadez de la larga nariz, que exhalaba humedad por las ventanas, listas para calentar. Ahí está en lo alto, ahora lo ves, está de perfil y camina despacio, pero sin pausa: nervioso, impaciente. La columna vertebral es como una escala armónica. Puedes contarla con los ojos. No distingues del todo las piernas: delgadas como palillos, parecen moverse con impulsos consecutivos y te parecen una sola, única. Ahora se detiene, jurarías que es un perro macho, fácil de deshuesar, bastaría un cuchillo que corte bien, como los del pan, un perro todo costillas, orejas, cuello, un perro con cola estrecha, sin rizos. Arranca algo del montón y tira, como si fuera un trapo, un juego. Sigues mirando y ves que arranca otra vez y desgarra con sus blancos dientes. Hace jirones, agita, con manchas amarillas y el hocico pringado. Lo ves perro, pero lo concibes hombre. No es tanto la forma cuanto la predisposición más bien: ese buscar sin pausa aparente, silencioso y a solas. Te acercas despacio, para que no te oiga. Él se detiene y, sin siquiera mover los ojos, ha advertido tu presencia. Ha notado tu olor entre los demás. Es su naturaleza, que no cede, no sucumbe ni siquiera a esa disolución de ruinas y escombros, de desechos, restos y residuos que te rodea. El hambre sigue ahí. De nada ha servido la comida arrancada a la tierra, al montón indistinto, ni siquiera ha servido para llenar una porción de ese vientre talega. No ha servido para reajustar el olfato. Sigue centrado en la comida, sin distinguir las órdenes. No impone la necesidad de buscar refugio ni desencadena el instinto s****l. El perro se detiene y después vuelve a empezar: tira con más fuerza, parece un jirón de goma, vuelve a tirar, arranca un trozo, le hinca los dientes, lo traga y de nuevo, vuelta a empezar, se aferra a la base, hasta perder el equilibrio. Vuelve a ponerse en pie y mete el hocico en la bolsa de un verde ácido apenas desenterrada, una papilla gelatinosa que se extiende como una mancha y se extiende: líquido blanco y denso, trozos de algo, analogías animales, desechos, entrañas, grasa. Lo has llamado Nero.
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