Prólogo
Adriana
Hace 5 años…
No sabía cuánto podía cambiar mi vida una simple mañana de otoño.
El aire olía a libros nuevos y a oportunidades, y aunque muchos pensaban que yo tenía el camino hecho por ser una Ferrer, la verdad es que nada había sido fácil.
La gente suele creer que el dinero abre todas las puertas, pero en mi caso, solo me cerró las equivocadas.
En la universidad, todos asumían que estaba allí por capricho, que abrir mi agencia de eventos y diseño de interiores era un juego de niña rica, pero yo no quería heredar un legado, quería construir el mío.
Pasaba las tardes entre clases de arquitectura, diseño gráfico, café frío y planos que se mezclaban con mis sueños.
Mis manos siempre estaban manchadas de tinta o de pintura, y mis noches, llenas de ideas que me robaban el sueño.
No necesitaba nada más… o eso creí hasta que llegó Theo Montanari.
Él apareció en el campus como un cambio de estación, alto, de sonrisa contenida, con esa mirada cálida que parecía entender más de lo que decía.
Venía de una universidad pública, con una beca que había conseguido gracias a su talento en ingeniería informática.
Recuerdo que lo presentaron como el chico prodigio que había desarrollado una aplicación para optimizar recursos en empresas tecnológicas, yo apenas entendí lo que eso significaba, pero sí supe que, en el momento en que lo vi, algo dentro de mí se detuvo.
Theo no era como los demás, no necesitaba impresionar a nadie, y eso me desarmó por completo.
Nuestra amistad comenzó de la forma más natural posible, compartiendo un café en la biblioteca, riéndonos de nuestros profesores y de lo absurdo que era el mundo adulto, con él, las horas se desvanecían.
Hablábamos de todo, de mis sueños de abrir una agencia en Roma, de su deseo por crear algo que cambiara la forma en que la gente veía la tecnología, éramos dos mundos distintos, pero encajábamos a la perfección.
Y, sin darme cuenta, empecé a enamorarme.
De su forma de escuchar, de cómo siempre me miraba a los ojos cuando hablábamos, como si nada más existiera, de su forma de protegerme cuando alguien intentaba menospreciar mi trabajo, y de cómo su risa bastaba para hacerme olvidar cualquier problema.
Yo sabía que algo estaba creciendo entre nosotros, lo sentía en cada mirada que duraba un segundo más de lo necesario, en cada roce accidental que se quedaba en mi piel, hasta que ella llegó.
Isabella Ricci era dos años menor, tenía la sonrisa más dulce y las intenciones más oscuras que he visto en alguien.
Era hija de un pequeño comerciante y sabía usar su encanto como un arma, la primera vez que la vi, estaba flanqueada por un grupo de amigas que la seguían como si fuera una reina.
Y en cuanto conoció a Theo, lo decidió en un instante, lo quería para ella.
Yo lo noté, noté cómo sus ojos lo seguían, cómo se reía demasiado fuerte con sus bromas, cómo se acercaba a él con la excusa de pedirle ayuda con cualquier tontería.
Al principio, Theo parecía incómodo, pero con el tiempo, empezó a ceder, Isabella era experta en tejer telarañas y pronto, yo fui la primera que quedó atrapada.
Todo empezó con pequeños rumores.
Que yo hablaba mal de él, que estaba usando mi apellido para hacerme ver mejor, que me interesaba en Theo solo porque él se estaba volviendo “prometedor”.
Al principio, lo ignoré, pero cuando lo vi mirarme con desconfianza por primera vez, supe que algo se había roto.
Isabella no se conformó con alejarlo de mí, fue más allá.
Una noche, durante una fiesta universitaria, alguien, no supe quién en ese momento, me hizo llegar un mensaje: «“Theo te está buscando, ve al jardín detrás del salón”.» y fui sin pensar.
Cuando llegué, vi a un chico de espaldas, parecido a Theo, se giró y me sonrió… pero no era él.
Era uno de los amigos de Isabella, antes de que pudiera regresar al salón, él se acercó a mí y me sujeto con fuerza para besarme sin mi consentimiento y antes de que pudiera alejarme, alguien tomó una fotografía.
Y al día siguiente, esa imagen estaba en el teléfono de Theo.
No me creyó, no quiso escucharme y cuando menos espere me alejó de su vida.
Recuerdo su mirada, fría y herida, cuando me dijo que no quería volver a verme, cuando yo le dije lo que sentía y cuando él me dijo que no me amaba y que no podía amar a alguien capaz de mentir así.
Me quedé en silencio, no supe defenderme, solo lo vi alejarse, con el corazón hecho pedazos y la certeza de que lo había perdido.
Desde entonces, pasaron cinco años.
Cinco años en los que me convertí en la mujer que siempre quise ser, fuerte, independiente y dueña de mi propio nombre.
Mi agencia, Ferrer Design & Events, es una de las más reconocidas en Roma y no necesitaba a nadie en mi vida, o eso me repetía cada noche.
Hasta que supe el nombre del nuevo cliente que me habían asignado.
«Theo Montanari.» Y no venía solo, venía acompañado de Isabella Ricci, su prometida.
Cuando la vi entrar a mi oficina, con ese mismo brillo de superioridad en los ojos, comprendí que el destino tenía un sentido del humor cruel.
—Adriana Ferrer —dijo ella con una sonrisa perfecta— Qué sorpresa verte aquí, supongo que el dinero de Theo pagará bien tu trabajo, ¿no? — Me limité a sonreír, no valía la pena discutir.
—No te preocupes, Isabella —respondí con calma— Mi trabajo no tiene precio, pero el amor… ese sí que no se compra. — Ella solo rió, segura de su victoria.
Yo fingí serenidad, aunque por dentro, la herida que Theo me dejó volvió a sangrar.
Y mientras observaba su anillo brillar bajo la luz, no pude evitar pensar que, aunque la boda fuera suya, la historia nunca dejó de ser nuestra.
Porque había una cláusula que ni el destino pudo borrar: "la del amor que nunca terminó de firmarse".
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Theo
Hay momentos que se graban en la memoria como una fotografía.
Para mí, el primero fue el día que vi a Adriana Ferrer.
Recuerdo que acababa de llegar a la universidad, con una beca bajo el brazo y el orgullo de haberlo logrado sin ayuda de nadie.
Mis padres no tenían mucho, pero me enseñaron que el esfuerzo y la disciplina valían más que cualquier apellido.
Roma me recibía con su caos y su elegancia, y yo solo quería pasar desapercibido, hasta que la vi.
Adriana estaba en el patio central, rodeada de planos, papeles y tazas de café medio vacías.
Tenía el cabello recogido en un moño desordenado, y el sol se colaba entre las hojas de los árboles, reflejándose en sus ojos azules.
Sonreía, y el mundo parecía detenerse solo para verla.
Desde ese momento supe que algo en mí cambió.
Ella no era solo hermosa, era… diferente, no necesitaba esforzarse por llamar la atención, lo hacía sin proponérselo.
Y cuando nuestros caminos se cruzaron por primera vez, sentí que todo encajaba.
Adriana nunca me trató como el chico becado, jamás pareció importarle que yo no tuviera el mismo apellido que ella, ni el dinero, ni los contactos, con ella podía ser simplemente Theo, él chico que solo soñaba con mejorar cada día.
Nos reíamos de las mismas cosas, compartíamos tardes de estudio en la biblioteca y caminábamos por los jardines hablando de sueños.
Ella quería abrir su agencia de eventos y diseño de interiores, yo soñaba con crear algo que transformara el mundo de la tecnología.
Era como si el universo nos hubiera puesto en el mismo lugar, al mismo tiempo, nunca lo dije en voz alta, pero me estaba enamorando.
Y por primera vez en mi vida, no me daba miedo hacerlo, porque ella simplemente era sensacional.
Hasta que llegó Isabella Ricci.
Ella era dos años menor y tenía un talento particular para estar en el lugar correcto en el momento justo.
Era encantadora, sí, pero su interés en mí nunca me pareció genuino, al principio creí que su insistencia en acercarse a nosotros era solo cortesía, hasta que empecé a notar algo más en su mirada... cálculo.
Aun así, no quise darle importancia, me decía a mí mismo que Adriana sabía quién era yo, que nada ni nadie podría cambiar eso.
Pero me equivoqué, los rumores comenzaron como murmullos lejanos, que Adriana solo estaba conmigo por conveniencia, que buscaba que su nombre se asociara con el mío porque creía que sería exitoso, que en realidad se veía con otro chico.
Me reí la primera vez que lo escuché, no podía creerlo, Adriana no era así, para mi ella era leal, sincera y de alguna forma era mía.
Hasta que la vi.
Una noche, en una fiesta del campus, la encontré en el jardín, con otro tipo, estaban muy cerca, demasiado, él la besaba como yo siempre habia deseado hacerlo y que no lo hice por miedo a perderla.
Me alejé sin dudarlo, queria irme, no queria seguir viendo a la mujer que amaba con otro hombre, pero al día siguiente, esa imagen estaba en mi teléfono recordándome que Adriana Ferrer me habia mentido y nunca pude haberme sentido tan traicionado.
No quise escuchar explicaciones, no podía, todo en mí se quebró.
Cuando la enfrenté, me miró con los ojos llenos de confusión, de dolor, pero en ese momento ya no veía a la chica que amaba, sino a alguien que me había engañado y dije cosas que aún me persiguen:
—Nunca me atrajiste, Adriana, no eres como Isabella. — Mentí y cada palabra fue una daga que se clavó tanto en ella como en mí.
Después de eso, me alejé, me concentré en mis estudios, en el trabajo, en todo lo que pudiera mantenerme ocupado.
Mi madre fue quien me sugirió que le diera una oportunidad a Isabella, “Parece buena chica, te hace bien”, me dijo y no tuve fuerzas para contradecirla.
Con el tiempo, lo que comenzó como distracción se volvió costumbre, y la costumbre se disfrazó de amor, o al menos eso quise creer.
Pero Adriana nunca dejó de estar en mi mente, había momentos, cuando la ciudad se quedaba en silencio, en los que la recordaba riendo, con las manos llenas de color, hablándome de los detalles de su próxima exposición.
Ninguna sonrisa, ninguna palabra, ninguna caricia con Isabella logró borrar eso.
Cinco años después, NeonTech, la empresa que fundé desde cero, estaba por cerrar un trato importante, todo parecía estar en orden, Isabella y yo habíamos decidido casarnos, y aunque mi corazón no latía como antes, me convencí de que el amor podía aprenderse.
—Tengo a la mejor diseñadora de eventos para nuestra boda, quiero que todo sea perfecto, Theo. — Asentí, sin imaginar la magnitud de sus palabras.
El día que abrí la puerta del salón de reuniones, para la primer sesión de la organización de bodas, la vi de pie, revisando planos con esa misma concentración de siempre y sentí que el aire se me escapaba del pecho.
Adriana Ferrer, la mujer que intenté olvidar durante años y que nunca pude hacerlo.
Su cabello estaba más claro, su mirada más segura, su presencia… era igual de devastadora.
Durante unos segundos no pude moverme y entonces me miró.
No hubo reproche, ni sorpresa, solo esa calma que siempre me desarmó.
En ese instante lo supe, no importaba cuánto tiempo hubiera pasado, cuántas excusas hubiera inventado… nunca dejé de amarla.
Y mientras la observaba hablar con Isabella, comprendí que todo aquello que creí enterrado estaba vivo.
Mi pasado, mi error y el amor que jamás logré apagar, la única diferencia era que yo estaba comprometido y que no podia dejar plantada a Isabella, asi que no tenía más opción que fingir que Adriana nunca significó nada para mí.