15
~ El punto de vista de Isabella
Cuando estuve segura de que Alpha Lucian se había ido, no pude evitarlo. Empecé a saltar por la habitación, riendo tanto que tuve que sujetarme los costados. No podía creer que esta fuera mi vida ahora. Nunca imaginé que huir de la manada, donde me habían tratado como una extraña, me llevaría a algo así. Era casi irreal. Después de años sintiéndome invisible e indeseada, estar aquí, en este momento, era como un sueño hecho realidad. Ser amada, que alguien se preocupara por mí, era más de lo que podría haber deseado.
Cada vez que estaba con Lucian, me sentía tan segura, como si nada en el mundo pudiera hacerme daño. Tenía esa forma de hacerme sentir protegida, como si se interpusiera entre mí y cualquier cosa que intentara hacerme daño. Era una sensación tan nueva, y no quería que terminara. Sonreí para mí misma, sintiendo mi corazón palpitar de felicidad, pero entonces, con la misma rapidez, una punzada de culpa me golpeó.
Le había mentido.
Lucian no sabía la verdad. Pensaba que yo era igual que él, un hombre lobo. Pero no lo era. Era humano. Se lo oculté porque me aterraba lo que pasaría si lo descubría.
¿Y si me odiaba por eso? ¿Y si me mandaba lejos? Por fin encontré a alguien que se preocupaba por mí y me hacía sentir que pertenecía a mi familia, y la idea de perderlo era insoportable.
Negué con la cabeza, apartando esos pensamientos. No tenía sentido preocuparse por eso ahora. Decidí disfrutar el momento, absorber cada detalle de esta nueva vida y todas las cosas maravillosas que traía consigo. Lucian lo descubriría tarde o temprano, pero ese no era el problema de hoy. Hoy era feliz. Hoy estaba a salvo.
Miré la habitación, absorbiéndola por completo. La noche en que llegué no hacía justicia a la belleza de este lugar. Aunque era una habitación de invitados, parecía el dormitorio personal de una princesa. Las paredes estaban pintadas de un blanco suave y elegante, y todo en ella era mucho más grande y majestuoso que cualquier cosa que hubiera conocido. Mi antigua habitación en la manada ni siquiera se comparaba. Era pequeña, oscura y siempre me sentía como una jaula. Sin embargo, esta habitación, esta habitación, era libertad.
Había almohadas mullidas en la enorme cama, mantas suaves que parecían tan acogedoras que quería hundirme en ellas. Las cortinas estaban corridas, pero sabía que tras ellas se extendía una vista impresionante del bosque y las montañas. El sol entraba a raudales e iluminaba toda la habitación, dándole una sensación cálida y acogedora. Los muebles eran de madera pulida, rica y suave, con detalles dorados que le daban al espacio un aire de realeza. Todo era tan perfecto y hermoso, y lo sentía como si fuera mío, aunque fuera por ahora.
Me di la vuelta, riéndome como una niña. ¿Cómo había acabado aquí? Yo, la chica que había sido tratada como si no importara, ahora estaba en un lugar digno de la realeza. La amabilidad de Lucian me hizo sentir que pertenecía a algún lugar por primera vez en mi vida.
Pero en el fondo, esa sensación persistente no desaparecía. El miedo a que mi secreto lo arruinara todo. Solo podía esperar que, cuando se supiera la verdad, Lucian todavía se preocupara por mí. Que tal vez, solo tal vez, entendiera por qué tenía que mentir.
Por ahora, sin embargo, no iba a pensar en ello. Iba a disfrutar de este momento, disfrutar del lujo y la seguridad que me brindaba estar al lado de Lucian. Después de todo, momentos como este no se daban a menudo para alguien como yo. Y no iba a dejar que el miedo me lo arrebatara.
Fui al baño a darme un baño, con la intención de relajarme un rato. El agua tibia y el hermoso diseño del baño me permitieron sumergirme en el momento. La bañera tenía el tamaño perfecto, y el suave aroma del jabón impregnaba el aire, tranquilizándome. Cerré los ojos y dejé que el calor me relajara, hundiéndome más en el agua. Me quedé así durante lo que me pareció una eternidad, disfrutando de la tranquilidad y la paz.
No me di cuenta de cuánto tiempo había pasado hasta que mi estómago rugió con fuerza, recordándome que no había comido nada en todo el día. Fue entonces cuando volví a la realidad. Me lavé rápidamente y salí de la bañera, envolviéndome en una toalla. El agua aún goteaba de mi cabello mientras regresaba a mi habitación, con los pies ligeros después de un baño tan largo y relajante. Una vez en mi habitación, me acerqué para elegir un vestido entre los que trajo Lucian y mis ojos se posaron directamente en un vestido verde corto. Parecía sencillo, pero elegante, y supe que sería cómodo. Después de unos momentos de debate, decidí que era la elección perfecta. Me puse el vestido, sintiendo la suave tela contra mi piel. El color verde me hizo sentir fresca, y sonreí a mi reflejo en el espejo mientras ajustaba el dobladillo.
Me di vueltas frente al espejo, comprobando mi aspecto desde todos los ángulos. El vestido verde corto ondeaba suavemente a mi alrededor, y no pude evitar sonreír al verme reflejado. Cuando finalmente estuve satisfecha con mi aspecto, me sentí lista para salir. Mi estómago volvió a rugir, recordándome que aún no había comido.
Decidí que era hora de buscar a la jefa de las criadas y contarle mi situación de hambre. Ella sabría exactamente qué hacer y, con suerte, no tardaría en conseguir algo de comer. Con ese plan en mente, salí de la habitación, ansioso por comer algo.
Justo al salir de mi habitación, vi pasar a un grupo de criadas. Había algo extraño en su forma de mirarme, casi como si estuvieran a punto de cazarme. Sus expresiones eran intensas, y eso me hizo reflexionar. No pude evitar preguntarme qué les pasaba.
Al principio, pensé en acercarme a ellos y preguntarles cómo llegar a la cocina, pero al ver cómo me miraban, con los ojos abiertos y casi fulminándome con la mirada, lo pensé mejor. En cambio, me quedé quieto y los observé mientras pasaban, sin dejar de mirarme con extrañeza. Algo pasaba, pero no tenía ni idea de qué.
En ese momento, pasó otro grupo de sirvientas, y sus susurros se convirtieron rápidamente en comentarios fuertes e hirientes. Sentí sus miradas fijas en mí incluso antes de oír las primeras palabras.
“¿Quién se cree que es?” se burló una de ellas, con la voz cargada de veneno.
“Debe ser genial salir de la nada y cautivar al Alfa”, se burló otra, con los ojos entrecerrados mientras me miraba de arriba abajo. “Apuesto a que no durará. La dejarán de lado como a las demás”.
Me quedé paralizada, impactada por la crueldad de sus palabras. Sus miradas celosas me penetraron, y pude sentir la ira que irradiaban.
“Mírala, presumiendo”, murmuró uno lo suficientemente alto como para que lo oyera. “No durará mucho. El Alfa la usará y la desechará, igual que a los demás”.
Sentía el corazón latir con fuerza en mi pecho, la incredulidad me invadía. Ni siquiera había hablado con estas mujeres, pero su odio era palpable. Una de las criadas me fulminó con la mirada, con la voz cargada de desprecio.
“¿Crees que eres especial? El Alfa no retiene a nadie por mucho tiempo. Te habrás ido antes de que te des cuenta”, espetó, cruzándose de brazos con una mirada de suficiencia en el rostro.
La amargura de sus palabras me golpeó como una bofetada. Me quedé allí, clavada en el suelo, intentando procesar la avalancha de insultos que me llegaba. Pensé que había dejado atrás los insultos y el abuso, que podría encontrar algo de paz aquí, pero ahora estaba claro que estaba equivocada.
Abrí la boca para decir algo, pero no me salían las palabras. En cambio, me quedé observándolos pasar junto a mí, con la cabeza bien alta, mirándome fijamente como si fuera un intruso en su mundo.