(🌺 Nuestra Cita 🌺 )

1415 Words
Al día siguiente, tuvieron otra cita tan inocente y romántica como las anteriores. Caminatas por el parque, risas espontáneas, miradas llenas de complicidad y esa sensación cálida de estar construyendo algo puro. Deivis se estaba volviendo parte de la rutina de Kenyerlin, y cada encuentro con él dejaba una huella más profunda en su corazón. Esa noche, cuando Deivis la llevó de regreso a casa, una figura familiar los esperaba en el frente, apoyado sobre su bicicleta. Era Deglis, su antiguo novio. Su presencia inesperada provocó un pequeño nudo en el estómago de Kenyerlin. Deglis fingió una sonrisa cuando la vio llegar acompañada del nuevo chico del barrio. Sus ojos, sin embargo, reflejaban algo más que simple cortesía. —Hola, Kenyerlin. ¿Vine en mal momento? Necesito hablar contigo —dijo con un tono que intentaba ser casual, pero dejaba ver cierta incomodidad. Deivis lo observó con el ceño fruncido, sin decir nada, permitiendo que fuera ella quien tomara el control de la situación. Kenyerlin tragó saliva, notando la tensión que flotaba en el aire. Su voz salió suave, pero firme: —Bueno… ahora estoy algo ocupada, pero pasaré por tu casa luego —respondió, tratando de mantener la calma. Deglis la miró durante unos segundos, como si intentara descifrar si hablaba en serio o solo estaba buscando salir del paso. Finalmente, asintió con una sonrisa a medias. —Por allá te espero —dijo, y al pasar junto a Deivis, le dirigió una despedida entre dientes que apenas se entendió. La bicicleta de Deglis se alejó por la calle, pero el peso de su visita se quedó flotando entre ellos. Deivis la miró en silencio, esperando que ella dijera algo. —¿Y ese quién es? —preguntó finalmente, sin sombra de celos, solo con la natural curiosidad de quien empieza a cuidar lo que quiere. Karen se encogió de hombros, restando importancia al tema. —Un amigo de toda la vida. Siempre está pendiente de mí, pero es un buen chico. No tienes que preocuparte, no es competencia. Deivis rió suavemente, y sin decir una palabra más, entrelazó sus dedos con los de ella. —No tengo dudas —respondió con tranquilidad—, pero me gusta saber quién ronda a mi princesa. Se quedaron ahí, en el porche, mientras el cielo se vestía de estrellas y la brisa les hablaba al oído de un futuro aún por escribir. Hablaron de sus familias, de sueños escondidos y planes que aún no sabían si podrían cumplirse. Y aunque la relación apenas daba sus primeros pasos, Karen sentía que estaba construyendo algo real. Algo que, sin saber por qué, dolería si algún día se rompía. Cuando llegó la hora de despedirse, Deivis la ayudó a levantarse. —¿Sabes algo? Esta ha sido una de las mejores noches de mi vida —dijo mirándola con esa intensidad que la dejaba sin aliento. —La mía también —admitió ella, con el corazón latiendo con fuerza. El beso fue suave, lleno de ternura, y al separarse, él susurró: —Nos vemos pronto, princesa. Descansa, ¿sí? Karen lo vio alejarse hasta que el auto dobló la esquina. Luego entró a casa con la sensación de caminar entre nubes. Al subir las escaleras, se sorprendió al encontrar a su madre sentada en la cama, esperándola. Los ojos de su madre brillaban de emoción. —Ese muchacho es un encanto —dijo sin rodeos—. Si sigue así, no voy a tener problemas en aceptar que salga contigo, pero más vale que lo cuides y lo respetes. No todos los días llega alguien con el valor de hablar con tus padres como lo hizo él esta noche. —Lo sé, mamá… creo que me gusta mucho —confesó, bajando la mirada con una sonrisa tímida. Su madre la abrazó y le dejó un beso en la frente. —Solo sé prudente, mi niña. El corazón puede ser impulsivo, pero la cabeza también tiene voz. Esa noche, Karen durmió con la sensación de haber comenzado algo hermoso. Pero al día siguiente, la rutina volvió a tocar la puerta. Clases, tareas, amistades… y por supuesto, Deglis Cubillán, que la esperaba en la esquina como siempre, con esa sonrisa traviesa y la mochila colgada de un solo hombro. —¿Qué pasó, mi Kan? ¿Cómo te fue anoche? —preguntó él, sin disimular su picardía. —Muy bien, gracias —respondió ella, sin poder evitar la sonrisa. —Así que el soldadito te tiene flotando, ¿eh? Bueno… mientras no te deje con el corazón roto, yo estoy tranquilo. —Gracias por preocuparte, deglis Cubillán, pero sé cuidarme sola. Él la miró por unos segundos, como si quisiera decir algo más, pero se contuvo. —Bueno, cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme. Aquel día transcurrió con una mezcla de ilusión y costumbre, hasta que en la tarde, su teléfono vibró. Era un mensaje de Deivis: ¿Puedo verte esta noche? Quiero hablar contigo sobre algo importante. Su corazón se aceleró. Sin pensarlo, respondió: Claro, a las ocho en el porche de mi casa. Y así, cuando el reloj marcó la hora exacta, Karen lo vio llegar. Bajó del auto con un ramo de margaritas en la mano, tan impecable como siempre. —¿Son para mí o para mi mamá? —bromeó ella. —Para ti, princesa. Pero si tu mamá quiere unas, le traigo otro ramo mañana. Karen recibió las flores con una sonrisa y se sentaron juntos en el porche. Por un rato, disfrutaron del silencio, como si las palabras estuvieran de más. Luego, Deivis rompió la quietud. —Quiero que sepas algo importante —dijo, mirando al frente, con la seriedad pintada en el rostro—. Desde anoche he estado pensando en nosotros. Sé que esto apenas comienza, pero quiero dejarlo claro: no estoy aquí para jugar contigo. Quiero que seas mi novia, Karen. Pero más que eso… quiero que confíes en mí. Karen lo miró, con el corazón desbordándosele en el pecho. —Yo también quiero intentarlo, Deivis… pero tengo miedo. Nunca he estado en algo así. Él tomó su mano con suavidad, como si ese gesto bastara para sostener todas las inseguridades. —No tienes que saberlo todo ahora. Aprenderemos juntos. Solo necesito que me des la oportunidad de demostrártelo. Ella asintió, con los ojos húmedos pero el alma firme. —Está bien. Seamos novios. La sonrisa de él fue tan auténtica que parecía iluminar la noche. La abrazó fuerte, y permanecieron así hasta que la voz de su madre interrumpió la escena: —¡Karen, dile a tu novio que entre! No lo dejes afuera como un ladrón. Ambos rieron, y juntos entraron a la casa. En la sala, sus padres los esperaban con la televisión encendida. Su madre, siempre anfitriona, ofreció café. Su padre, como era costumbre, fue directo: —¿Así que ya son novios? —Sí, señor. Y quiero que sepa que mis intenciones con su hija son serias —respondió Deivis sin titubeos—. Quiero cuidarla y respetarla. El padre asintió lentamente, evaluando con la mirada. —Más te vale. Porque si no, tendrás que vértelas conmigo. —Lo entiendo, señor. Y no le fallaré. La noche transcurrió entre sonrisas, preguntas incómodas y miradas cómplices. Y cuando Deivis se despidió, prometió llamar al día siguiente. Karen se fue a dormir con el corazón lleno. Sabía que acababa de iniciar una etapa diferente en su vida. Días después La relación con Deivis avanzaba con rapidez. Se veían al salir de clases, compartían tardes en el parque, largas caminatas por el pueblo y conversaciones que parecían no tener fin. Pero la vida, con su manera de poner pruebas, no tardó en hacer presencia. Una tarde cualquiera, mientras caminaban de la mano, el teléfono de Deivis sonó. Contestó sin pensarlo, y en segundos su rostro cambió. La serenidad habitual se desdibujó, y una sombra de tensión lo cubrió. —¿Qué pasa? —preguntó Karen, deteniéndose. —Es del cuartel. Tienen noticias sobre mi traslado. Ella sintió cómo el estómago se le encogía. Era algo que sabían que podía pasar, pero que habían querido ignorar. —¿Cuándo te vas? —No lo sé aún. Pero podría ser pronto. Siguieron caminando en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. La emoción de los primeros días ahora enfrentaba la incertidumbre del mañana. Lo que tenían era real, pero... ¿sería suficiente para resistir la distancia? La respuesta, todavía, estaba por escribirse.
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