( 🌺 Mi primera vez 🌺 )

1083 Words
—Soy Karen Guerrero —se presentó ella con una sonrisa nerviosa, sin imaginar que ese día marcaría su historia para siempre. Cuando Deivis Martínez se acercó, lo hizo con una mirada curiosa, casi inquisitiva, como si buscara en su rostro una respuesta que aún no tenía forma. Hubo un destello en sus ojos, una chispa que no se parecía al coqueteo común, sino a un interés genuino. Su mirada recorrió el rostro de Karen con detenimiento, bajando lentamente como si acariciara con los ojos cada línea de su cuerpo, hasta llegar a sus pies. Un escalofrío le recorrió la espalda. Por primera vez, fue dolorosamente consciente de sí misma: sus manos temblorosas, la respiración acelerada, el rubor subiéndole por el cuello. —Deivis Martínez. El placer es mío, Karen —dijo él, extendiendo una mano firme. Su voz cálida arrastraba un acento sutil, casi melódico, que le daba un encanto particular a cada palabra. Hablaba como quien sabe seducir sin esfuerzo. —Igualmente, Deivis. Bienvenido a la locura —respondió ella, intentando sonar casual, aunque su voz traicionaba el nerviosismo. Él sonrió, mostrando unos dientes perfectos y una expresión serena, cargada de una seguridad que, lejos de ser arrogante, parecía natural en él. —Gracias por venir —añadió, justo antes de que alguien desde la mesa lo llamara. Karen lo siguió con la mirada mientras se alejaba. Su paso firme, el corte militar que acentuaba sus facciones, y esa manera tan natural de imponerse sin ser rudo, lograron inquietarla aún más. Se apoyó en la pared, cruzando los brazos como si eso pudiera esconder las miradas furtivas que le lanzaba. La casa de las Villasmil se fue llenando de vida. Cubillán llegó con sus hermanos: Irán, Yorbi y Richard, cargando una caja de cervezas como si transportaran oro. El vallenato subía el ánimo, entre risas, conversaciones y pasos de baile. Elvis, siempre el alma del grupo, irradiaba su energía contagiosa. —¡Ey, KanKan! Pásate uno de esos CD tuyos, los que oyes con Elvis —gritó Yorbi, alzando la cerveza como si fuera un trofeo. —¡Ya voy! —respondió ella, saliendo del grupo con Elvis a su lado, como era costumbre. Mientras él se perdía en el baño, Karen fue a la cocina. Allí estaba la señora María, madre de Elvis, con su infaltable cigarrillo y una taza de café. El aroma a empanadas recién hechas lo envolvía todo, como un abrazo de hogar. —Hola, viejita. ¿Le dejo un poquito de café para no emborracharme tan rápido? —le dijo, sirviendo una taza con una sonrisa. La señora María la miró con afecto y un dejo de preocupación. —Karen, ustedes son muchachos inteligentes. ¿Por qué se meten en tanto desorden? No quiero verte en problemas, niña. —Tranquila, aquí estamos bien. En casa de las Villasmil todo está bajo control —respondió ella, intentando disipar la inquietud. Dejó unos billetes en la mesa—. Para sus cigarrillos o lo que necesite esta semana. La mujer suspiró, conmovida. —Tú siempre tan noble. Pero prométeme que no perderás el rumbo. Tienes algo especial, Karen. No dejes que nada ni nadie te lo quite. Karen se tragó las palabras que asomaban. No dijo nada, pero esas frases se le quedaron clavadas. Al volver a la casa, el ambiente estaba aún más encendido. Deivis conversaba con Omero e Irán en la entrada, tan cómodo como si siempre hubiese pertenecido allí. —Karen, tu amigo no me cree que no tienes novio —dijo Omero, guiñándole un ojo. —Claro que no tengo —respondió con una sonrisa, mirando de reojo a Deivis—. ¿Y tú? Con lo guapo que eres, seguro que sí. Deivis soltó una risa grave que se mezcló con la música. Sonaba a hogar, a algo familiar y nuevo a la vez. —No, soltero. Mi ex dejó claro que no quería seguir cuando me fui al ejército. Había en su tono una sombra sutil, una herida que no sangraba pero seguía doliendo. —Entonces bailemos y tomemos sin miedo a que alguien nos busque pelea —bromeó Karen, levantando su cerveza. —Eso suena como un buen plan —dijo él, tomando su mano con una seguridad que la desarmó. El contacto fue un chispazo. Una electricidad sutil recorrió su brazo. Mientras se acercaban al espacio improvisado para bailar, Elvis soltaba comentarios que se perdían en la maraña de pensamientos que ahora ocupaban la mente de Karen. —¿Por qué te dicen KanKan? —preguntó Deivis. —Por un boxeador —respondió ella con una sonrisa misteriosa. —¿Boxeas? —Algo así —dejó caer, disfrutando del efecto de sus palabras. La verdad era otra: en su barrio, nadie osaba retarla, y los que lo hacían, aprendían rápido que el respeto no se negociaba. Deivis asintió, como quien empieza a entender que hay capas que merecen ser descubiertas. —Entonces yo te llamaré Karen, mi corazón perdido. Ella lo miró, sorprendida. No estaba acostumbrada a halagos sinceros, mucho menos de alguien que parecía mirarla de verdad. —Gracias... es un bonito nombre —murmuró, con las mejillas encendidas. Él sostuvo su mirada un segundo más. —Desde que te vi, supe que sería especial decirlo junto al mío. El mundo se desdibujó por un instante. Solo estaban sus ojos, su mano aún entrelazada con la de él, y esa sensación inexplicable de ser vista como nunca antes. —Karen, ven acá un momento —interrumpió Yasnery desde la cocina. Karen se disculpó y fue hacia ella. Yasnery le ofreció un cóctel improvisado en un vaso de papel. —Cuéntamelo todo. ¿Qué piensas del primo? —Es… interesante. Diferente —dijo, fingiendo neutralidad. —¿Interesante? Por favor, tus ojos dicen otra cosa —se burló la amiga. Karen rió, sin responder. Su mente seguía anclada en esa mirada, en esa voz que parecía resonar solo para ella. Volvió con el grupo, pero ya nada era igual. Cada vez que se cruzaban las miradas con Deivis, el ruido del mundo se apagaba. Solo existían ellos dos. Al despedirse, él tomó su mano una vez más. —Fue un placer conocerte, Karen. Espero que esto sea el comienzo de algo bueno. —Yo también lo espero —dijo ella, con una sonrisa que ya no pudo ocultar. Ese día, 8 de junio de 1997, quedó tatuado en su memoria como el momento exacto en que conoció al amor verdadero.
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