Pasadas las dos de la mañana, mientras el bullicio del lugar comenzaba a perder fuerza y el ambiente se tornaba más espeso por el olor a cigarro, sudor y alcohol, a Karen se le cruzó una idea por la cabeza. No supo si fue el mareo, la euforia del momento o ese vacío que solía rondarla en las madrugadas, pero algo la impulsó a tomar una decisión.
—Chicos, vamos a la casa que me regaló mi papá —anunció con una chispa de entusiasmo que encendió los ojos de Homero—. Aún no está totalmente equipada, pero hay música, y podemos llevar cervezas.
Homero arqueó una ceja, visiblemente sorprendido.
—¿Te regalaron una casa?
El tono de su voz oscilaba entre la incredulidad y la admiración.
—Deja el sarcasmo —intervino Elvis con una sonrisa ladina—. ¿Dónde la compró? ¿Y dónde cargas la llave? No nos
