Esta locura nos cambiará,
nos acompañará y hará que nos unamos
hasta teñir lo ne.gro
con el brillo inevitable de nuestro amor.
—¿Quieres otra? —le ofreció Carlos a Lidia.
Se encontraban en casa de Carlos, comieron allí y bebían un whisky que él compró recientemente y que le presumió por su excelente calidad.
—En otras circunstancias te diría que no, pero, por favor, sírvemelo más cargado —pidió. Estaba sobre la sala blanca de piel con las zapatillas puestas lejos de la alfombra que parecía ser demasiado cara. Quería relajarse y su colega fue la primera opción para escapar—. Tienes una casa preciosa.
Era cierto, toda la casa lucía como un museo francés.
—Lo sé. Sara tenía un gusto exquisito —dijo mientras preparaba la bebida en su bonito minibar—. Aunque a veces se vuelve muy fría. —En ese momento algo vibró en su interior al saber que, en cuanto Lidia se fuera, se volvería a quedar solo.
—Deberías buscar compañía, creo que has guardado luto el tiempo suficiente.
Carlos era su compañero más cercano y su crítico favorito. Quedó viudo en un desafortunado asalto donde solo su esposa falleció, víctima de un hombre desalmado. Tenía dos hijos varones que estudiaban la preparatoria en el país vecino, y desde que se mudaron la pasaba a solas la mayor parte del tiempo.
Él se quedó en silencio por casi un minuto. Le entregó su vaso, se sentó a su lado y dio un sorbo a su bebida, con la que se aclaró la garganta.
Teniéndolo así de cerca, por primera vez ella lo vio sin prejuicios. Su seriedad le parecía demasiada. Sin duda no era un hombre impresionante, de esos que roban el aliento a la primera, incluso estaba un poco pasado de peso y faltaba poco para que entrara a los cuarentas, pero se podía sentir su presencia apenas se acercaba. Le gustaba su barba que siempre se dejaba y sus trajes bien planchados, su cabello castaño oscuro siempre impecable y la voz grave baja que tenía, su seguridad al trabajar, el perfume que se ponía y que lo anunciaba en las mañanas.
—Hasta la fecha, después de tantos años, no he podido sentir el mismo amorque sentí por mi Sara. Supongo que es una de esas cosas que solo pasan una vez. —Contempló a Lidia, deseando que con lo que iba a decir no se desatara su enojo—: Yo sé que no todos tenemos una historia de amor como la de tu loquita, llena de fantasía y tonterías. Pero una cosa si te diré, repetiría mi simplona historia de amor, si pudiera.
Una pesadez se percibió y los dos guardaron silencio por un minuto.
—Disculpa si fui imprudente… —Tenía claro que el hablar de su difunta esposa nunca era fácil para él y de inmediato quiso cambiar el tema—. Mejor cuéntame, ¿qué tal vas tú en el trabajo?
—Aburrido. Por cierto, Lupita me dijo que le pediste informes de Patricio Ledesma. ¿Por qué no me preguntaste a mí?
—¿Lo conoces? —Anotaría en sus pendientes el recordarle a la recepcionista que debía guardar discreción sobre sus peticiones.
—Es un desgraciado vendido, pero tiene contactos.
—¡Lo sabía! —bufó y dio un largo trago.
—¿Él es el abogado de los Alcalá? —Enseguida vio que Lidia le asintió—. La tienes muy difícil. ¿La muchacha sigue con la idea del demonio enamorado? —Evitó soltar una carcajada porque sabía que a ella le molestaba que se burlara de sus casos, y en este en particular era todavía peor.
—Sí. Pero, mira, todavía no hay un ca.dá.ver. Solo se tienen los testimonios de personas que no saben con certeza lo que pasó, y el odio que sienten por Ámbar los hizo acusarla. Se sabe que la víctima vivió allí por propia voluntad y eso nadie lo ha negado. Desconocemos lo que le hizo y por qué está tan afectada… ¿Y…—dudó un instante—, y sí después de todo, ¿lo que ella dice es real? ¿Si lo que me ha contado es cierto? ¿Quiénes somos para afirmar que algo así no puede existir?
—Lidia, Lidia, hay una confesión de por medio. ¡Su confesión! Y te recuerdo que encontraron cenizas que coinciden con el ADN de la víctima.
—¡Muy pocas! Además, nadie investiga lo que le pasó a la gente del pueblo.
—Las suficientes para saber que está muerto, o que perdió una parte de su cuerpo. Y, si fue así, dudo que haya podido sobrevivir.
Carlos también ignoró el siniestro que convirtió el lugar en casi un pueblo fantasma. Era obvio que esa parte no le importaba a los demás.
—Tal vez forense se equivocó…
—¡Ya, termina con esto! —la interrumpió porque conocía el rumbo que llevaba su comentario—. ¡Deja de buscar explicaciones! Vas a perder todo lo que has ganado por una niña rebelde que hizo una gran idiotez y ahora no sabe cómo taparlo. Estoy seguro de que el resto del cuerpo aparecerá en cualquier momento y con la autopsia te vas a convencer de una buena vez. Te recomiendo que mejor vayas buscando un diagnóstico mental. Tu amigo psiquiatra puede ayudarte, tal vez si se lo pides acceda a dramatizar más su condición.
Lidia movió la cabeza de lado a lado, luego tomó lo que quedaba de su bebida y le pidió otra, extendiéndole el vaso. Él se levantó y fue de nuevo al minibar.
—Ámbar no parece ser tan salvaje como crees. Tiene una manera de hablar muy correcta. Según su historial, era una estudiante sobresaliente —rebatió desde su lugar.
—Que haya leído unas cuantas novelas para adolescentes no la hace una genio.
—¡Eres demasiado escéptico! —Arrugó la frente. El calor que causaba el alcohol la empezó a recorrer, pero esta vez quería continuar.
—¡Soy un abogado, tengo que serlo!, y tú también lo eras hasta hace unas semanas. Aunque por lo visto ahora crees en fantasmas, o demonios… o lo que sea que esa muchachita invente —le dijo al mismo tiempo que terminaba de preparar las bebidas. A pesar de que le decía lo que pensaba, no podía ser malo con ella. Desde que la conoció al llegar al bufete, cinco años atrás, le gustó. Verla así lo hacía sentir endeble: estaba sentada en su sillón con las piernas arriba, descalza y con la falda arrugada. Su suéter quedó tirado en el suelo y su blusa se había desabotonado más de la cuenta. Su cabello suelto y poco maquillaje lo sedujo. Era como tenerla en su estado más natural y eso lo atraía todavía más.
—Pero… —intentó argumentarle, siendo detenida cuando su compañero se sentó de nuevo.
—Déjalo ir por hoy —le pidió con voz más baja—. Olvídate de todo, solo por hoy.
Lidia bebió de su vaso y después puso la mano en el hombro de Carlos, tomándolo desprevenido porque era raro que ella lo tocara con esa confianza.
—Es que la veo, la escucho y ¿sabes?, muy en el fondo siento un poco de envidia. —Se le podía ver decaída al hablar—. No puedo explicar el porqué, pero ella ha sentido más amor del que yo he podido sentir en toda mi vida, y eso me da tristeza y me frustra al mismo tiempo. Soy una huérfana, es la verdad. Tampoco tengo nada cursi que contar en las reuniones, no hay una argolla en mi dedo, no cuento con un compañero de vida; creo que empieza a hacerme falta.
Carlos rio para sí.
—Ese no es amor.
—Lo es…
—Vamos a fingir que todo lo que dice es real. —Se relajó sobre el sillón para poder debatirle de manera tranquila—, que así pasaron las cosas. Ella se enamoró de un hombre que intentó matarla, y dice que después mató a su mejor amiga. No conforme con eso, luego la orilló a tener relaciones sexuales. Ese no es amor, Lidia, y jamás lo será. Me sorprende lo ciega que estás. Además tú puedes tener un amor normal y sincero, pero le cierras la puerta.
Lidia resopló por la frustración.
—¡¿Y quién va a querer estar con alguien como yo?! Ya se pasó mi tiempo de ser romántica —susurró y en su barbilla se notó un temblor. Había dedicado tanto tiempo a estudiar y trabajar que ahora sentía que se le iba la oportunidad de tener una pareja con quien compartir los frutos de su esfuerzo. Si bien tenía unos cuantos números para usar cuando sus deseos llegaban, jamás era serio ni pretendió ir más allá de aislados encuentros carnales.
—Créeme, por lo menos tengo a tres en la lista.
—¿Sí? Dime sus nombres.
Carlos la contempló conmovido.
—Esteban, el auxiliar del contador, el que lleva un maletín feo. Me ha pedido varias veces que le dé tu número de teléfono. Raúl, el de finanzas, por meses ha querido invitarte a cenar a ese restaurante que tanto te gusta. Y yo… —musitó apenas.
—¿Tú? No, por favor, ahora no.
Él se le había insinuado en repetidas ocasiones, pero el hecho de luchar contra el perfecto fantasma de una esposa difunta le era insoportable.
—¡Sí, yo!, aunque estoy seguro de que eso ya lo sabías. —Su pecho vibró al recordar su lucha por conseguir una oportunidad.
—¡No! No lo sé y de verdad no quiero saberlo —quiso sonar indiferente, pero el whisky estaba haciendo efecto a una velocidad anormal y el agotamiento no ayudaba mucho—. ¿Qué puedes ver de bueno en mí? Ni siquiera entiendo lo que es amar.
—Dudo que alguien lo entienda, solo se siente y ya —la observó directo al decirlo.
Lidia se removió en el sillón y chocó las rodillas contra las de él.
—¡Quiero sentir como ella! ¡Defenderlo con la misma fuerza! Pero no soy Ámbar, soy una simple mujer que se está haciendo vieja y sigue sola —al terminar su voz se quebró y vació su trago para evitar lagrimear.
El hecho de verla tan indefensa hizo que Carlos deseara poder tomarla y llevarla hasta su cama que llevaba años sin ser usada para otra cosa que dormir. Quería arrancarle las medias y terminar de desabotonar esa blusa, consolarla entre sus brazos. El whisky también hacía efecto en él, era urgente que dejaran de beber.
—Sé que apenas van a dar las siete, pero ya estoy muy cansada. Solo pude ir a mi departamento a bañarme y cambiarme.
—¿Quieres… quieres que te lleve a tu departamento? —le preguntó, intentando sonar amable, pero se dio cuenta de que Lidia lo miró con desagrado.
—¿Me estás corriendo?
—No… —trató de excusarse.
Ella le acercó el vaso.
—Entonces llénalo de nuevo, por favor.
—¿No que estás muy cansada?
—Ya veo, ya veo… —No estaba acostumbrada a tomar y supo que su comportamiento se podía considerar como inadecuado, así que decidió terminar con el alcohol—. Tienes razón, lo estoy. Me hará bien dormir… Vamos a dormir. —Trató de ponerse de pie, pero terminó tambaleando sobre la alfombra.
—¡Ven acá! —Carlos la sostuvo antes de que cayera—. La próxima vez mejor te invito un refresco.
Los dos rieron un poco y eso ayudó a que sus miradas se encontraran.
—Oye, tú sigues siendo un hombre normal, ¿verdad? —Era evidente que tenía la historia de su joven cliente anidada en los pensamientos, y al cuestionarlo se quedó observándolo.
—Sí, pero puedo ser lo que tú quieras si me lo pides —le respondió nervioso al tenerla más cerca de lo que jamás la había tenido. Sus ojos plantados en él lograban hacerlo flaquear y guardó muy adentro las ganas de comenzar a hacer realidad sus fantasías sobre la alfombra.
—Eso sonó muy sexy. Si te contara desde cuando no… —dijo, pero se silenció enseguida.
—¿Desde cuándo no? —indagó con una ligera vergüenza porque sabía a lo que se refería.
—¿Me puedo… quedar a dormir… aquí? —En el fondo quería que su colega la estrechara entre sus brazos, pero evitó decirlo para no evidenciarse a pesar de su estado—. No quiero ir a mi departamento hoy, por lo menos una noche.
—Por supuesto. Ven, te ayudo. —Sujetó a su compañera por las piernas y la cargó porque no podía sostenerse ni siquiera usándolo como apoyo.
Carlos la llevó hasta su recámara, la recostó y la acomodó lo mejor que pudo.
Lidia cerró los ojos apenas su cabeza tocó la cama.
Era la oportunidad de él para sacar partido de la situación, hacerla suya con sus condiciones. Tratando de ser cuidadoso, le desabotonó su falda y le desfajó la blusa. ¡No podía procesar lo que pasaba! Tenía a la mujer que despertaba sus deseos justo donde la quería: vulnerable y en su propia casa, fácil de tomar y disfrutar. Solo necesitaba convencerse.
—Gracias —le dijo apenas audible.
—Descansa, hermoso ángel de la noche —susurró a su oído, para luego recostarse a su lado hasta dormirse.