Que muera este amor que tortura.
Que venga el odio y la melancolía.
En mis sueños te muestras,
en mi realidad ya no estás.
—¿Matarte? —soltó Lidia y se levantó veloz de su asiento. Caminó hasta la ventana y vio cientos de luces que alumbraban la gran ciudad. Jugueteó con la blanca cortina para intentar comprender la situación. Desde allí, empezó a hablarle a la joven—: Ahora recuerdo que lo intentó cuando te vio por primera vez, pero no lo hizo.
Detrás escuchó que Ámbar aclaró la garganta.
—Sé que caer en sus brazos le suena como a una gran tontería de mi parte, pero las emociones te guían de maneras que a veces no podemos comprender —resopló, pero no mostró arrepentimiento alguno—. Yo soñaba con hacer una vida a su lado, y terminé por sostenerlo agonizando. Tenía la esperanza de que volvería a sanar como lo hizo antes, pero… —Evitó el llanto—, fue él quien no quería hacerlo.
»Alan tenía una especie de misión y esa era entregar mi alma como tributo. Con cada cosa que salía de su boca me hería, pero evité decirle que ya era suficiente porque entendí que necesitaba desahogarse. «Ibas a morir cuando llegué a ti. Te quedaban horas y solo tenía que ganarle a tu muerte natural, llevarte conmigo y así yo obtendría el reconocimiento que tanto deseaba. Me sentía harto de ser ignorado. ¡Y era demasiado simple! ¡Tenía que acabar con una humana que estaba muy cerca de su fin! ¡Pero soy tan inútil que no pude hacer algo así de sencillo!», esas fueron las palabras que más me dolieron. Estaba enojada y dolida al mismo tiempo y le pregunté que, si pensaba que era tan fácil, por qué no lo hizo.
—¿Qué te respondió? —Sin prevenirlo, sus ojos se fueron llenando poco a poco de esas lágrimas que aparecen y fluyen sin permiso alguno.
—Él de verdad ponía todo su empeño para poder hablar. Creo que su poder fue de ayuda porque poco a poco vi que pronunciaba mejor. Así, recargándose en mi brazo, dijo: «¡Este cuerpo también es humano! No debí usarlo, pero me faltaba sabiduría para prever que sería capaz de sentir lo que nunca imaginé. Retrasé tu muerte lo más que pude, usando todos los recursos que tenía porque necesitaba conocer el porqué no era capaz de acabar contigo. Tú sabes lo que pasó después. Quise hacerte daño, lastimarte, ¡pero no fui capaz! Pensé que era un fracasado, así que me llevé a otra mujer para probar que no lo era. Allí supe que no se trataba de mí, ¡eras tú!». Con la mirada que me dedicó confirmó mis sospechas. Manché mi ropa con la sangre de sus heridas porque lo apreté contra mí, pero ya nada importaba, solo quería llevarlo a mi casa para curarlo. Lo curaría las veces que fueran necesarias.
Lidia regresó a su lado, dispuesta a ser un apoyo.
—Pero ya lo sabíamos, ¿no? —intervino amigable.
La joven enferma se iba adentrando en sus recuerdos, pero esta vez hacerlos volver no la llevó a perderse.
—Solo logré pronunciar: “¿Por qué yo?”. No le grité que tuviera más cuidado con sus palabras, pero quería hacerlo. Su cara perdía expresión. Era fácil saber que su pena era muy grande; hasta creo que más que la mía. Cuando por fin se decidió, sostuvo mi mano, la acercó a su pecho y me respondió: «¡Tú y esa esencia! Antes la saboreé desde lejos en los seres puros, es como lo que viene de adentro. Se supone que no debemos fijarnos en ella, pero yo siempre quise sentirla de cerca. Cuando te conocí, pasaste a mi lado y me di cuenta de que tenías una tan parecida. ¡Es que es tan sedante! Si no se tiene cuidado puede ser peligrosa para nosotros, y no lo resistí. Suele ser muy rara en los de tu tipo, pero los hay… ¡Tú la tienes! Y, después de un tiempo, llegó eso que tenemos prohibido. Fue inevitable…», me susurró sin poder continuar. Elegí exigirle que lo dijera. ¡Necesitaba que lo dijera! Apreté sus hombros sin darme cuenta de que le dolía. Pero quería oír que lo reconociera porque, a pesar de todo, no lo había dicho.
»Jamás lo forcé a nada porque sabía que él no experimentaba los sentimientos igual. Dentro de mí sabía que ya no tendría otra oportunidad para oírlo con su voz, ese era el momento, el único que quedaba.
Una fina lágrima se fue resbalando de uno de los ojos de la enferma. Tan delgada que se tenía que poner atención para apreciarla. Y, a pesar de ser tan insignificante, representaba el calvario vivido.
—Debiste sufrir bastante —exclamó conmovida la abogada.
—Sé que parece que pasó mucho tiempo, pero no, lo que le cuento fue rápido. Se notaba en él la desesperación. Le costó trabajo poder decírmelo, pero lo hizo: «¡El amor, ese que es como un veneno!». Yo sentí que mi corazón latía por la emoción de saber que me amaba. «¡Ya lo escuchaste! ¡Te amo! Lo conocí y lo probé, ¡y ahora mira lo que ha provocado!», me gritó e hizo que volteara de nuevo al pueblo moviendo mi barbilla. Las llamas seguían creciendo. Así volví a la realidad y fui consciente de la masacre.
De un segundo a otro, Ámbar lució más moribunda que nunca.
—¿Usted cree que un ser como él era capaz de amar? —El cuestionamiento era necesario porque le urgía que alguien se lo confirmara.
—Si fue capaz de luchar contra su naturaleza, yo creo que sí. No pudo ser otra cosa que amor —dijo la abogada, mientras le acariciaba la cabeza para hacerle saber que su respuesta era auténtica—. Acordamos que podías detenerte si esto se ponía difícil.
La joven pareció dejar ir esa incertidumbre con la que cargaba y logró sonreír.
—¡Ya estoy muy cerca, solo falta un poco más! —exclamó, pero se aferró con sus manos a las sábanas para no salir corriendo y azotar lo primero que se le atravesara en el camino.
Las dos mujeres se abrazaron por un rato, hasta que Ámbar se sintió con más valor para poder seguir.
—No creo que debamos… —Lidia quiso hablar, pero fue interrumpida porque era el momento de sacarlo todo.
—Cuando volví a pensar en el incendio, recordé a José y el hacha que llevaba para atacarme. Me di cuenta de que a mí no me hacía efecto eso que les pasaba a los demás. Le pregunté a Alan si él sabía por qué y dijo que yo tenía su sangre, por eso me libré de ser parte de aquella car.ni.cería. También dijo que había encerrado a mi abuelo en su cuarto; algo que me tranquilizó como no tiene idea.
»Al tratar de ir por José y por mí, la bestia apareció en la puerta de mi casa y lo atacó, por eso ya no alcanzó a protegernos. Lo único que pudo hacer fue conducirla lejos de nosotros. «El día que tanto temí ha llegado», me confesó y yo abracé y le supliqué que no siguiera. Tenía miedo de lo que iba a decir, sabía bien que no se trataba de algo bueno para ninguno. Acercó sus labios a mi oído y habló con la voz tan dulce que me llevó a cerrar los ojos para grabármela. «Debes dejar que me vaya para que todo termine», refiriéndose a la tragedia del pueblo. Le grité asustada que no, que no podía hacer semejante disparate.
»Se me ocurrió una idea que creí que serviría. Estaba dispuesta a todo y le pedí que me matara, que acabara con lo que tenía encargado. La desesperación me manejó y creía que mi vida ya no importaría si él dejaba de estar en ella.
—¿Qué te dijo él?
—Por un momento, por un corto momento, pude ver al monstruo en su destrozada cara. Sus ojos brillaron de un rojo escalofriante, pero ni siquiera se movió y me dijo: «Eso ya no es posible. Se terminó el tiempo y yo probé lo prohibido contigo, te profané y ya no tienes un alma que les sirva. Pensé que podría arreglarlo todo, pero fallé... ¡Falle y de verdad lo siento!». Yo me quedé callada. Me sentía perdida, como si estuviera sola en medio de la neblina y enfrente un inmenso horizonte vacío. Solo… solo quería poder despertarme y volver a mi día normal.
Castelo se puso de pie en cuanto la vio quebrarse. Se sentó sobre la cama y pasó un brazo sobre sus hombros.
—Estoy contigo —pronunció con un inmenso cariño.
—Mi amado Alan hizo un esfuerzo para sentarse, me hinqué a su lado y luego tomó mis manos entre las suyas, las besó, sus labios me quemaron y comenzó a recitar algo que no entendí. Quise correr, detenerlo porque sabía que iba a hacer una locura, ¡pero no pude! Ese poder que tenía me obligó a quedarme quieta. —Se desesperó, como queriendo evitar lo sucedido y llevó las manos al pecho—. ¡Cometió un gran error!
»Fueron mis manos las que se pintaron de n***o, igual como se pintaban las suyas. Unas oscuras líneas fueron haciéndose más gruesas hasta que llegaron a mis codos y ahí pararon. —Hacía ademanes mientras narraba—. Podía sentir cómo carcomían mi piel y deseé poder gritar de dolor.
»Cuando terminó de hablar me besó en los labios. Fue uno de esos besos que se quedan grabados en la memoria para siempre: intenso y destructor, porque los dos sabíamos que sería el último. Yo seguía sin poder moverme. Quería obligarlo a parar, quería que terminara con eso para irnos lejos. La gente ya no me importaba, solo pensaba en nosotros. «La única manera de ponerle fin a lo que está sucediendo es que yo muera, no solo el cuerpo sino también el intruso, y eso solo puede ocurrir haciéndolo así». Las lágrimas seguían saliendo de sus ojos. Deseaba consolarlo e irme de allí con él, ¡dejar todo y a todos!
»El miedo de perderlo me destrozaba, pero ni eso ayudó a hacerlo cambiar de idea. «Perdóname, y recuerda que mientras tú sigas viva yo no moriré jamás, mi amada», dijo como pudo, señalando justo donde estaba mi corazón. Luché para poder moverme, intentando detenerlo, pero fue inútil. Tomó mis manos, las puso sobre su pecho y… y… —Dolía volver a ese momento, pero su inesperada amiga estaba allí para recibirla cuando saliera de esa vorágine de recuerdos que tanto la torturaba—. Y entonces gritó de una manera espantosa cuando lo tocaron. Ese grito terminó en un horrible aullido que lastimó mis oídos. Luego, se dejó caer. Se dejó caer porque estaba… —Soltó una bocanada de aire antes de llegar al trágico desenlace—, ¡estaba muerto!
—¿Tan solo lo tocaste? —musitó al fin porque se mantuvo como una atenta espectadora.
—Sí, tan solo lo toqué y fue suficiente —respondió, al mismo tiempo que posaba su cabeza en el hombro de Lidia—. Fue suficiente para hacerme pedazos. Cuando por fin me pude mover, lo abracé. Su cabello rojo dejó de tener ese brillo especial. La muerte ni siquiera respetó eso. No podía creer que ya no existía, que no iba a poder verlo, que ya no podría escuchar su voz, ni sentir sus manos, ni respirar su mismo aire… —Su llanto mojó el hombro de la abogada—. Estuve abrazándolo por bastante tiempo y ni siquiera me di cuenta de que los gritos del pueblo se callaron.
Lidia la contempló y sufrió con ella. Esa chiquilla logró traspasar su coraza hasta llegar a lo más hondo, devolviéndole la sensibilidad que creía perdida.
—¿Qué pasó con su cuerpo? —Un dato que consideró de suma importancia.
—Desapareció. Vi cómo se fue volviendo cenizas. Sentí una rabia enorme. Ni siquiera iba a tener derecho a llorarle a su tumba, a llevarle flores cada que sintiera ganas de irme con él. Pensé en matarme, en aventarme al río y acabar con todo, pero fui una cobarde y no lo hice. Jamás olvidaré como vi pasar sus restos por mi rostro, por mis cabellos. Pude oler por última vez su aroma. Era su forma de despedirse, acariciándome y diciéndome: adiós para siempre. Él pensó que arreglaba todo muriendo, pero… lo único que logró fue que yo nos matara a los dos.