Mirada Penetrante

3763 Words
Un inesperado escalofrío cruzó por el cuerpo de Lidia. La confesión de Ámbar fue perturbadora, pero de inmediato calmó sus instintos y volvió a su tarea de conocer más sobre la historia de esa joven que le pareció distinta desde el primer instante. —¿Cuál fue el motivo? ¿Qué te llevó a hacer algo así? —la cuestionó directa porque tal vez sus manos estaban manchadas de rojo carmín, pero su móvil podía ser de valor para el caso, por eso no dudó en indagar. —¡Sí!, sí tengo un motivo —respondió sin parpadear. En la abogada nació una esperanza y esperó paciente a que Ámbar relatara su versión, pero esta se mantuvo en completo silencio. —Entonces..., ¿cuál es? —Sostenía la pluma sobre una hoja de su libreta. —No le diré, porque si le digo creerá que estoy mal de aquí. —Apuntó a su cabeza con un dedo que temblaba como si fuera de papel—, y entonces me enviará a uno de esos centros de locos, ¡y yo no soy una loca! A pesar de lo que la joven dijo, las muecas que dibujó la hicieron pensar lo contrario. —Nadie va a enviarte a un lugar de esos. Tranquila. Esto es entre tú y yo. Puedes confiar en mí. Tan solo fue necesario usar un tono de voz más afable y Ámbar pareció ser dominada por su frase. —¡Está bien! —aceptó, se llevó una mano hacia el rostro y jaló un poco los cabellos que cubrían su mentón—. Pero yo le diré lo que puede escribir y lo que no. —Señaló la libreta todavía con el temblor en el dedo, como si ese puñado de hojas fuese su enemigo. —Entiendo. Uso las notas para releerlas más adelante, pero anotaré lo que tú me digas. —Con un movimiento lento bajó la pluma—. No escribiré hasta que tú me digas. Puedes comenzar —le indicó amistosa. Ámbar titubeó un poco, giró a ver hacia la pared y se removió en su silla. Era obvio que se sentía incómoda. Comenzó su relato susurrándolo; como si se lo contara a sí misma. —Sucedió hace cinco meses y once días —dijo y vio que la abogada levantó la cara de un tirón al mencionarle el dato tan preciso—. Eso puede apuntarlo, pero solo la fecha... —Su mirada se centró en Lidia—. Le parecerá raro que la recuerde tan bien, pero es de esas cosas que una no puede quitarse de la cabeza así como así. He contado todos los días que han pasado. —Se detuvo por un instante y suspiró lento y hondo—. Veintinueve de agosto del dos mil once, ese fue el día. —¿El día? ¿El día de qué? —quería saber a qué se refería. Ámbar entrecerró los ojos, unos ojos que le indicaron a Lidia que ella cargaba con una culpa que le pesaba. —El día en que todo este "caso” empezó. La abogada se sintió confundida porque sus clientes, por lo general, comenzaban sus relatos con justificaciones de sus actos. —Disculpa, pero no te estoy entendiendo. ¿Podrías ser más clara? Es necesario. —¡Bien...! —suspiró, luego continuó con una voz un poco más enérgica—: ¿Sabe dónde vivo? —No esperó respuesta—. No lo creo, seguro sus pies jamás han pisado ni cerca. Mi hogar está entre las montañas, alejado de toda esta basura y contaminación. Es un pueblo mágico, pequeño pero hermoso. A veces llegan turistas a visitarnos. Les gusta visitarnos, conocernos. —Soltó una corta risa al revivir los recuerdos de esos tiempos—. Ellos van, toman un montón de fotos, se divierten hasta que se cansan, después se van a su sucia ciudad y dejan más de un corazón roto. —Hizo una mueca de dolor al decirlo—. Yo pienso que somos como un circo para ellos. Mi pueblo es conocido por sus leyendas, y solo quieren ver si hay algo de verdad o no. —¿Cuáles leyendas? —Lidia comenzó a creer que la chica no estaba tomando en serio la situación. —¿No las conoce? Las leyendas de que nuestro pueblo es un criadero de monstruos. —Sus ojos saltaron de sus cuencas y las venas de su frente se marcaron—. Y no hablo de malas personas. —Con su dedo negó varias veces—. ¡No, no, no! Hablo de monstruos reales, con garras, con afilados dientes y tan altos como una casa. —Sonrió divertida y bajó la voz, como si alguien más estuviera cerca y no quisiera que escuchara—. Se dice que nuestros antepasados usaban las prácticas antiguas a su beneficio más seguido de lo que debían, y que algunas cosas no salieron bien muchos años atrás. Quedó abierta una puerta a lo que los católicos conocen como “el infierno”. Por eso ahora nuestro pueblo sufre de una maldición. Los más viejos aseguraron que acabaríamos consumidos en las eternas llamas. Pero yo siempre creí que todo eso era para llamar la atención de los chismosos. —En un segundo su expresión se volvió sombría—. No te puedes meter en los terrenos del diablo y pensar que saldrás bien librado... —De un tirón se sentó recta en la silla y su voz recuperó la fuerza—. Aunque usted no debe creer las tonterías que le digo. Son inventos de ancianos aburridos y sin educación. Aquellos ojos de miel se mantenían clavados en Lidia y le causó un pequeño escalofrío, pero lo disimuló lo mejor que pudo. El gris despintado de las paredes junto con esas formas negras que la humedad causó ayudaron a que el ambiente se sintiera un tanto tenso. —Vivo... Vivía —continuó Ámbar—, con mi abuelo y mi hermano menor que apenas tiene ocho años. Debería conocerlo, es un niño tan compasivo. Le caería muy bien. —¿Y tus padres? —El rumbo de la conversación entró en temas delicados, pero no dudó en preguntar, era necesario corroborarlo todo. —¿Mis padres? —Dejó ver el desconsuelo que la atacó al escuchar la interrogante y cruzó los brazos. Ellos... Bueno, nuestra vida cambió y terminamos separados. Cuando yo era niña no me daba cuenta, pero no teníamos suficiente dinero y mi madre se embarazó en un descuido. Ya no nos alcanzaría, apenas y sobrevivíamos así. Un bebé más era demasiado —resopló—. La gente del campo trabaja, cosecha, se quema en el sol todos los días sin descanso, y luego vienen los camiones que se llevan todo y dejan miserias. Mis padres se sintieron desesperados después de que mi madre dio a luz, y decidieron que lo mejor era irse al país vecino. Prometieron que no sufriríamos penurias, pero no volvimos a saber de ellos. Los hemos buscado y buscado ¡desde hace varios años! —las últimas palabras salieron lentas y se quedó en silencio por más de un minuto. Detenía todo el dolor que ansiaba salir. —Lo lamento mucho, Ámbar... Al final, la joven no pudo evitar que las lágrimas rodaran, pero se limpió veloz para que no mojaran sus mejillas. —A mí me gustaba salir a caminar por las tardes aunque el calor de mayo era terrible. ¡Extraño tanto salir a caminar! —prosiguió al recuperar la conciencia—. Ese día decidí que era hora de dar un paseo. Supongo que no debí salir de casa, pero no me importaba ser desobediente. Quiero pensar que la corta edad nos hace estúpidos. Anduve sin rumbo más allá de las cosechas de maíz de mi abuelo, justo donde ya no hay casas, y me detuve a admirar por un rato el atardecer. Era muy bonito. El sol se veía precioso y brillaba enorme sobre los cerros. Yo lo disfrutaba muy tranquila, hasta que de pronto, así como así, se perdió entre las nubes grises que cubrieron el cielo. En un abrir y cerrar de ojos llegó la oscuridad. —La frente se le arrugó y sus manos hicieron movimientos al hablar para simular lo que contaba—. Me asusté cuando lo vi. —De pronto, desvió la mirada hacia el suelo y agachó un poco la cabeza—. Pero eso no fue lo único... —¿Puedo anotarlo? —le preguntó enseguida porque sospechó que venía algo importante. —Sí le sirve, hágalo. —¿Qué pasó después de que el cielo se oscureció? —Yo… —vaciló y se mordió una uña—, yo estaba de pie y miraba todavía hacia donde antes estuvo el sol. Recuerdo que tenía en las manos una canasta de frutas que había recogido y me costaba un poco de trabajo cargarla. En ese momento mis rodillas temblaron y no podía hacer que pararan. Usted sabe, esa sensación de que tienes a alguien detrás de ti, como esperándote a que te distraigas para atacarte. —Hizo un ademán simulando darle un zarpazo a la abogada—. Sentí eso y no pude evitar darme la vuelta. »¡Entonces lo vi! ¡Ahí estaba, a menos de tres metros de distancia! Era alguien real. Sus ojos estaban sobre mí y me veía como si quisiera matarme en ese lugar... Me preocupé, pero quise ignorarlo. —Emitió un bufido y se recostó de un empujón sobre la mesa—. ¡Fue imposible! Me veía sin vergüenza y así duró minutos que para mí se volvieron eternos. —Sus gestos cambiaban con cada frase, y sus ojos iban y venían de Lidia a una pared del lugar. —¿Quién era el que te observaba? —la interrogó confundida, pero más interesada en su relato. —¡Era un hombre! ¡Un desconocido! Ese al que usted llama "la víctima". —Rio por un momento, pero fue una risa de amargura. —Entonces, ¿me estás diciendo que el joven... —indagó mientras buscaba entre sus papeles el nombre para no fallar—, Gabriel Alcalá, estuvo en tu pueblo y así se conocieron? ¿Estás segura de lo que me cuentas? Porque si él fue hasta allá por propia voluntad, y lo podemos comprobar, ayudaría con la defensa o al menos a reducir la condena… Suponiendo que te condenan. Lidia supo que con lo que dijo desató el enojo de Ámbar porque se levantó de la silla y golpeó la mesa con el puño cerrado. El ruido del impacto retumbó en sus oídos, pero ese arranque inesperado no la alteró en absoluto. Esa no era la primera vez que un cliente tenía un comportamiento similar y ya estaba acostumbrada a soportarlo. —¡Así no se llamaba! —le gritó y sus manos apretaron con fuerza la orilla de la mesa, como si con eso detuviera el impulso de írsele encima. Un guardia con cara de hartazgo se dispuso a entrar al darse cuenta de lo que la joven hizo, pero Lidia le indicó con una señal de su mano que no. A pesar de que Ámbar podía ser una persona agresiva, eligió seguir escuchándola. El hombre obedeció con pocas ganas, pero sabía que la abogada que estaba dentro era una de las más respetadas de la ciudad. No le convenía mostrar su verdadera forma de controlar a las reclusas frente a alguien así. —¡Calma! ¡Trata de respirar hondo, eso te ayudará! Puede que mi informe esté mal, mandaré a que lo revisen. Pero el nombre no importa ahora —le dijo y se acercó a ella. Con todo cuidado, posó una mano sobre su brazo, buscando que se relajara. Gracias a su intervención, Ámbar volvió a sentarse, suspiró, se enredó un mechón de cabello en un dedo, y después de sentirse mejor volvió a hablar como si se hubiera quedado en pausa: —¡Alan! Ese es su nombre. ¡No vuelva a cambiarlo! —Entrecerró los ojos. —No lo haré. —Sí, era él. Estaba a pocos metros de mí, de pie, no decía nada y solo me miraba. Yo... tenía que moverme, así que decidí irme a casa. Con todo el miedo que sentía pasé a su lado casi corriendo, con la canasta de frutas vaciándose, pero no me importó. Por la forma en la que me veía, creí que me jalaría del brazo y me arrastraría por todo el campo. Imaginé tantas cosas que podía hacerme. Estaba sola y la falta de sol y los maizales crecidos nos escondían, no iba a tener testigos. Además, ¿ya me vio? —Se señaló con ambas manos—. No soy alta ni fuerte. ¡Podía matarme con poco esfuerzo! Pero... —Su barbilla tembló—, él ni siquiera se movió. Lo único que hizo fue seguirme con la vista y ni siquiera fue discreto. Corrí como nunca. Las sandalias que llevaba me cortaron un poco, pero pude llegar a mi casa. Esa noche no dormí por el miedo que me causaba recordar lo que pasó. La mente de Lidia retrocedió al resumen de los hechos que le hicieron llegar, pero en ellos jamás se mencionó un ataque así. Por el contrario, los testimonios aseguraron que ellos dos mantenían una relación amorosa. —¿Podrías darme una descripción del sujeto? —Le urgía corroborar que se tratara de la misma persona ya que su cliente desconocía el nombre real de la víctima. —¿No la tiene en sus papeles? —le dijo enfadada y apuntó hacia el maletín que colgaba del respaldo de la silla. La abogada recargó los codos en la mesa para acortar la distancia entre ellas. —De verdad necesito que me digas cada cosa que te cuestiono, es necesario para que puedas salir de aquí. —¡Ya le dije que no quiero salir! Si le cuento esto es porque es usted quien quiere saberlo. Y… no sé, tal vez así pueda sentirme mejor. —Una lágrima casi invisible se escapó de su ojo derecho, y luego sus mejillas pecosas se fueron empapando por más—. No es fácil vivir con el recordatorio de que hiciste daño, ¡que le quitaste la vida a alguien! Es un pensamiento que me tortura todo el tiempo. —Con sus dos manos vueltas puños se dio golpecitos, y sus párpados se cerraron tanto que las arrugas alrededor descompusieron su bello rostro—. ¡Cuando me baño! —Se dio un golpe más—. ¡Cuando como! ¡Cuando me acuesto a dormir! —Sus dos puños volvieron a impactar en su cráneo, pero esta vez más fuerte—. ¡Y se repite, y repite, y repite! Lidia sabía que debía detenerla o el guardia regresaría, además de que podía hacerse daño. Así que estiró el brazo y paró uno de sus puños. El dolor en su palma le avisó que Ámbar iba en serio con su autoagresión. —¡Ha sido suficiente! —fue severa al dirigirse a ella—. ¡Basta! —Solo quiero borrarlo de mi cabeza —chilló. —Estoy segura de que te ayudará el contármelo, pero creo que con lo que avanzamos basta para un día. —Tenía claro que la joven estaba al límite. Lo había visto más de una vez. Al adentrarse en un penoso pasado, la energía se transforma porque hablar es demasiado doloroso, y puede derivar en un acto desesperado. Ámbar se limpió con brusquedad el rostro con sus muñecas y luego manoteó para que ella no guardara su libreta. —¡Espere! Antes tengo que decirle cómo era. ¿No eso preguntó? Lidia sacó un pañuelo de tela que llevaba dentro del maletín y se lo entregó a Ámbar. —Te escucho —aceptó porque la curiosidad fue mayor y preparó su pluma. —Era un hombre muy diferente a todos los que conocía. —Sollozaba un poco al hablar y con el pañuelo sonó su nariz—. Traía puesta una gabardina larga negra que le llegaba a las rodillas. ¡Aunque hacía tanto calor! Pero estaba sucia, tenía manchas de lodo hasta en los hombros. —¿Crees que llevaba días deambulando? —Su cabello era tan rojo. —Ignoró la pregunta porque estaba ensimismada—. ¡Tan, tan rojo! Todavía creo que no he visto otro tono igual... También era alto, muy alto, casi dos metros que lo hacían parecer un gigante. Como aquellos del cuento del árbol de habichuelas, ¿lo conoce? Sus ojos cafés se veían raros por las grandes ojeras que se cargaba. Y su piel. —Acarició lento su propio brazo—. Era blanca, pero no de un blanco natural. Recuerdo que cuando era niña vi el cuerpo de mi tía Alfonsina. La velamos dos días y su piel se puso igual… —De golpe se silenció y sus párpados se elevaron al máximo—. Así era él. —Ya veo. —Lidia escribía veloz gracias a los detalles que la joven le daba—. ¿Nunca antes lo habías visto? ¡¿Ni siquiera una vez?! Haz memoria. Ámbar negó varias veces con la cabeza. —Lo recordaría. Estoy segura de lo que digo. En el pueblo nos conocemos todos, alguien así no se me olvidaría. —Ámbar —dijo la abogada. Dejó a un lado la pluma e hizo un gesto que pretendió ser de vergüenza—, debo comentarte que tu descripción es… un poco distinta a lo que dice el informe. Lo que las hojas y ella decían hacían pensar que se trataba de personas parecidas, pero con ciertas diferencias, como que la víctima no era tan blanca ni su cabello tan pelirrojo. —Eso es porque no es él, ¡ya se lo he dicho! —Sus pupilas se encendieron de ira de un segundo a otro. —Está bien, te creo. —Levantó sus dos manos en señal de paz—. Como te dije, puede que esté mal esto. Mira. —Dio un vistazo a su reloj—, es hora de que me vaya, pero mañana volveré, ¿está bien? —Enseguida metió sus documentos y la libreta a su maletín y se lo colgó en el hombro, pero, antes de poder levantarse, sintió la mano en su brazo que la hizo volver al asiento. —¡Espere! —dijo Ámbar como si fuera una orden. Su voz se elevó y su ceño se frunció de forma exagerada—. Aquella noche no pude borrar a ese hombre de mis pensamientos. Sabía bien que era peligroso y tenía la esperanza de no volver a verlo jamás... La joven estaba desesperada y le apretaba el brazo con demasiada fuerza hasta lastimarla, pero no quiso interrumpirla. —¿Qué pasó? —Al otro día, cuando desperté, abrí la ventana de la sala de mi casa porque el clima estaba terrible. ¡Casi me muero de un susto! Ahí estaba, parado afuera y me miraba de nuevo, como si supiera que iba a asomarme. —¿Por qué esto que me dices no está en tu declaración? —En ninguna página venía algo similar, y supo enseguida que había algunas cosas que tenía que conocer antes de que la fecha de su juicio llegara. —¡No serviría de nada! Cuando termine de contarle sabrá por qué. Yo… yo me puse a llorar cuando lo vi. Siempre fui muy llorona, lloraba hasta con las telenovelas. Además, estaba sola en casa. Mi abuelo se había llevado a mi hermano a la siembra y llegarían hasta tarde. La abogada percibía a la joven como una mujer muy vulnerable. Su pecho vibró por la aflicción que esta le transmitía, por eso decidió prestarle atención con los últimos minutos que le quedaban. Relajó la postura y dejó caer el tirante del maletín. Ámbar liberó su brazo, pero no regresó a su asiento, prefirió quedarse de pie a su lado. —¿Él te lastimó? —Me alejé de la ventana, pero en un arranque de valor volví a asomarme. Él ya no estaba y pude respirar. ¡Aunque eso duró tan poco! —Se dio media vuelta para que no pudiera verla a la cara—. El terror hizo que mi corazón latiera más rápido cuando escuché un duro golpe sobre la puerta de la casa. ¡Luego otro más! El segundo fue tan fuerte que la madera se zafó como si no pesara, y eso que era muy gruesa. Lidia se mantuvo inmóvil. De reojo vio que su cliente tenía los ojos enrojecidos, y su voz subía de intensidad hasta parecer gritos. —¿Tú qué hiciste? —Traté de esconderme dentro de mi cuarto. Cerré la puerta como pude y me eché debajo de la cama porque ya no tenía a donde correr. ¡Pero oí sus pasos! Venía hacia mí y creí que el alma se me iría. —Manoteó como si pudiera tocar sus pensamientos; como si lo estuviera reviviendo—. ¡Otro golpe abrió mi puerta! Solo necesitó uno para tumbarla —resopló llorando—. Yo estaba toda controlada por el miedo. No quería ni respirar y cerré los ojos para rezar. Quería despertar de esa pesadilla. ¡Pero no era una pesadilla, estaba pasando de verdad! —¿Pediste ayuda? ¿Gritaste al menos? De ser así, seguro conseguimos testigos. —No lo hice. Sus manos me jalaron de los tobillos fuera de mi torpe escondite. —Imitó el movimiento—. Luego se agachó y me cargó. No podía decir nada y la columna me dolió cuando me tuvo. Otra en mi lugar hubiera intentado soltarse, darle por lo menos un golpe, que no se la llevaran sin pelear, pero... —Su respiración se agitó, se le complicaba hablar y escuchó que la silla de la abogada se movió—. Pero es que daba tanto miedo. Sus manos me ardían en la piel, y fui tan débil que... no pude soportarlo y me desmayé... en sus brazos... —Su relato le costó tanto esfuerzo que, en un segundo, se desplomó. Por suerte, Lidia lo advirtió a tiempo y alcanzó a sostener su cabeza para que no se impactara contra el suelo. Ámbar terminó recostada sobre su falda. Sangraba por la nariz y su rostro estaba tan pálido que parecía ya no tener vida.
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