**ALEXANDER** Me había mentido. No estaba ocupada con compañeros, como había querido convencerme; en realidad, estaba con un hombre. Y no cualquier hombre. Era el inglés, aquel que desde el primer momento en China había despertado en mí una incomodidad persistente. El mismo que ahora la miraba con una intensidad que parecía traspasar la distancia, como si ella fuera la única mujer en el mundo. —¿Te gustaría sentarte con nosotros? —preguntó él, con esa cortesía impecable que tanto me irritaba, esa que parecía disfrazar un interés mucho más profundo. Asentí, no por gusto, sino por estrategia. Me senté frente a ellos, manteniendo la espalda recta y la mirada serena, como si no sintiera nada. Alondra seguía sin mirarme, sus ojos fijos en la mesa, en su copa, en cualquier lugar que no fue

