**ALONDRA** Después de unos minutos que parecieron eternos, todo se calmó. El cielo volvió a ser azul, las nubes se convirtieron en algodones esponjosos y yo, en una heroína de película de bajo presupuesto, que había logrado sobrevivir a su primer vuelo internacional con apenas unos rasguños emocionales. —¿Cuánto falta para llegar? —pregunté, con la esperanza de que la respuesta fuera menos de una hora. —Once horas —respondió Alexander, con una sonrisa que parecía decir: “Prepárate para la aventura de tu vida”. —¿Once? ¿Horas? ¿Esto es un vuelo o una saga cinematográfica? —exclamé, sintiendo que quizás había comprado un boleto para la versión más larga y épica de “El vuelo de la paciencia”. Alexander solo sonrió, esa sonrisa enigmática que siempre tiene en la esquina de los labios,

