**ALONDRA** El salón principal de la feria era un espectáculo de luces, pantallas y egos inflados. Tecnología de punta, discursos en varios idiomas, y ejecutivos que caminaban como si el futuro dependiera de sus relojes inteligentes. La atmósfera vibraba con una energía casi eléctrica, una promesa constante de innovación y poder. Pero, en medio de ese bullicio, había algo más: una tensión palpable, una lucha silenciosa por el control de la narrativa y del destino que esas tecnologías prometían. Alexander me guiaba entre los stands, pero yo ya no lo seguía ciegamente. Lo acompañaba, a mi ritmo, con una mirada aguda que parecía escanear cada detalle. Con preguntas precisas, que desafiaban la superficie de las presentaciones. Con esa actitud que incomoda a los que subestiman la inteligencia

