**ALEXANDER** Miré a Victoria, y en su rostro no había dudas: ella también había percibido algo, aunque quizás no supiera exactamente qué. La tensión persistía, invisible pero palpable, y en ese instante supe que aquella noche sería mucho más que una simple velada. Sería el comienzo de un descubrimiento que cambiaría todo lo que creía saber. —Disculpa, Alondra, me olvidé de pedir para ti —dije, al notar que su plato seguía vacío. Mi voz sonó más suave de lo que pretendía, intentando no parecer demasiado evidente en mi preocupación. Ella me miró con una expresión serena, pero distante. Sus ojos, normalmente tan vivaces y llenos de chispa, parecían velados por una capa de resignación, como si en su interior hubiera aceptado un destino que yo no lograba comprender del todo. —Tranquila,

