PRÓLOGO
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¿Hasta dónde serías capaz de llegar por amor?
Crucé límites que nunca imaginé traspasar. Todo lo hice por amor y si tuviera que hacerlo de nuevo otra vez, lo haría peor…
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NARRADOR
Como cada tarde, Isabel esperaba a Enzo junto al coche a la salida del colegio. El niño esboza una sonrisa al verla y ella se agacha y posa un beso suave en su mejilla. Sin perder un segundo, Pietro abre la puerta trasera del coche n***o y los dos suben.
Enzo se extraña cuando se da cuenta que Sebas no está al volante. El soldado nuevo asiente con la cabeza a modo de saludo, y el niño lo examina con cautela antes de sentarse en su asiento.
Isabel y Enzo hablan animados de una anécdota del colegio, ajenos al mundo exterior. Tras un buen tramo por la carretera, Pietro se remueve en el asiento del copiloto; su mandíbula se tensa y gira la cabeza hacia el conductor clavando en él una mirada tan intensa que el aire dentro del coche parece comprimirse.
Luego, con voz baja pero cortante, pregunta:
—Esta no es la ruta habitual. ¿Por qué te desviaste, Soldado?
Mira por la ventana y se da cuenta de que ese camino no le resulta familiar.
—Hay retenciones en la autopista C-23—responde despreocupado.
Se queda en silencio unos segundos antes de añadir, con voz tensa:
—Lo he revisado mientras esperábamos al señorito Enzo…
Pietro enciende el navegador y examina la ruta en la pantalla.
—¿Qué retenciones?—espeta descontento, clavando los ojos en los espejos laterales y retrovisor—. El navegador no indica ningún atasco en la vía principal… ni por accidente ni por obras.
Isabel y Enzo se quedan en silencio. Sus miradas se cruzan y cesa su conversación; ambos enderezan el cuerpo y dirigen toda su atención al frente.
—Perdón, señor. Me he equivocado…—el soldado traga saliva—Soy nuevo… y no quería cagarla en mi primera semana…—dice con voz temblorosa.
A Pietro esa excusa no le convence. Sin dudar desliza la mano hacia el arma oculta bajo la chaqueta.
—Para el coche. Ahora. —dice Pietro con tono amenazante mientras que apunta al chofer con una pistola.
—Ahora no puedo, estamos en medio de…—intenta justificarse mientras que sigue conduciendo.
—He dicho que pares. —sentencia Pietro aplastando la pistola contra su sien.
—Sí, señor—contesta el chófer obedientemente.
Frena con suavidad, tira del freno de mano y corta el contacto. Fingiendo torpeza, se desabrocha el cinturón y, como si fuera un accidente, con el codo roza el botón de la ventanilla del copiloto y el cristal baja automáticamente unos centímetros.
Entonces todo sucedió en un instante.
Un disparo seco atraviesa el aire y el cráneo de Pietro estalla salpicando sangre y fragmentos de carne contra la ventanilla y el salpicadero.
Su cuerpo sin vida se desploma hacía un lado y, al verlo, Isabel deja escapar un grito desgarrador por la sorpresa.
Enzo gime de la sorpresa.
El conductor permanece inmóvil un instante, luego exhala un suspiro de alivio como si todo hubiera sido un mero contratiempo. Se reclina en el asiento y suelta una carcajada al verse en el espejo del copiloto con la cara llena de sangre.
—J***, un minuto más y ese cabrón me habría volado la cabeza… Menos mal que ya estábamos llegando —murmura con fastidio, limpiándose la sangre del rostro con el dorso de la mano.
Isabel desliza una mano sobre el respaldo y aprieta con suavidad los dedos de Enzo, buscando anclaje. Después, baja la mirada para encontrarse con sus ojos y en ese instante el miedo le quema el pecho, consciente del peligro que los acecha.
De pronto, la puerta trasera del coche se abre de golpe y el asesino de Pietro les lanza una mirada fría. Con un gesto seco de la cabeza, les indica que salgan.
—Dejad vuestras cosas dentro… No me gustan las sorpresas —advierte con voz dura.
En ese momento, se escuchan pasos. De un segundo coche, bajan dos hombres más. El acento los delata de inmediato: rusos.
—Manos arriba —gruñe uno de los hombres, mientras otro se acerca para cachearlos.
El hombre revisa a Isabel con lentitud innecesaria, las manos frías deslizándose por su cuerpo con descaro. Enzo no parpadea, sus ojos están fijos en los movimientos de los extraños.
—Así que este es el niño —dice uno, observando a Enzo con una sonrisa ladeada.
El niño se endereza lo mejor que puede y mira al hombre que habla.
—Si nos dejáis marchar ahora… os daré el doble —dice sin titubear con la voz más grave de lo que debería tener a su edad.—Meterse con la famiglia Bellini…
Eso provoca carcajadas entre los cuatro hombres.
—¿Lo habéis oído, chicos? —añade el otro con sorna—. El mocoso piensa que puede comprarnos…
—Niño, esto no es negociable. Es venganza. Ese cabrón nos ha estado engañando todo este tiempo.
Isabel frunce el ceño. Algo en esas palabras no le encaja, como si todos supieran algo que a ella se le escapa.
—Ella se queda con nosotros —dice otro, con una sonrisa torcida señalando a Isabel—. Joder al Ejecutor es un plus que no vamos a desperdiciar... Quizás, hasta nos suplique que se la devolvamos… si es que aún queda algo de ella.
Isabel se revuelve instintivamente, y uno de ellos, sin previo aviso, le cruza la cara con una bofetada brutal que la hace tambalearse.
—¡Basta! —grita Enzo nervioso.
El niño se lanza contra el agresor furioso, golpeándolo con los puños, con una rabia desesperada. El hombre, queriendo apartarlo, le da una patada brutal en las costillas que le quita el aire.
El niño jadea.
—¡No lo toques! —grita Isabel con la voz quebrada, intentando levantarse a trompicones, aún aturdida por el golpe.
El más corpulento de los cuatro, con una mueca de hastío, saca su pistola y la apunta directo a la cabeza de Enzo.
—Ya está bien. Me cansé del mocoso.
Todo ocurre en un parpadeo.
En cuanto Isabel ve el cañón apuntando al pequeño, una oleada de pánico crudo le revienta el pecho. Su mirada frenética salta al hombre más cercano, al que aún se ríe, con la pistola colgando despreocupadamente en su mano.
No hay tiempo para pensar.
Solo un impulso primitivo, desesperado.
Se lanza sobre el ruso y sin titubear, le arrebata el arma. Con los ojos desorbitados y el frío del metal quemándole la piel, aprieta el gatillo.
¡BANG!
Aunque el disparo la sacude por dentro, en ese momento no siente dolor; pero en su lugar, un pensamiento la golpea:
La primera vez que lo vio, ni siquiera supo cómo acercarse a ese niño.
Ahora… sería capaz de matar por él.
Por ellos.
Un golpe seco retumba sobre el asfalto justo cuando el cuerpo del hombre se desploma frente a ella.